Mi paso por la alcaldía de Caguas: las memorias de Gervasio A. García Díaz
Columna originalmente publicada en 80 Grados, el 16 de noviembre de 2018.
Por María de los Ángeles Castro Arroyo.
Con 87 años y una memoria sorprendente para su edad, Gervasio A. García Díaz plasmó en una libreta los recuerdos de su incumbencia en la alcaldía de Caguas. Había asumido el cargo interinamente el 27 de octubre de 1899, en los calamitosos días que siguieron al huracán San Ciriaco (8 de agosto), para sustituir al alcalde en propiedad que tuvo que reunirse con su familia en San Juan. Luego resultó electo para los términos de 1900-1902, 1902-1904, 1904-1906 y 1910-1914.
La lectura de estas memorias conduce a los comienzos del proceso de modernización de Caguas, capitaneado por un alcalde profundamente comprometido con la ciudad que lo adoptó (había nacido en Cayey) y cuyo empeño fue convertirla en la segunda de Puerto Rico. La devastación ocasionada por San Ciriaco, un huracán comparable en fuerza con María, que nos azotó el 20 de septiembre de 2017, supuso para él un enorme reto ante la urgencia de reconstruir una ciudad venida abajo tanto por los efectos directos del huracán como por rezagos heredados del régimen anterior.
El contenido de las memorias es fiel a su título.Enfoca sus esfuerzos por dotar a Caguas de todos aquellos adelantos que el ideario liberal autonomista del siglo 19 identificaba con el progreso, con la entrada del país en la modernidad. Así, le vemos preocupado por el aseo urbano y la salud pública, por los abastos de agua y carne para la población, por la cultura y la educación a todos los niveles hasta el universitario, incluida la necesidad de contar con una biblioteca, por la industrialización y atracción de inversionistas (la Colectiva y la Central Santa Juana), por obras públicas como las del alumbrado, el acueducto y los caminos, por adelantos como el del ferrocarril, el crecimiento del pueblo mediante la distribución de solares e incluso por el ocio bajo principios éticos y estéticos como evidencia lo que nos cuenta sobre los casinos. Está al tanto de la evolución de otras ciudades y no vacila en calcar o emular modelos ya aplicados, cual es el caso del reglamento para el cuerpo de bomberos y para la prostitución, o de buscar ayuda técnica y económica fuera de sus predios cuando es necesario.
De su vida personal solo menciona ligeramente los efectos del huracán en su casa, con hijos infantes, entre ellos una niña recién nacida, y sobre su almacén y tienda de comestibles. Lo que sí deja saber es su sucesiva filiación política: autonomista, liberal, federal, unionista e independentista. Y no vaciló a la hora de denunciar prácticas viciosas atribuidas a los republicanos, sobre todo la de los nombramientos y actuaciones de los jueces mediante tretas para ganar adeptos. Ni tampoco de mostrar su inconformidad con ciertas acciones políticas de sus propios correligionarios o ante directrices emitidas por el gobierno central.
Sobre la invasión del 98 informa que en Caguas las tropas fueron bien recibidas y algunos incidentes habidos con las tropas allí acuarteladas. No llora a España, que entregó la Isla a Estados Unidos, a la vez que repudia la conocida promesa del general Miles. Frente al discurso del general invasor, antepone las libertades ganadas a la vieja metrópoli, encabezadas por la abolición de la esclavitud y de la libreta de jornaleros y la autonomía política, puntas de lanza de los liberales decimonónicos, si bien bajo la afirmación de que “Puerto Rico no necesitaba ayuda ni la necesitó de la madre España”. Una de sus medidas más reveladoras es la sustitución de los nombres de las calles heredados del régimen español para recordar los del procerato criollo decimonónico, lo que le costó irónicas críticas de los republicanos. Y recibió al presidente Theodore Roosevelt a su paso por la ciudad camino de la capital con todos los honores, mas también con un cruzacalles en el que se pedía el gobierno propio para Puerto Rico.
En fin, la minuciosa descripción que hace García Díaz del estado crítico en que recibió la ciudad y de las penurias de la población tras San Ciriaco reseñan condiciones que debieron repetirse en la mayoría de los pueblos del país. Lo particular de estas memorias radica en las acciones que toma el alcalde para iniciar la reconstrucción bajo postulados de la modernidad. Su meta fue sacar a la ciudad del atraso en que se encontraba. En sus propias palabras: que “su pueblo figurara y fuera la segunda ciudad en el orden moral y material en ornato, limpieza y en todo lo que fuera adelanto moderno y civilización”. En su obra, se nos revela como un hombre entre siglos, que cronológicamente lo fue pues nació en 1854 y murió en 1944, a los 89 años. Dos magnos eventos lanzan su gestión administrativa: la invasión del 98 y San Ciriaco, ubicándolo también entre imperios, entre el antiguo régimen y el potencial de innovación mediante la modernización soñada por los liberales decimonónicos. Se nos revela como un hombre práctico, administrador previsor y crítico, comprometido con lograr una impostergable transformación urbana y cívica, decidido y firme en sus objetivos, decisiones y acciones, pero a la vez solidario y compasivo con sus compueblanos.
María de los Ángeles Castro Arroyo
(Ph.D., Madrid, Universidad Complutense, 1976) es catedrática jubilada de Historia de la Facultad de Humanidades, Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico. Es autora de los libros Remigio, Historia de un hombre. Las memorias de Ángel Rivero Méndez (2008), La Fortaleza de Santa Catalina (2005), Arquitectura en San Juan de Puerto Rico. Siglo XIX (1980) y San Juan de Puerto Rico. La ciudad a través del tiempo (2000). Es co-autora de los libros: Ramón Power y Giralt, diputado puertorriqueño a las cortes generales y extraordinarias de España, 1810-1813 (2012); Los primeros pasos: una bibliografía para empezar a investigar la historia de Puerto Rico (1984, 1987, 1994), América Latina: temas y problemas (1994), La Carretera Central. Un viaje escénico a la historia de Puerto Rico (1997), y Puerto Rico en su historia. El rescate de la memoria (2001). Es co-fundadora de Op.Cit. Revista del Centro de Investigaciones Históricas (UPR). Fue distinguida como Humanista del Año 2011 por la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades y es miembro electo de la Academia Puertorriqueña de la Historia.