Guerra y despojo de los taínos, 1511-1512

Artículo originalmente publicado por 80 Grados el domingo, 1 de septiembre de 2023.

Por Francisco Moscoso

Esta es una colaboración entre 80 grados y la Academia Puertorriqueña de la Historia en un afán compartido de estimular el debate plural y crítico sobre los procesos que constituyen nuestra historia.

De izquierda a derecha: imagen de Gonzalo Fernández de Oviedo, de Juan Ponce de León y estatua de Agüeybaná el Bravo.

El primer viernes de enero de 1511, según el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, los taínos de Boriquén – Isla de San Juan (Puerto Rico) – liderados por Agüeybana II o “el Bravo”, iniciaron una guerra contra los conquistadores. Bajo el mando de Juan Ponce de León, capitán y gobernador entonces, los españoles entraron en guerra con los indios. Se puede argumentar que la guerra la empezaron los españoles al invadir la isla y expropiar a los indios en sus propias tierras.

Rúbrica de Gonzalo Fernández de Oviedo.

En los documentos oficiales españoles, los eventos bélicos fueron descritos como “la primera guerra”, “la postrera guerra”, “cabalgadas” y/o “entradas”. Sin ofrecer fechas precisas, la documentación sitúa el enfrentamiento armado entre los años 1511 al 1515. Las guerras comprenden ataques sorpresa, escaramuzas y batallas frontales. Cabalgadas o entradas significan asaltos terroristas a yucayeques (aldeas) de los taínos con el objetivo de atemorizar y someter a los indios rebeldes que viven en cacicazgos hostiles o aún por conquistar. Las aldeas fueron incendiadas y destruidas, y los conucos o campos agrícolas destrozados. Tanto en las guerras como en las cabalgadas, los conquistadores recurrieron al cautiverio de indígenas, ya fueran varones adultos, mujeres y niños, para castigar, amedrentar e infundir terror.

Recreación de un yucayeque taíno en Tibes, Ponce.

Por disposición de la Real Cédula (ley de la monarquía) del 20 de junio de 1500 la reina Isabel y el rey Fernando decretaron que los taínos eran “vasallos de la Corona”; en la Real Cédula del 20 de diciembre de 1503 determinaron que los indios súbditos no podían ser esclavizados a menos que la Corona diera licencia para ello. Por supuesto, los taínos eran libres en su contexto histórico precolonial, hecho que no fue reconocido en las determinaciones ideológicas justificadoras de las acciones imperialistas y colonizadoras.

Decir que los indios eran “libres”, en la óptica española, equivalía a considerarlos como súbditos en general, al igual que toda la población bajo dominio del rey y de la reina. La esclavización de los indios se realizó directamente contra los llamados caribes de las Antillas Menores, tenidos por salvajes caníbales, y contra los taínos rebeldes. Para algunos estudiosos del periodo, los caribes y los taínos rebeldes eran lo mismo.

Además del cautiverio de indios en las guerras y cabalgadas, también sale a relucir que los conquistadores incurrían en el saqueo y tomaban a la fuerza artículos y prendas personales de los taínos. Las pertenencias expropiadas o robadas a los indios fueron identificadas con la palabra nativa, cacona. Este vocablo tenía significados familiares, sociales y rituales. Es el mismo término empleado para designar la vestimenta otorgada a los súbditos indios no esclavos como forma de pago por su trabajo al terminar su trabajo forzoso bajo el régimen de la Encomienda en la minería y agricultura y que duraba usualmente de ocho meses. A esa modalidad la hemos identificado como el jornal cacona. Es un botín; una extracción forzosa.

Grabado de Teodoro de Bry (siglo XVI) sobre el régimen de la encomienda, representando a taínos vaciando jarras de oro al gobernador, sentado con el bastón de mando o bengala.

La información sobre esos hechos se incorpora en las “Relaciones” o cuentas de los oficiales Reales (del gobierno), tales como tesoreros, factores y contadores. Una buena cantidad de estos documentos ha sobrevivido y sus manuscritos originales se preservan en el Archivo General de Indias (AGI), localizado en Sevilla. Las cuentas de esos oficiales forman parte de la sección Contaduría, legajos 1071-1073, que cubre el siglo 16 de Puerto Rico.

Portada de libro sobre los documentos de la Real Hacienda, compilado por Aurelio Tanodi para el Centro de Investigaciones Históricas de la UPR-RP.

El Centro de Investigaciones Históricas (CIH) de la Universidad de Puerto Rico (UPR), Recinto de Río Piedras, ha publicado dos volúmenes: Documentos de la Real Hacienda de Puerto Rico Volumen I 1510-1519 y Volumen II 1510-1545 en 2009-2010. El volumen I fue publicado originalmente en 1971, con una selección de documentos compilados por el paleógrafo croata y argentino de adopción, Aurelio Tanodi.

Para el tema tratado aquí, tomamos una muestra de estos datos del Volumen II. La información está consignada en la Relación del cargo que se hizo a Francisco de Cardona, teniente de tesorero, por Francisco de Lizaur, contador, del quinto de esclavos, hamacas, cacona y otras cosas que se ha habido de las guerras contra los indios y caciques; fechado 6 de febrero de 1512. Una de las fuentes de ingresos coloniales de la Corona, era el cobro del Quinto Real, o 20% por ejemplo del valor del oro, perlas y esclavos.

Los oficiales no siempre llevaban las cuentas con rigor y en unas ocasiones se registra el precio que pagaban por los esclavos, y en otras el impuesto del “quinto de esclavos”, de donde se puede inferir el precio. Pero, los valores muestran oscilaciones, sin especificar los criterios o razones para ello, algo que puede resultar confuso. Por otro lado, para diferenciar a los indios vasallos de los esclavizados, a estos últimos se les atormentaba al ser herrados, como si fuesen ganado. Los esclavizados, redefinidos como mercancías, eran catalogados también como “piezas”.

Guerra primera

La Relación del cargo indica al comienzo: “De la guerra primera que Juan Ponce de León hizo, de ciertos esclavos que herró deben a Su Alteza las personas siguientes, los maravedíes que el tesorero ha de cobrar, lo cual fue en 6-II-1512”. Un peso de oro equivalía a 450 maravedíes en el sistema monetario. En las medidas de la minería, el oro se subdividía en 12 granos, equivalentes a 8 tomines, y este último a 1 peso.

Monedas de la época.

Algunos ejemplos son:

  • Diego Gómez de quinto de esclava, 2 pesos
  • Francisco de Barrionuevo de otro esclavo, 3 pesos
  • Pedro Dávila de otra esclavilla, 1 peso 4 tomines
  • Martín de Isásaga de otra, 2 pesos
  • Cristóbal Sánchez de un esclavo, 2 pesos
  • Francisco de Cardona de esclava, 1 peso 4 tomines
  • Jerónimo, fundidor, de otra, 1 peso
  • Juan Ponce de León, de otra, 2 pesos
  • Esteban Macías y Alonso Fernández, de otra, 2 pesos
  • Lope Moreno, de un niño, 1 peso
  • Juan Pérez, de otro, 1 peso 4 tomines
  • Alonso de Cea, de una esclava, 2 pesos
  • Pedro de leva, de otra, 2 pesos
  • Del dicho, de una niña, 1 peso 4 tomines
  • Del dicho, una esclava, 3 pesos
  • Juan Pérez de Coria, de tres esclavos, 9 pesos
  • Alonso Sedeño, de un esclavo, 1 peso
  • Francisco de Cardona, de tres esclavos, 9 pesos
  • Pedro Dávila, de un esclavo, 2 pesos
  • Sancho Navarro, de esclava, 2 pesos

Guerra postrera

“De la guerra postrera que Juan Ponce hizo, siendo capitán Luis de Añasco, de quintos y de esclavos y cacona, deben las personas siguientes”:

  • Luis de Calmaestra, por un esclavo, 22 pesos
  • Lorenzo Zarate, por una esclava, 17 pesos
  • Blas de Villasante, por quinto de un esclavo, 4 pesos 4 tomines
  • Gonzalo de Ocampo, por una esclava, 36 pesos
  • Miguel Gil, por un esclavo, 35 pesos
  • Diego Michel, por una esclava, 23 pesos
  • Cristóbal de Guzmán, por otra, 11 pesos
  • Pedro Suárez, de quinto de 3 piezas, 9 pesos 3 tomines 2 granos

Y así por el estilo.

Cabalgadas y entradas

El 10 de junio de 1512, Álvaro Saavedra llevó a cabo una cabalgada “en tierra del cacique Humacao”. Del impuesto del Quinto, debían:

  • Antón Sánchez, sacristán, por una esclava, 15 pesos
  • García, fundidor, por un muchacho, 12 pesos
  • Pedro Ortiz, mercader, una vieja, 5 pesos
  • Esteban Ruiz, por una esclava, 12 pesos
  • Gonzalo Núñez, por un esclavo, 4 pesos

Hubo otras cabalgadas y entradas, con datos semejantes, realizadas también por Saavedra “en tierra del cacique Guayama; por Juan Godínez y Cansino en “tierra de Agüeybana”; por Juan Gil, Juan López y otros en territorios no identificados.

Cacona Cultural

La cacona cultural. Las pertenencias expropiadas o robadas a los indios fueron identificadas con la palabra nativa, cacona.

La esclavización se combinó con el despojo – y ultraje – cultural de los

taínos. En otros párrafos del documento citado, se especifica: “De cierta cacona que se halló en un herbazal, andando en dicha guerra, y se vendió en almoneda, cupo a Su Alteza de quinto, lo siguiente”:

  • Sebastián Marroyo, un arpón, en 3 pesos
  • Gonzalo Díaz, trompeta, un mao, 2 tomines
  • Sebastián de la Gama, otro mao, 1 tomín 6 granos
  • Malpartida, otro mao, 4 tomines 6 granos
  • El dicho por una raja de algodón, 6 granos
  • Valiente, ciertos cueyes, en 5 tomines
  • Francisco Moreno, 2 maos en 4 tomines 6 granos
  • Simón de Ocampo, otro mao, en 2 tomines 3 granos
  • Martín Fernández, otro mao, en 2 tomines 6 granos
  • Miguel Gil, un mao y dos guanines falsos, 1 tomín
  • Sebastián, aserrador, un collar de piedra y unos cueyes, en 2 tomines 9 granos.

En el Diccionario de voces indígenas de Puerto Rico (1993), el lingüista Luis Hernández Aquino define el mao como: “Especie de peto, hecho de algodón, para la protección del torax”. Guanín era el vocablo taíno con que se identificaban las pepitas y prendas de oro.

Representación de un guanín.

Hernández Aquino apuntó que el cuey era un “objeto que los indios usaban como figura religiosa”, como el cemí (dios).

Cemí.

En otro episodio de esta naturaleza, “de cierta cacona que se tomó a Mabo, en un jagüey, perteneció el quinto [y] se vendió a”:

  • Juan Gil, un mao, en 3 tomines
  • Diego Ruiz, criado de Soria, un mao, 2 tomines 6 granos
  • Pedro Gentil, otro en 5 tomines
  • Marroyo, otro en 6 granos
  • Miguel Gil, otro en 1 tomín
  • Simón de Ocampo, dos maos, en 6 granos
  • Pedro Suárez, dos maos cortos, 2 tomines 6 granos
  • Hernán Pérez, unas naguas de areyto, 2 tomines 6 granos
  • Simón de Ocampo, dos figuras de areyto, 5 tomines 9 granos
  • Diego Ruiz, criado de Soria, unas naguas y cueyes, 1 tomín 9 granos
  • Luis de Añasco, unos cueyes, 6 granos
  • Juan de Rueda, otros, 1 tomín
  • Antón de Moya, otros, 1 tomín.

El jagüey era un hoyo o hueco en la tierra, en que se sembraba o que recogía agua, a manera de aljibe. El areíto, luego escrito como areyto, se refiere a las ceremonias con fines sociales y religiosos que los taínos llevaban a cabo en el batey, o plaza de la aldea.

Representación de un areyto en el Museo de Tibes, Ponce.

Otros objetos taínos tomados en guerra se identificaron como buyni y tuabas, de los que se desconocen sus significados. Con estos ejemplos se exponen otras dimensiones de la conquista española de Puerto Rico, generalmente desconocidas o relegadas a plano secundario y que, en el caso del acervo cultural, han pasado desapercibidas. Los taínos fueron oprimidos en sus personas, agredidos en sus espíritus y su patrimonio simbólico, profanado.

Ilustraciones

  1. Representación de Gonzalo Fernández de Oviedo. https://pages.vassar.edu/oviedo/gonzalo-fernandez-de- oviedo/ en The Oviedo Project at Vassar.
  2. Grabado Juan Ponce de León. https://www.abc.es/historia/abci- ponce-leon-hombre-puso-puerto-rico-mapa-y-historia- 202201242010_noticia.html
  3. Agueybaná II el Bravo. https://es.wikipedia.org/wiki/Agüeybaná_II#/media/Archivo:Estatua_de_Agüeybaná_II,_El_Bravo,_en_el_Parque_Monumento_a_Ag üeybaná_II,_El_Bravo,_en_Ponce,_Puerto_Rico_(DSC02672C).jpg
  4. Autógrafo de Gonzalo Fernández de Oviedo en The Oviedo Project at Vassar.https://pages.vassar.edu/oviedo/gonzalo-fernandez-de- oviedo/
  5. El Centro Ceremonial Indígena Tibes, en Ponce https://www.cienciapr.org/es/external-news/expuesto-el- origen-de-los-primeros-pobladores-de-puerto-rico.
  6. Grabado de Theodor de Bry. https://www.caracteristicas.pro/encomienda/
  7. Documentos de la Real Hacienda. https://www.edicionespuerto.com/products/documentos- de-la-real-hacienda-de-puerto-rico-volumen-ii-1510-1545
  8. Monedas coloniales en uso en Puerto Rico https://enciclopediapr.org/content/historia-de-la-moneda-en- puerto-rico/
  9. Cacona: https://www.pinterest.com/fodearte/inspiración-taina/
  10. Representación de un Guanín. https://enciclopediapr.org/content/el- guanin-simbolo-sagrado/
  11. Blog Spot La pasión cultural.
  12. Representación visual en el Museo de Tibes en Ponce, Puerto Rico. Wikipedia Commons.

Autor

Francisco Moscoso

El doctor Francisco Moscoso es académico de número de la Academia Puertorriqueña de la Historia y catedrático jubilado del departamento de Historia en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Es autor de numerosos trabajos en torno a la sociedad taína antillana, la historia del siglo XVI y los movimientos libertarios en Puerto Rico y el Caribe. Su más reciente libro es La Revolución Haitiana y Puerto Rico, 1789-1804 (2023).

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Antagonismos enmascarados: el Carnaval de San Juan en la década de 1910

Artículo originalmente publicado por 80 Grados el domingo, 1 de mayo de 2022.

Por María de Fátima Barceló Miller

Arco del Carnaval en la Plaza de Armas, Puerto Rico Ilustrado, febrero 1914.

Al mencionar la palabra carnaval varias imágenes icónicas vienen de inmediato a nuestra mente: las comparsas de las escuelas de samba en Rio de Janeiro, el Mardi Gras en Nueva Orleans, el desfile y posterior quema del Vaval en Guadalupe y el Carnaval de Venecia, entre tantas otras. Los carnavales tienen una larga historia. En su devenir histórico estas fiestas han experimentado grandes cambios tanto en sus formas como en sus propósitos y significados. Las transformaciones han sido objeto de estudios de teóricos, historiadores y antropólogos entre los que se encuentran Peter Burke, Mikhail Bakthin, Antonio Benítez Rojo, Irune del Rio Gabiola y la investigadora puertorriqueña Raquel Brailowsky, entre tantos otros. Para efectos de este corto ensayo acojo los principales abordajes de esta última cuando estudia el Carnaval de San Juan en la década de 1910.

Raquel Brailowsky (1993) realizó un excelente estudio sobre los carnavales en el Caribe hispano-parlante. Hace un minucioso y gozoso recorrido por los principales festejos carnavalescos de la región, examinando sus especificidades. Encontró que, en Cuba, la República Dominicana y Puerto Rico, los clubes y asociaciones sociales privadas vinculadas a las élites locales fueron tomando el control de la organización de estas festividades y gradualmente fueron restringiendo las formas de creatividad y participación de raíz afrocaribeña, e indígena tildándolas de “grotescas y de mal gusto”. [1] En otras palabras, las clases dominantes procuraron ‘blanquear’ los carnavales.

Al iniciar esta década ya han transcurrido 12 años del cambio de dominación colonial. La clase intelectual, propietaria y profesional del país, impulsaba sus proyectos de modernización. De hecho, muchos vieron en la nueva metrópoli el aliado idóneo para alcanzar la modernidad y el progreso, que desde la pasada centuria habían puesto en marcha. Los carnavales se insertaban ahora en una cultura de masas marcada por la publicidad, la moda y el cine. No eran pocos los cambios experimentados por la ciudad de San Juan, liberada de buena parte de sus murallas. Como resultado de la avasalladora incursión del capitalismo absentista estadounidense en la industria de la azúcar y el tabaco en la Isla, se produjo un enorme movimiento de trabajadores agrícolas del campo a las urbes, especialmente San Juan. En 1910 la capital contaba con 48,716 habitantes y en 1920 la cifra aumentó a 69,733 lo que representa un sustancial incremento de moradores que no fueron a vivir dentro las tradicionales estructuras del antiguo recinto murado o en los nuevos ensaches modernos como Miramar y Condado, sino en los barrios marginales que eventualmente se convirtieron en anillos periféricos de miseria, y hacinamiento conocidos como “arrabales”. La década de 1910 también atestiguó grandes huelgas de los y las trabajadores y trabajadoras del tabaco y de la caña. Como señala Ángel Quintero, fue la década de mayor actividad huelgaria durante la primera mitad del siglo XX.

Al complicado paisaje social y económico se sumó una reorganización importante en las relaciones de gobernanza entre la metropolis y la colonia. Como si fuera poco en 1917 se estrenó –mediante la Ley Jones– la ciudadanía estadounidense y el Senado de Puerto Rico. En ese mismo año, mediante referéndum se aprobó la Prohibición de fabricación, venta y consumo de bebidas alcohólicas, y Estados Unidos entró a la Primera Guerra Mundial. El 1918 no se quedó atrás y la pandemia de influenza vino acompañada del Terremoto de San Fermín en el área noroeste del país.

Fue, como vemos, una década muy agitada. Pero nada de lo anterior fue impedimento para que se continuara celebrando el carnaval. Y es que el carnaval cumplía funciones indispensables para el grupo hegemónico sanjuanero. Para la elite el carnaval era idóneo para afirmar su posición social y económica. Cuando analizamos la composición de los Comités organizadores a lo largo de la década encontramos que los nombres se repiten. Tomemos como ejemplo el año 1914: vemos nombres conspicuos de la alta clase política y social. Manuel Rossy, Cayetano Coll y Toste, José de Diego, Manuel Fernández Juncos, Mariano Abril, Antonio Barceló, Ignacio Peñagarícano, Frank Antonsanti, Juan Roig, Pedro Giusti, el Club de Damas de San Juan presidido por Isabel Geigel de González…Estos miembros cambiaban sólo si ocurría un deceso.

De otra parte, el Carnaval capitalino era considerado desde el siglo 19 como un ritual de modernización. Lola Rodríguez de Tió lo describía como fiesta de la civilización, fiesta del espíritu y de la inteligencia haciendo una clara alusión a los carnavales de Venecia como paradigma de la sofisticación y progreso:

“…nos place ver que ya en nuestra querida tierra se va dejando la indiferencia apegada a nuestro modo de ser tropical, y que se acogen esas fiestas que la civilización reviste de formas adecuadas al adelanto de la época, siquiera como remembranza de la clásica diversión que coronó un día la frente de la Reina del Adriático.” [2]

Lola Rodríguez de Tió, La Ilustración Puertorriqueña, octubre de 1892.

Los festejos carnavalescos organizados desde la cúpula del poder político, económico y social emulan, como señala Brailowsky, un esplendor eurocéntrico. Enarbolando los estandartes de la prosperidad y la civilización se asordinaba nuestro sincretismo cultural, de profundo raigambre africano. Máxime cuando los bailes africanos y danzas ancestrales involucraban movimientos corporales que, desde la óptica de las clases rectoras, evocaba el desenfreno de los placeres y se asociaba con los excesos de la turba.

Las ancestrales danzas africanas, Xavier Quirarte, 2018

Este tipo de desborde no encajaba con los modelos y perfiles de la sociedad moderna a que se aspiraba. En 1913 Roberto H. Todd, alcalde de San Juan durante el decenio bajo estudio indicaba: “Todas las actividades que organicemos deben programarse de forma tal que doten a los espectadores, no solo diversión, sino también un cierto grado de cultura y refinamiento, por poco que ellos puedan apreciar…” Lo mismo sucedía con los temas de los bailes de sociedad. Estos debían ser “ejemplo de buenos modales y actitudes, corrección, elegancia y conducta.”

Roberto H. Todd. Colección Todd, Archivo Histórico de la Universidad del Sagrado Corazón

De las palabras de Todd se desprende el interés de la elite por resignificar las actividades carnavalescas, adjudicándoles una función educativa y de difusión de conocimientos, modelos, actitudes y comportamientos sociales más refinados. Desde esta perspectiva, Todd se une al coro de voces de la clase propietaria, profesional e intelectual de Puerto Rico que, desde el último tercio del siglo 19, con notoria rúbrica paternalista, entendía que solo esa elite sabría dirigir a las clases menos privilegiadas por el camino del progreso y la civilización.

En ese empeño civilizatorio, se exhortaba que los desfiles de carrozas mostraran los adelantos y la sofisticación de los países más ‘progresistas’ del occidente europeo. Con esto en mente no extraña encontrar carrozas como la de la Reina del Carnaval de 1912, Irma Finlay, que simulaba las formas de una góndola veneciana.

Puerto Rico Ilustrado, febrero 1912

Los trabajadores del Hipódromo no quisieron quedarse atrás y ese mismo año, desfilaron en la carroza “El dirigible”. Un año antes se había celebrado la Segunda Feria Insular de San Juan. Entre las atracciones principales de dicho evento fue : “el ‘enorme» dirigible ‘Strotbsl’, que después de dar una corta vuelta sobre la ciudad, volvió a aterrizar en los terrenos de la feria” ubicada en el Hipódromo de Santurce.[3] El entusiasmo que la novedosa aeronave produjo fue tan grande, que los empleados del establecimiento hípico intentaron replicarla para el desfile de carrozas del carnaval.

Puerto Rico Ilustrado, febrero 1912

Los comerciantes también aprovechaban las fiestas para promocionar en sus carrozas las mercancías recién llegadas. Tomemos como ejemplo el Comercio Aboy-Vidal y Co. que en 1914 publicitaba, como distribuidor exclusivo, las llantas Muller.

Puerto Rico Ilustrado, febrero 1914

Por lo general los “Bailes de Sociedad “ se efectuaban en el Teatro Municipal y una vez terminada la construcción del Casino de Puerto Rico en 1917, también se utilizó para estos fines. Los precios de los boletos para los bailes fluctuaban entre los $5.00 y $7.00 dólares. Todo lo devengando de ellos y en las rifas, juegos y demás actividades se destinaban a obras de caridad. Esta práctica no debe tomarse como un asunto baladí o de simple condescendencia clasista. En más de una ocasión se recaudaron entre $3,000 y $4,000 dólares que para la época era un monto formidable. Eran las féminas las que decidían las necesidades más apremiantes de los sectores desventajados y las cuantías que recibirían. Estas obras cívicas y filantrópicas le proporcionaron a las mujeres de la elite un medio para intervenir en proyectos de mejoramiento social y con valor cívico. En la siguiente fotografía, Irma Finlay reparte máquinas de coser portátiles a las jóvenes pobres de la capital para que aprendieran el oficio de costureras.

Puerto Rico Ilustrado, febrero 1914

En efecto, el reinado abría un espacio a las jóvenes de la elite para moverse más allá de su estrecho círculo social y desarrollar su propia agenda de servicio social. Este tema amerita una breve reflexión, puesto que las actividades cívicas no pueden ‘despacharse’ con la estereotipada frase ‘eran las blanquitas capitalinas’. Si bien es cierto que los jefes de familia utilizaban los suntuosos reinados de sus hijas como insignia de su poderío y riqueza, la participación de las jóvenes involucra, lo que Roger Chartier y Michel de Certeau[4] denominan la capacidad de las mujeres para aprovechar los espacios sociales e instituciones creados para someterlas como lugares de resistencia y afirmación identitaria.

Para ello es imperativo reconocer los mecanismos y los usos del consentimiento para erradicar la noción que considera que las mujeres pasivas, humildes, conformes, sumisas aceptan demasiado fácilmente su condición, cuando justamente la cuestión del consentimiento es medular en el funcionamiento de un sistema de poder, ya sea social, sexual o religioso. Mediante su trabajo social y filantrópico las jóvenes demostraban su capacidad de organización y liderato. El historiador José Rigau señala: “Es evidente que la Cruz Roja fue criatura de las mujeres emprendedoras de esa época”. [5] Esta agencia femenina es importante porque ilustra las fisuras que agrietan la dominación masculina. Estas fracturas no adoptan formas de rupturas dramáticas ni se exteriorizan para proclamar una rebelión. Al contrario, se configuran en el interior del consentimiento mismo, reutilizando el lenguaje y las instituciones de la dominación, para cobijar una insumisión y una afirmación de identidad.

Veamos algunas de las reinas:

Puerto Rico Ilustrado, 1911- 1916

En 1918 no hubo reinado de carnaval organizado desde el ayuntamiento. La entrada de Estados Unidos a la Guerra Mundial el 6 de abril de 1917 hizo que todos los esfuerzos de la administración municipal se dirigieran a recaudar fondos para la Cruz Roja Americana, el Comité de Defensa Nacional y la Comisión de Alimentos, entre otros. Esto no significa que no se realizaran bailes y otras actividades carnavalescas para cooperar “con tan patriota causa”. En 1919, en la tercera etapa de la pandemia de influenza la “Reina de la Paz” fue electa por el Club de Damas y la Cruz Roja Americana, Capítulo de San Juan. El título recayó en Olimpia Montilla, hija del reconocido arquitecto Fernando Montilla Jiménez.

Olimpia Montilla, Puerto Rico Ilustrado, 1919

Recordemos que la década de 1910 fue una de intensa actividad huelgaria. A lo largo del decenio la tensa atmósfera se filtra en toda la prensa y en las discusiones en el seno del ayuntamiento. El sector obrero estaba representado en los comités que organizaban los carnavales, pero su número y poder decisional era muy limitado. Sus actividades recibían muy poca cobertura de la prensa. Como se observa en el programa de actividades del carnaval de 1915, a sus bailes se le asignaban fechas específicas y hasta cómo debían vestirse.

Puerto Rico Ilustrado, 1915

Si bien se le exhortaba a que participaran, aunque fuera “modestamente”, su desfile de carrozas se efectuaba separadamente del que organizaba el ayuntamiento y los clubes sociales de la capital. Para el antropólogo y sociólogo Max Gluckman[6] el carnaval podía actuar como una “válvula de seguridad para aliviar las tensiones de las sociedades altamente jerarquizadas. Es un interludio de las presiones sociales.” Para el ruso Mikhail Bakthin[7] el carnaval lograba sus efectos liberadores al permitir que la gente común y corriente se manifestara como multitud carnavalesca, aunque su comportamiento nunca es predecible. Natalie Zemon Davies[8] añade que el carnaval estimulaba la creatividad en todos los sectores sociales y que en las manifestaciones creativas se pueden observar las diferencias y contrastes de clase y visión de mundo entre muchos otros elementos.

Como dice el refrán popular: “Una imagen dice más que mil palabras”. Comparemos estas dos carrozas. La primera, la del Club Cívico de Damas y la segunda, la de los obreros. Las disparidades son insondables.

Puerto Rico Ilustrado, 1915

El carnaval de San Juan durante la década de 1910 era en una actividad muy reglamentada con gran anticipación, lo que le restaba espontaneidad. De otra parte, el despliegue de seguridad de representantes y oficiales del orden público procuraba evitar incidentes violentos y “fuera de orden”. Esto no siempre pudo cumplirse a cabalidad. En más de una ocasión se perpetraron actos delictivos en los zaguanes y callejones capitalinos, reyertas, alborotos y escaramuzas que el control policial no lograba atajar a tiempo.

En síntesis, el Carnaval de San Juan en la década de 1910 se nos presenta como un evento que involucra unas enrevesadas relaciones de clase, raza y género que invitan a una revisión y una reflexión más profundas en torno a la complejidad de las dinámicas sociales, económicas y patriarcales capitalinas. Ese examen debe despojarse de la evocación nostálgica de los fastuosos “bailes de sociedad” y los “desfiles de carrozas” que enmascaran las divisiones de una sociedad altamente jerárquica y patriarcal con insoslayables contrastes y antagonismos de clase, raza y género.

Esta es una colaboración entre 80grados+ y la Academia Puertorriqueña de la Historia
en un afán compartido de estimular el debate plural y crítico sobre los procesos
que constituyen nuestra historia.

Referencias

[1] Raquel Brailowsky, “El carnaval en las sociedades hispánicas del Caribe”, Revista Huellas ; No.39 (1993) p.13-26.

[2] Irune del Rio Gabiola, “Civilizando el carnaval: La retórica del progreso en las obras de Lola Rodríguez de Tió”, Hispania Vol.97, No.3 (septembre 2014), pp. 477-484.

[3] El Mundo, domingo 23 de marzo de 1937, p. 10.

[4] Michel de Certeau, La fábula mística (siglos XVI-XVII). Madrid, Ediciones Siruela, S.A., 2006, p. 24; Roger Chartier, Entre poder y placer. Cultura escrita y literatura en la Edad Moderna. Madrid, Cátedra, 2000, pp. 199-217.

[5] Jorge Rigau Pérez, “Caridad, nacionalismo y colonialismo: los orígenes de la Cruz Roja en Puerto Rico, 1893-1917.” Historia y Sociedad, Año 6, 1993, pp. 55-56.

[6] Max Gluckman, Essays on the Ritual of Social Relations. Manchester University Press, 1966.

[7] Mikhail Bakthin, Rabelais and His World. Bloomington, IN: Indiana University Press, 1984, pp. 303–436.

[8] Natalie Zemon Davis, “The Reasons of Misrule”, Society and Culture in Early Modern France: Eight Essays, Fall 2008.

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¿Por qué dilapidar lo que es la herencia de todos?

Artículo originalmente publicado por 80 Grados el martes, 25 de junio de 2021.

Por María de los Ángeles Castro Arroyo

Una esquina ligada a la fundación de la ciudad en el siglo 16. Cortesía de Andy Rivera/PRHBDS.

Una infinita tristeza, enorme indignación, gran vergüenza y mayor preocupación ha causado la noticia de que el señor arzobispo de la ciudad capital, Mons. Roberto González Nieves, ha vendido (o más bien regalado) el Palacio Episcopal y el antiguo Seminario Conciliar de San Ildefonso a un empresario desarrollador. No importa su nombre, su nacionalidad o su riqueza, ni siquiera el risible precio de la deshonrosa transacción. Lo que estruja conciencias es el futuro incierto de dos estructuras emblemáticas de la ciudad, patrimonio edificado del país, y para mayor burla, en las fechas celebratorias de su quinto centenario y del que fue el principal defensor de la ciudad, el doctor Ricardo Alegría. Por si fuera poco, nada se ha hecho público – todo ha discurrido a escondidas-, sobre las condiciones de la venta y los planes nebulosos, si no siniestros, que se tienen para dos monumentos íntimamente ligados a nuestra historia. ¿Otro hotel boutique estilo “bitcoin colonial” ? Ya tenemos convertidos en hoteles en la calle del Cristo varias estructuras de larga e importante historia. Por favor, señor arzobispo, recapacite por el bien de la urbe que está obligado a respetar y conservar.

Mas repasemos un poco el significado de los dos monumentos que nos conciernen. El primer obispo en pisar tierra americana para tomar posesión de su cargo fue el de Puerto Rico en 1512 y cuando se autorizó la mudanza de la villa de Caparra al islote, una de las condiciones impuestas fue que después de los puentes se pasara primero la iglesia.  Es decir, la Catedral, en línea recta desde lo alto con el lugar de desembarco, y los edificios relacionados, inmediatos a ella, presidieron el primer núcleo urbano. Son estructuras de valor fundacional.

Entre éstas estaba la residencia del obispo que dos siglos más tarde pasó a ocupar una casona comprada en el siglo XVIII a María de Amézquita y Ayala, descendiente del capitán Amézquita, héroe en la defensa frente a los holandeses invasores en 1625. Fue reconstruida bajo el obispado de fray Manuel Jiménez Pérez (1770-1781), fundador del Hospital de Caridad de la Concepción, el Grande (sede hoy de la Escuela de Artes Plásticas y Liga de Arte de San Juan), quien dicho sea de paso fue pintado por José Campeche. Las intervenciones posteriores no alteraron en lo fundamental los caracteres propios de las grandes casas dieciochescas, una de las pocas de esa época que quedan en San Juan. Sobre todo, es admirable en ella la soberbia escalera que conduce a la segunda planta.

Escalera del Palacio Arzobispal. Cortesía de Andy Rivera/PRHBDS

El Seminario Conciliar se fundó hacia 1630, inicialmente con las Cátedras de San Ildefonso dirigidas a la formación intelectual de los llamados al sacerdocio, impartidas desde la Catedral. Para que los clérigos pudieran tener vida en común durante el tiempo de su formación, según fuera ordenado por el Concilio de Trento (1545-1563), –de ahí el calificativo Conciliar de su nombre– era necesario tener un edificio adecuado.

Seminario Conciliar, Cortesía de Andy Rivera/PRHBDS

Dificultades económicas retrasaron las distintas iniciativas habidas hasta la primera década del siglo XIX, cuando el empeño del primer obispo puertorriqueño, Juan Alejo de Arizmendi, echó a caminar el proyecto. Su criterio orientó la selección del solar en las inmediaciones del Palacio Episcopal, junto con la casa y patio del difunto chantre de la Catedral, de cuyos bienes era albacea. Su determinación, e incluso su propio peculio, fueron decisivos para encaminar las obras, ya iniciadas cuando ocurre su muerte en 1814, al menos las primeras de habilitación provisional. Con entusiasmo similar retomó el proyecto el obispo Pedro Gutiérrez de Cos (1826-1833) quien, como antes hicieran Arizmendi con el Seminario y Jiménez Pérez con el Hospital de Caridad, aportó sus propias rentas para hacerlo posible. La construcción del edificio se inició en 1827 y concluyó en 1832, abriendo sus puertas a la docencia el 12 de octubre de ese año.

En tiempos del obispo Gil Esteve y Tomás (1848-1855) se adquirió un espacioso solar al oeste del edificio existente con el fin de ensancharlo y poder alojar en él a los misioneros que llegaran para ayudar al prelado en la moralización del pueblo. Se construyó entre 1852 y 1856 como estructura independiente, completa en sí misma y conectada al anterior por un pasillo, pero se respetó y aprovechó de igual forma el declive de la pendiente y las dependencias rodeando un patio de proporciones perfectas y galería porticada. Tiene una hermosa capilla de reducido tamaño, asociada por su forma y estilo con la del Arsenal de la Puntilla

Capilla del Seminario Conciliar. Cortesía de Andy Rivera/PRHBDS.

En un país carente de instituciones de educación superior, fue en el Seminario donde se ofrecieron las primeras cátedras de farmacia y química, a cargo del padre Rufo Manuel Fernández. Además de los estudiantes aspirantes a la carrera sacerdotal, el Seminario Conciliar atendía otros alumnos de la ciudad y en sus aulas se educaron muchos de nuestros próceres del siglo XIX. Se formaron en el recinto José Julián Acosta,  Román Baldorioty de Castro, Cayetano Coll y Toste, Federico Asenjo, José Celso Barbosa, entre otros. En 1860 pasó a manos de los jesuitas que establecieron un seminario-colegio de segunda enseñanza. Durante la primera república española se convirtió en Instituto Civil de Segunda Enseñanza (1873-1874) para devolverse antes del año a los jesuitas hasta 1879 cuando se mudó al edificio de la Diputación Provincial y el Seminario volvió a ser exclusivo para la carrera eclesiástica bajo la dirección de los padres paúles. Ya en el siglo XX fue por algunas décadas el Colegio de Santo Tomás de Aquino (1948-1972). El edificio, en muy mal estado, fue restaurado con esmero por Ricardo Alegría entre 1984 y1986, convirtiéndose a partir de ese último año en sede del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe fundado por él y que hoy trata de negociar su estadía allí al menos por el próximo año académico. Puede apreciarse que ha sido un edificio cuyo uso educativo persiste desde sus orígenes.

Sin detallar sus importantes rasgos arquitectónicos, vale decir que es uno de los edificios construidos durante el primer tercio del siglo XIX que iniciaron en la ciudad el estilo neoclásico que prevaleció en dicha centuria y distingue el casco antiguo. Junto con el Palacio Arzobispal componen una manzana importante porque conforman la antesala a la calle del Cristo vista desde el norte y al antiguo barrio de Ballajá que reúne la mayor densidad de edificios públicos a gran escala que tiene la ciudad. La mayor parte de ellos fueron obras de asistencia social, como el Hospital ya mencionado, la antigua Casa de Beneficencia (sede del Instituto de Cultura Puertorriqueña en la actualidad) y la primera casa para dementes que tuvo el país (hoy Escuela de Artes Plásticas). Estas instituciones, como las del Palacio Episcopal y el Seminario Conciliar fueron -y son- representativas del devenir histórico del país, no solo de su capital. Y de frente, en diagonal con el arzobispado, la deslumbrante Iglesia de San José, vuelta a consagrar en marzo de este mismo año después de una ingente restauración.

Como parte del distrito histórico de San Juan, los edificios, ahora tornados mercancías, rebasaron una recia evaluación para formar parte del Registro Nacional de Lugares Históricos dignos de preservarse y fueron aceptados por la UNESCO en su rigurosa lista del patrimonio histórico de la humanidad. En fin, se ha vendido una parte única del legado edificado del país, cuyo valor histórico, urbano, arquitectónico y cultural es intangible porque, además, está indisolublemente unido a nuestro desarrollo como país, al carácter mismo de lo que somos.

La sede arzobispal. Cortesía de Andy Rivera/PRHBDS
Archivo Arquidiocesano de San Juan, Cortesía de Andy Rivera/PRHBDS
Dos pinturas de José Campeche, El salvamento de Ramón Power ( c.1790) y el Obispo Juan Alejo de Arizmendi ( c. 1804). Colección Arzobispal.

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Memorias del ajuar doméstico puertorriqueño

Columna originalmente publicada en 80 Grados, el 14 de mayo de 2021.

Por Haydeé Reichard De Cardona

Esta es una colaboración entre 80grados y la Academia Puertorriqueña de la Historia en un afán compartido de estimular el debate plural y crítico sobre los procesos que constituyen nuestra historia.

Como regla general, conocemos la historia de las sociedades desde los grandes hitos y las figuras que se privilegian en documentos, museos, libros de enseñanza y las efemérides. Por mucho tiempo, la vida cotidiana y sus artefactos se arrinconaron como folklore y se vieron como maneras inferiores de conocer la historia de las sociedades. Afortunadamente, hemos superado esa dicotomía absurda y abunda la historiografía que se ocupa de los gustos, los objetos y las prácticas de la vida cotidiana. Desafortunadamente, sin embargo, hemos desterrado de nuestra memoria y de nuestra propia vida cotidiana muchas de las evidencias materiales, documentales y gráficas de estos inventarios domésticos. Este texto intenta recuperar algunos datos sobre la historia del mobiliario en Puerto Rico y aportar claves para la identificación de estilos y piezas que en un momento dado formaron parte de los espacios domésticos. Quizás algunos ejemplares de los mismos estén todavía en algunas de nuestras casas, esperando un mejor trato y conservación.

¿Cómo vivían los taínos? Además de la sangre, sudor y sufrimientos que sirvieron de abono para logros de futuras generaciones y para mitos heroicos de resistencia, las sociedades taínas tenían objetos de vida cotidiana que hemos heredado y adaptado a nuevos materiales y cromática: el bohío, la hamaca, el petate de rama de palma, y el dujo o turé.

Durante los primeros siglos de la colonización española, el mobiliario era escaso y muy pobre. La isla no tenía las riquezas de los virreinatos y la población era exigua hasta bien entrado el siglo XVIII. Sólo en las fortalezas de gobierno o en algún convento de la Capital se encontraban muebles de estilo. En la mayoría de las casas los únicos enseres eran los rústicos bancos de madera, una tosca mesa, y la hamaca o petate.

El poco mobiliario que se encontraba en la Isla había sido traído de España. Tanto en los conventos como en las edificaciones gubernamentales se encontraba los sillones fraileros, butacas muy austeras con asientos de cuero remachados por clavos. Más tarde fueron introducidas las sillas de caderas, de estilo árabe, y el escritorio portátil llamado el barqueño. Además, era de vital importancia para los funcionarios de gobierno el tener un arca de tres llaves. En ella se guardaban los documentos importantes y tres personas guardan las diferentes llaves.

A partir de mediados del siglo XVIII, se comienza a sentir en Puerto Rico un cambio en los inventarios de objetos con la apertura de nuevos puertos entre España y la Isla. Los emigrantes españoles que venían a establecerse permanentemente traían consigo sus familias y pertenencias. Así comienzan a llegar algunos muebles de estilo a Puerto Rico. Para 1793 Inglaterra cierra los puertos de Jamaica y Barbados a Estados Unidos. España aprovecha y abre los de la Habana y más tarde el de San Juan al comercio norteamericano. Para la Isla representó una nueva vía y progreso. Se intercambiaban harinas, tejidos, y negros esclavos por mieles, azúcar y café. Además, llegaban a la isla telas, calzados, muebles y otros artículos de necesidad. Para la misma época, en las pinturas de José Campeche se atisban algunas piezas de mobiliario pertenecientes a familias acomodadas y a funcionarios. Las piezas revelan un gusto por lo francés que era el criterio del gusto en la gastronomía, el vestuario y los muebles y utensilios.

Retrato de dama por José Campeche (1792)

La Cédula de Gracias de 1815 permitió la entrada de extranjeros de naciones amigas de España. Las emigraciones provenientes de Alemania, Francia, Curazao, Italia y Santo Domingo impulsaron la agricultura de exportación y una primera modernización del gusto en Puerto Rico. Vamos a notar la influencia de los recién llegados en el vestir, comer y el mobiliario doméstico. Igualmente, el efecto de las importaciones crecientes de Estados Unidos, que eran relativamente más baratas y destinadas a un consumo menos elitista.

En el libro Mis Memorias, Alejandro Tapia y Rivera nos describe el mobiliario que existía en las casas del puertorriqueño para el inicio del siglo XIX.

“Sofá de caoba maciza con asientos y almohadones de crin o cerda; silla de la misma clase, bastante pesadas como los veladores y las mesas de la propia madera… La sillería de la casa, la más moderna, eran de madera pintada que se traían de Norte América, lo mismo que el sofá o canapés, verdaderos potros, por la dureza de su asiento aquellos y éstos; pues el ajuar de rejilla no comenzó a usarse hasta 1830 y tantos.” También había en casa algún sillón de caoba, como era entonces todo el mobiliario decente, con asiento muy cómodo.”

Sobre la vivienda de la gente pobre, Tapia se expresaba así: “Las sillas y sillones de las casas menos ricas, eran de paja pero no de rejilla, sino tales como se usa en las sillas de palo blanco y tosco que aun fabrican en Cangrejos.”

La vivienda de trabajadores en la ruralía no varió mucho hasta hace medio siglo. Las casas de madera hechas de trozos de palma real, con setos y paredes forrados con yaguas o tabla astilla, era el hogar de miles de campesinos. En la sala principal se divisaban bancos de toscas maderas o algunos turés hechos de madera o cuero de cabros. Cerca del tabique que dividía la estancia (soberao) del aposento se colocaba una mesa de madera del país que servía de sitio de comida, estudio y trabajo. Sobre ella el quinqué de gas o la vela de esperma que alumbraba el recinto al caer la tarde.

Adosado al centro del tabique sobresalía el retablo o altar doméstico donde se colocaba la imagen de la Virgen y todas las noches se rezaba el rosario. A un costado, bien doblado, el petate, estera rústica confeccionada de ramas de cogollo, que nuestra gente fabricaba para dormir.

Doña Monserrate y su hija Cándida en su casa en Sabana Grande (2010).

En el aposento sobresalía el crucificado y un rosario de camándulas y peronías de doméstica confección que colgaba sobre un clavo en el centro de la pared. El catre de tijerilla o camero para los mayores y el coy o coe para el infante llenaban las necesidades para el descanso. La naturaleza proveía las vasijas y utensilios. La vajilla, vasos, atacas, ditas y cucharas eran sacadas de la corteza de la higuera. Los pobres que residían en la zona urbana vivían en endebles edificaciones de madera y yagua, en peores condiciones debido al hacinamiento.

Un dormitorio en una casa de madera en los pueblos de Puerto Rico. Fotografía de Héctor Méndez Caratini.

Las residencias de las personas de medios estaban fabricadas de maderas del país, mampostería, techadas forradas de tejamaní. Las de la zona rural eran amplias casonas de dos pisos construidas mayormente de maderas del país y mampostería. Su mobiliario era muy parecido al de la casa de la ciudad.

A medida que avanzó el siglo XIX, las residencias urbanas eran construidas con más estilo que las de las haciendas. Balaustres de madera en los balcones y bellos soles truncos de maderas caladas adornaban algunas fachadas mientras otras casas imitaban el estilo de barandillas de hierro, celosías de madera y techado a dos aguas de Nuevo Orleáns.

Muchos de los pisos eran de aceitillo, y en algunas residencias, de losa de mármol. Hubo gran afición a principios de este siglo por la losa isleña, conocida como mosaico hidráulico. Estas losas de diferentes colores se colocaban en juego y formaban la ilusión de una alfombra.

Losa criolla en una residencia en Yauco. Cortesía Amigos de Yauco Patrimonial.

Un detalle que le daba a las residencias un toque de elegancia eran los plafones de latón repujado o de metal labrado traídos de Nuevo Orleáns. Sin embargo, en la típica casa de pueblo, el cielo raso era de tablas bien pulidas y cepilladas.

Cual encaje calado se levantaban los medios puntos que dividían la antesala de la sala principal y el comedor. En la mayoría de las casas del pueblo se construía un mediopañito para dividir la sala del comedor. Su forma y estilo variaba desde un arco de madera hasta un armario.

El artesano boricua transformaba las maderas nobles del país en hermosos sillones de estilo isabelino, María Teresa, Luis XV, Reina Ana, aunque en muchas ocasiones con un toque criollo.

Las primeras sillas y sillones que llegaron a la isla con los escudos de familias, flores, plumachos y otros motivos renacentistas en sus respaldos fueron franceses o de influencia francesa. El estilo francés Luis XV fue muy admirado y copiado. Las mesas con pies de forma S, estilo consolas; los buffets, secrétaires, chiffonier, cómodas de varios cajones, y el uso de la caoba barnizada a mano, motivó a los ebanistas del patio a la manufactura del mueble en la isla.

El historiador Lidio Cruz Monclova escribió: “además del juego de muebles del país, se había generalizado entre la clase pudiente el uso de muebles españoles, franceses y norteamericanos”. El puerto de Nueva Orleáns era uno de los más que comerciaba con la isla este tipo de mercancía.

Los muebles de medallón conocidos en España como Isabelinos, y en Inglaterra como Victorianos llegaron a la isla para 1860. Estos muebles tenían el asiento y el respaldo de rejilla tejida y eran hechos de caoba o laurel sabino.

El ebanista puertorriqueño al cierre del siglo pasado había diseñado y confeccionado un juego de muebles de caoba y pajilla tejida.

El respaldo era en forma rectangular y adornaban los lados, dos finos balaustres que pegaban a una cornisa tallada. La versión criolla del isabelino, toma del estilo “William & Mary”, (estilo inglés utilizado en Williamsburg, Va.)). La pata del mueble imita una copa invertida, y el espaldar de forma recta es terminado con balaustres y cornisa. Es importante recordar la influencia norteamericana en el mueble. Además, el mueble de medallón requería de una gran destreza y maquinaria que estaba muy escasa en la isla.

El juego de sala consistía en un sofá, cuatro sillones, doce sillas, una consola con su espejo adosado, un velador, juguetero y musiquero. Además de los juegos de comedor se construían hermosas camas de pilares y amplios roperos de una y dos lunas, y elegantes tocadores para las damas. Se destacaron las fábricas de Vidal en Ponce, don Adolfo Ruiz en Mayagüez, Valentín en Cabo Rojo y el Taller Industrial de don Félix García en Aguadilla.

La elegancia que resplandecía en la residencia del doctor, abogado, farmacéutico o comerciante del pueblo era reflejo de la maestría del ebanista isleño y el fino gusto de las mujeres de la familia.

El florero de cristal opalino en el centro de la mesa de recibo, las figuras de porcelana colocadas en el juguetero, el fino dosel o cenefa que cubría el armazón del techo de la cama de pilares, las hojas de música de piano se guardaban en el musiquero o la hermosa sopera colocada sobre el seibó y el tarjetero de plata donde se colocaba la correspondencia eran distintivos de una clase social.

Colección Haydeé Reichard De Cardona

Luego del cambio de soberanía, llegaron los cambios de muebles. Muchos puertorriqueños quisieron modernizar el mobiliario del hogar. La ebanistería criolla fue sustituida por la norteamericana de fondos y espaldares de calurosos almohadones no propios para este país. Durante los años veinte abundaron en la isla los muebles de mimbres, las cortinas tejidas y los colores claros.

El Art Deco se reflejó en los muebles de caoba y pajillas comunes de los años 1930 y 1940. En Aguadilla el Taller Mecánico de don Raúl Esteves era reconocido a través de toda la isla por la construcción de los muebles de estilo María Teresa. Talladores como don Genarito Respeto, hacía verdaderas obras de arte. Los muebles manufacturados por la Casa Margarida de San Juan gozaron de gran fama.

Colección Haydeé Reichard De Cardona

Aguadilla ha tenido grandes ebanistas y talladores como los señores: Félix y Ricardo García, Manuel Gómez Tejerá, Mon Bocanegra, Rafael Boglio, Genarito Respeto, Chelao Cardona, Gerardo y Antonio Javariz. Caridad Monte, Francisco (Pancho) González, Juancho Esteves, Hnos. Cabán y Etalisnao (Lolo) Aldarondo.

Hoy en día, en la fábrica de don Ladimil Andújar, La Caborrojeña, se elaboran muebles de estilo criollo isabelino. Allí, artesanos puertorriqueños aún trabajan muebles de fina caoba y rejilla con bellos tallados en las cornisas.

En los últimos años se ha visto un despertar del puertorriqueño a valorizar lo suyo. Esto lo vemos por el interés que existe por las obras de arte, la música, literatura y ebanistería puertorriqueñas.

El tener en nuestra casa una pieza de mobiliario manufacturado y tallado en la isla debe ser motivo de orgullo patrimonial.

Haydeé Reichard De Cardona

Es oriunda de Aguadilla, Puerto Rico. Obtuvo su Doctorado en Filosofía con concentración en historia de Richmond University de Londres en 2006. La Universidad de P.R., Recinto de Aguadilla le otorgó un Doctorado Honoris Causa en Humanidades, en junio 2013. La historiadora y escritora se ha distinguido por sus artículos de cuadros de costumbres puertorriqueñas, estampas del siglo 19, cuentos, estudios sobre la religiosidad popular en Puerto Rico y el culto mariano. Es Académica de Número de la Academia de la Historia de San Germán y de la Academia Puertorriqueña de la Historia. Es autora de varios libros: Cuentos de Abuela; Memorias de mi pueblo…Aguadillanas; Tertulias Aguadillanas; Quinientos años de la Mano de María; El ABC de nuestra Fe; María en la historia de nuestro pueblo; Tiempo para Jugar y Cantar; La Hacienda Concepción; Santa Rita una hacienda para la historia puertorriqueña y Haciendas del triángulo noroeste de Puerto Rico Sus dueños y sus historias, entre otros.

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Encuentro en Aspen: Jaime Benítez y José Ortega y Gasset

Columna originalmente publicada en 80 Grados, el 16 de abril de 2021.

Por Jorge Rodríguez Beruff

Esta es una colaboración entre 80grados y la Academia Puertorriqueña de la Historia en un afán compartido de estimular el debate plural y crítico sobre los procesos que constituyen nuestra historia.

José Ortega y Gasset y Jaime Benítez

Jaime Benítez conoció a su maestro José Ortega y Gasset en junio de 1949 en un evento de gran relevancia política y cultural en Aspen, Colorado. El rector de la Universidad de Chicago, Robert Hutchins invitó al rector de la Universidad de Puerto Rico, quien viajó acompañado por el escritor Emilio S. Belaval, hispanófilo y admirador de Ortega. Probablemente eran los únicos caribeños o latinoamericanos convocados a ese evento transatlántico Estados Unidos-Eurpa. Ya estaba en marcha desde 1942 la Reforma Universitaria en Puerto Rico inspirada, según Benítez, en el pensamiento del filósofo español.

En 1948, Robert M. Hutchins, Giuseppe Antonio Borgese, Arnold Bergstrasser y Walter Paul Paepcke hicieron una convocatoria mundial para celebrar el bicentenario de Goethe. Borgese era refugiado italiano y había promovido, junto con Arnold Bergstrasser, un proyecto de colaboración entre la Universidad de Chicago y la Universidad Goethe de Frankfurt. Bergstrasser se había exilado de Alemania en 1937 para enseñar en Claremont College y luego en la Universidad de Chicago. Fue uno de los fundadores del Deutscher Akademischer Austauschdienst (DAAD) para el intercambio académico internacional, programa que se fundó en 1925 y que se restableció en 1950 con el apoyo del profesor de Harvard, Carl J. Friedrich.  Por su parte, Bergstrasser estaba trabajando en ese momento en la edición de las obras completas de Goethe. Después de la guerra regresó a Alemania y enseñó en varias universidades hasta que recibió una cátedra en la Universidad de Friburgo. Ejerció una gran influencia intelectual en la Alemania de posguerra y en la educación en general.

Paepcke, por otro lado, era un empresario filantrópico, de ascendencia alemana, dueño de la Container Corporation of America, miembro de la Junta de Síndicos de la Universidad de Chicago, mecenas de las artes y entusiasta colaborador de Hutchins en la creación de un instituto humanístico en Aspen que se llamaría el Aspen Institute for Humanistic Studies. Aspen es un pequeño poblado localizado en un lugar de gran belleza natural en Colorado donde Paepcke había comprado terrenos. Este contribuiría a ponerlo en el mapa al hacerlo un lugar de encuentro cultural y educativo, atrayendo turistas e inversionistas.

La arquitectura de Bauhaus en el Aspen Institute.
Hutchins y Borgese, reconocidos anti-fascistas en Estados Unidos.

G. A. Borgese había publicado en 1937 una denuncia del fascismo y, con la colaboración de Hutchins, había establecido la revista Common Cause como parte del Comité para Redactar una Constitución Mundial (Committee to Frame a World Constitution). Su esposa, Elisabeth Mann, era la hija del novelista Thomas Mann, otro refugiado del fascismo que colaboró en el evento de Aspen.

También, el filósofo Mortimer Adler, estrecho colaborador de Hutchins, contribuyó a inspirar el proyecto de Goethe.

A los efectos se creó una Goethe Bicentennial Foundation cuya presidencia honoraria la ocupó el expresidente de Estados Unidos Herbert Hoover y era dirigida por Hutchins. Su junta de directores parece un Who´s Who del mundo académico, cultural, empresarial y político de la época.

De la Universidad de Chicago, otras universidades como Harvard, Yale y Columbia estaban involucradas en las políticas culturales hacia Alemania en lo que se llamó “diplomacia total”. Por ejemplo, la Universidad Libre de Berlín se fundó en 1948 con el apoyo de las autoridades militares bajo el general Lucius Clay, a recomendación de Friedrich, y con el endoso de fundaciones estadounidenses como de la Fundación Rockefeller y la Fundación Ford. La Universidad de Chicago cultivó las relaciones con la Universidad Goethe de Frankfurt.

Además, según el académico suizo Eduard Fueter, estaba en marcha la implantación de los Estudios Generales (usándose el concepto de studium generale y no el de Allgemeinebildung) en varias universidades siguiendo las recomendaciones de una Comisión Internacional para la reforma de la Universidad creada en la zona británica. El concepto de Allgemeinebildung (educación general) había quedado en descrédito durante el fascismo.

El contexto inmediato del evento en Aspen fue la partición de Alemania y la creación de la República Federal Alemana (RFA) al fundirse las tres zonas aliadas en un nuevo estado en septiembre de 1949 luego de un proceso constitucional. Los soviéticos planificaban su propia celebración del bicentenario de Goethe en Weimar y auspiciaban para ese momento la creación de la República Democrática Alemana (RDA) en su zona.

El evento dedicado a Goethe reunió en Aspen a Albert Schweitzer, José Ortega y Gasset, Stephen Spender, Ernest R. Curtius, Robert M. Hutchins, Thornton Wilder, amigo personal de Hutchins, Arthur Rubenstein, la Sinfónica de Minneapolis, el violonchelista Gregor Piatigorsky, los violinistas Nathan Milstein y Erica Morini y la cantante Dorothy Maynor.

La Conferencia de Aspen fue también un evento musical.

Entre las personalidades que asistieron estaba Ernest Hocking, el filósofo de Harvard, Charles J. Burkhardt, el historiador que era embajador de Suiza en Francia, Gerardus van der Leeuw, de la Universidad de Groningen, Baker Fairley, experto en Goethe de la Universidad de Toronto, Halvadan Khot, exministro de exteriores de Noruega, Jean Canu de Francia, y Elio Gianturco de Italia y un público de 2,000 personas (Benítez habla de 5,000). La capacidad de convocatoria de la red de Robert Hutchins era muy considerable para poder congregar a una audiencia tan diversa y destacada.

El evento no estuvo exento de controversia. Karl Jaspers, quizás la principal figura intelectual de la Alemania de la posguerra, fue el gran ausente del evento y no estaba de acuerdo con que se utilizara acríticamente a Goethe como un símbolo de la transformación alemana en la posguerra. Jaspers argumentó en 1947 que para Alemania reapropiarse del autor del Fausto era necesario verlo en sus limitaciones y no acercarse a él como si nada hubiera ocurrido en la alta cultura alemana.

Bicentenario de Goethe

En 1949, uno de los más destacados participantes alemanes de la conferencia de Aspen, Ernest R. Curtius, atacó acremente a Jaspers por su adhesión al existencialismo, su planteamiento sobre la culpa colectiva alemana y hasta su decisión, basada en consideraciones de seguridad personal, de salir de Alemania e irse a Basilea, Suiza, a enseñar. Le acusó de querer ser un nuevo Alexander von Humboldt haciendo referencia a su libro Die Idee der Universität (La idea de la universidad), publicado en 1923 y que había sido reeditado en 1946.

En la correspondencia entre Hannah Arendt, entonces en el New School for Social Research en Nueva York, y su maestro Karl Jaspers se comentó con desprecio el evento de Aspen alegando que se trataba de un intento de Walter Paepcke para valorizar los terrenos que había comprado en ese “ghost town” de Colorado que nadie conocía. Arendt también puso en duda la reputación antifascista de Bergstrasser.

En el momento de la invitación a Ortega en 1948, este se encontraba en Madrid estableciendo con su principal colaborador Julián Marías un Instituto de Humanidades que pretendía mantenerse con las matrículas de sus conferencias y cursillos. En el evento en Aspen, el filósofo aprovecha para discutir la situación de los intelectuales en Alemania y otros países europeos bajo el fascismo. Es el primer evento donde interviene en una serie de conferencias sobre Goethe que tratan, en el fondo, sobre cual debía ser la política cultural europea en la posguerra. Luego de Aspen ofreció conferencias sobre Goethe en Hamburgo y Berlín “a pocos metros de la línea donde impera la gran banalidad que es la interpretación económica de la historia.”Se refería, por supuesto, al materialismo histórico.

El numeroso público reunido en Aspen se cobijó bajo una enorme carpa diseñada por el arquitecto Eero Saarinen que no impidió que los asistentes se mojaran por la lluvia.

Los invitados a la celebración del bicentenario de Goethe en Aspen (1949)

El concepto era una actividad interdisciplinaria que abarcó el diseño, la filosofía, la literatura y otros campos. Además, se llevó a cabo una intensa campaña de relaciones públicas antes y después del evento, que capitalizó en la presencia del popular médico filántropo Schweitzer y Ortega, para proyectarlo como un gran evento cultural nacional.

La conferencia de Ortega sobre Goethe, traducida por Thornton Wilder, fue un éxito y aumentó el reconocimiento que el filósofo ya tenía en Estados Unidos. Ortega fue agasajado en la nueva residencia que tenía el actor Gary Cooper en Aspen, con quien intercambió camisas. También visitó Nueva York donde Benítez le sirvió de cicerone.

La obra de Ortega era conocida en los Estados Unidos. La Rebelión de las masas había sido traducida al inglés y publicada como The revolt of the masses en 1932. En 1944 se había publicado una traducción de Misión de la universidad que llevó a Mortimer Adler a reconocer la cercanía de las ideas del filósofo español con el plan de Hutchins en la Universidad de Chicago. La edición inglesa de ese libro fue reseñada muy favorablemente por el propio Hutchins diciendo que la propuesta buscaba revolucionar (“turn upside down”) la universidad existente.

Ortega había escrito en 1932 que “no, todavía no se puede definir el ser americano por la sencilla razón de que aún no es, aún no ha puesto irrevocablemente su existencia en un naipe, es decir en un modo de vida determinado…  De aquí que me parece imperdonable la confusión padecida por Europa al creer que América podía representar una nueva norma de vida.” El pensamiento orteguiano se había asociado en América Latina a corrientes de pensamiento contra la influencia cultural del norte anglosajón, aunque él tomó distancia del nacionalismo latinoamericano. Ahora, después de la guerra en que Estados Unidos salió triunfante, expresaba que Europa estaba en crisis y que podía aprender mucho del vencedor. En la emergente Guerra Fría, Ortega hizo clara su postura a favor de la alineación de Europa con Estados Unidos.

El evento de Aspen permitió establecer un mayor contacto entre la importante red académica y cultural que había construido Hutchins y la de José Ortega y Gasset. Walter Paepcke consultó a Ortega sobre el carácter que debía tener el instituto que estaba desarrollado en Aspen. Este le recomendó que no creara una universidad, sino que siguiera el modelo del Instituto de Humanidades que desde 1948 desarrollaba con Julián Marías en Madrid. Paepcke luego mantuvo correspondencia por varios años con Ortega.

Jaime Benítez jugó un papel importante en ese encuentro transatlántico entre las poderosas redes de Hutchins y Ortega en el contexto de la Guerra Fría. Acababa de imponerse en una larga huelga estudiantil en la UPR matizada por la dinámica del nuevo conflicto global.

Huelga de 1948 en la Universidad de Puerto Rico

Aunque muchos de los planes que se hicieron en Aspen no pudieron realizarse, la relación con Hutchins le dio una importante cubierta política al proyecto de Ortega en Madrid, al que Benítez apoyaba usando la considerable influencia del primero en el mundo de las fundaciones estadounidenses. El rector puertorriqueño trató de conseguir financiamiento de la Fundación Rockefeller para el Instituto de Humanidades pero Ortega no lo aceptó.

Soledad Ortega resume su visión del significado de este evento de Aspen de 1949, destacando el papel del “grupo de Chicago” y de Mortimer Adler. Benítez nunca logró que Ortega visitara la universidad, pero a través de Ortega conoció a Julián Marías a quien invitó a Puerto Rico. Aparentemente Benítez conoció a Marías durante un viaje a España en 1954 y luego lo traería desde Yale a la Universidad de Puerto Rico para ofrecer un ciclo de conferencias.

Sobre Marías, le escribiría el 17 de julio de 1956 a John Marshall, director asociado de Humanidades de la Fundación Rockefeller para que se le financiara por dos años la redacción de un libro sobre Ortega.

Julián Marías es una especie de Mortimer Adler no beligerante, abiertamente católico, muy amable y poético. Lo que se rumora de que escribe a sus amigos en griego es falso, sólo en latín y eso en sus días estudiantiles.

Benítez consiguió 17,000 dólares de la Rockefeller para que Marías trabajara en ese y otros proyectos desde Madrid. Julián Marías, María Zambrano y Antonio Rodríguez Huéscar, entre otros académicos españoles, jugaron un papel de nexo entre Ortega y Benítez. El biógrafo de Ortega, Javier Zamora, señala lo siguiente sobre Benítez: “entre Ortega y la Fundación Rockefeller hizo de mediador Jaime Benítez, rector de la Universidad de Puerto Rico, que se vio con Ortega en Estados Unidos…”

En un discurso de 1955 Benítez señaló lo siguiente:

Hace trece años me correspondió participar en una reforma universitaria. Quiero pensar que lo mejor de mi aportación refleja en buena parte el espíritu y la perspectiva intelectual de aquel gran maestro, José Ortega y Gasset. No es extraño que al hablarse de nuestra reforma se la asocie en Estados Unidos con la de Robert Hutchins en Chicago. Hutchins, a su vez, ha reconocido en varias ocasiones su deuda con Ortega.

En la Reforma Universitaria de 1942 figuran de manera prominente los planteamientos de estos dos teóricos sobre la educación superior reinterpretados por Jaime Benítez y sus colaboradores, incluyendo a los exiliados españoles que comenzaron a fluir a la Universidad de Puerto Rico a fines de los treinta.

La Facultad de Estudios Generales puede trazar su ascendencia a los escritos de Ortega de 1930 y, quizás en menor medida, a las reformas del College de la Universidad de Chicago. El propósito de emprender una gran reorganización académica posiblemente tuvo sus antecedentes en la gestión transformadora de Hutchins en la Universidad de Chicago que Benítez conocía de primera mano. Ambos pensadores coincidían que la misión de la universidad era fundamentalmente cultural e indispensable para la democracia.

No se le puede atribuir el concepto de Casa de Estudios a ninguno de estos referentes externos. Ortega no prescribió nunca una institución autoritaria y disciplinada. Y Hutchins, un liberal de izquierda, rechazó la intromisión de la intolerancia política de la Guerra Fría en Chicago. Ese concepto posiblemente tuvo más que ver con los duros enfrentamientos entre Benítez, en su doble papel de rector y líder del PPD, y el independentismo.

Pero no solo se trató de la circulación de ideas sobre la educación superior. Tanto Hutchins como Ortega eran líderes de influyentes redes intelectuales y académicas en las que logró insertarse muy efectivamente Benítez. Ambas representaban factores de poder. El gran estratega Jaime Benítez logró definir su papel como intermediario o bróker entre ambas y beneficiarse de su acierto. No en vano reclamaba haber reconciliado a Estados Unidos con España. En cierto sentido logró la cuadratura del círculo: una universidad “americana” e hispanista a la vez.

Jorge Rodríguez Beruff

Catedrático Retirado del Departamento de Ciencias Sociales de la Facultad de Estudios Generales de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Estudió Ciencias Políticas en la Universidad de Puerto Rico y en la
Universidad de York en Inglaterra, donde obtuvo una mención especial del Comité de Altos Estudios. Del 2003 al 2011 fue Decano de la Facultad de Estudios Generales de la UPR, Recinto de Río Piedras. Entre sus publicaciones se encuentran Strategy as “Politics, Puerto Rico on the eve of the Second World War”, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, Río Piedras, 2007, “Las memorias de Leahy: los relatos del Almirante William D. Leahy sobre su gobernación de Puerto Rico (1939-1940)”, Fundación Luis Muñoz Marín, San Juan, 2002, “Política militar y dominación, Puerto Rico en el contexto latinoamericano”, Editorial Huracán, Río Piedras, 1988. Con José Bolívar Fresnada es editor de dos libros sobre Puerto Rico en la Segunda Guerra Mundial. En la actualidad trabaja sobre el concepto de “estudios generales” y la Guerra Fría.

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En una brecha angosta y espinosa: José de Diego y el sufragio femenino

Columna originalmente publicada en 80 Grados, el 24 de abril de 2020.

Por María de Fátima Barceló Miller

José de Diego

En 1909, José de Diego presentó una contumaz oposición al proyecto de la Cámara de Delegados Núm. 39, de la autoría de Nemesio Canales, que le reconocía a las mujeres la franquicia electoral. La vehemente negativa del legislador aguadillano a concederles el voto a las mujeres requiere ser problematizada desde una óptica más amplia que abarque el ideario político de de Diego con sus ambigüedades y contradicciones. Su oposición a concederle el voto a las féminas es uno de los episodios más reveladores de las inconsistencias del pensamiento político del autor de “En la brecha”.

I – El toro acorralado

Primero que nada, hay que dejar establecido que en ningún momento existe la intención de restarle méritos a las ejecutorias de de Diego en el campo de las letras, la educación y la defensa del idioma, entre otras causas. Ese es un legado que no se cuestiona. Este análisis va dirigido a problematizar sus contradicciones ideológicas y cómo su oposición al sufragio femenino delata sus nociones de género.

Para muchos, José de Diego es considerado el independentista por excelencia en el Puerto Rico de comienzos del siglo 20. Hay quienes incluso lo colocan en la misma línea de Betances y   su proyecto de la Confederación Antillana. Este aspecto todavía admite profuso debate y conviene estudiarse más a fondo.[1]

Otras investigaciones han expuesto sobre las contradicciones ideológicas y políticas del “Caballero de la Raza”.[2] Félix Córdova Iturregui las resume magistralmente en la siguiente cita:

En realidad, se trata de una figura agónica que tiene dos caras. Una de ellas fue absorbida por el íntimo deseo de modernidad. La otra, frente al vértigo de una modernidad impuesta por el imperialismo de forma autoritaria y desigual, que asomaba un monstruo horroroso, se inclinó fervorosamente hacia la tradición.[3]

Nemesio Canales

De Diego fue el toro acorralado; acorralado entre la modernidad y la tradición. Con la tradición, de profundo aliento hispanófilo, rugió en 1909 como la fiera y con su vehemente y poética oratoria, embistió. En esa embestida, arrolló a las mujeres. Es desde esta perspectiva que propongo analizar la argumentación que desarrolló el líder independentista del Partido Unión cuando Nemesio Canales presentó su proyecto de ley referente a los derechos de la mujer.

En trabajos anteriores he discutido la forma profundamente masculinizada en que se desarrolló el proyecto modernizador y cómo Canales se ubica en la discursividad de la modernización.[4] Para Canales, contrario a de Diego, los convencionalismos y la tradición entorpecían el tránsito hacia la modernidad. Para el jayuyano, que tampoco está libre de contradicciones,[5] la transformación del rol político de la mujer era un imperativo para el progreso y el camino hacia la modernidad.

En función de una igualdad cívica y legal, Canales presentó el proyecto que rezaba así:

P.de la C. 39 SOBRE LOS DERECHOS DE LA MUJER, 21 de enero de 1909 En la Cámara de Delegados de Puerto Rico. El señor Canales presentó el siguiente proyecto de Ley para la emancipación legal de la mujer. Decrétese por la Asamblea Legislativa de Puerto Rico:

SECCIÓN 1 – Todo derecho, sea cualquier su índole o naturaleza, concedido por las leyes en vigor en Puerto Rico, a los ciudadanos varones y mayores de edad,

SE ENTENDERÁ CONCEDIDO también concedido a la mujer y regulado en su ejercicio y aplicación en la misma forma y condiciones que si se tratara de hombres.

SECCIÓN 2 – Toda ley o parte de ley que se oponga a la presente, queda derogada.

SECCIÓN 3 – Esta ley empezará a regir el primero de julio de 1909.” [6]

El choque con de Diego, su correligionario y colega en las lides literarias, fue inevitable.

II –  Leyes galantes, inspiradas en la hidalguía

Nuestras leyes son galantes, están inspiradas en la hidalguía
 de aquellos caballeros castellanos que se mataban
 y morían por una dama desconocida.”[7]

Esta reveladora afirmación es uno de los hilos conductores de la argumentación que de Diego desarrolló para oponerse al proyecto de Canales. Es una vigorosa defensa del legado hispánico que, según él, caracterizaba al discurso legal puertorriqueño. En su alocución hace un docto recorrido, con fuertes dosis de idealización, por la historia del derecho español, desde la dominación de los godos de la península ibérica hasta la Constitución de 1876.  Para de Diego, Puerto Rico era heredero del “Fuero Juzgo[8] y de las leyes que regían la nacionalidad española.

Magistralmente capotea los vaivenes políticos, los atropellos y las luchas de los puertorriqueños durante la dominación colonial española que, como sabemos, dista mucho de haber sido miel sobre hojuelas.[9] La hispanofilia aflora libre y poéticamente en su verbo y se erige como el principal fulcro de la tradición. En función de esa hispanofilia defiende lo que consideraba lo más ‘sagrado’ de la personalidad puertorriqueña: el hogar, la familia y las relaciones de género imperantes en la sociedad agraria tradicional que el ‘Gran capital foráneo’ estaba destruyendo a pasos agigantados. En esa sociedad que desaparecía frente a sus ojos –aunque él era abogado y cabildero de los intereses del monstruo destructor–la mujer no tenía espacio en la política: “No habrá un solo hombre de honor que intente doblegar a las mujeres a los duros oficios varoniles.”[10]

Para de Diego la política era un asunto de hombres. El gobernar, legislar, cabildear, participar en campañas y debates políticos eran espacios exclusivamente varoniles. El rol de la mujer en la sociedad estaba determinado por la maternidad. De Diego glorificó el embarazo y el parto: “mientras vibra el grito de la madre, vibra también el grito sonoro del infante… y este grito es la repercusión en la tierra de la campaña tañante en los cielos por la perpetuidad y el triunfo de la especie humana.”[11]

III – Una sabia desigualdad

Adoptando un condescendiente esencialismo, de Diego legitima porqué el lugar lógico y ‘natural’ de las féminas es el hogar y la crianza de los hijos, su responsabilidad. En primer lugar, aclara que él jamás había pensado que el hombre fuera superior a las mujeres. No era cuestión de la superioridad de un sexo sobre otro, sino de una desigualdad natural. Era una desigualdad establecida por Dios; una ‘sabia’ desigualdad en la que mujer dominaba por el sentimiento y el hombre por la razón. Era una desigualdad basada en una dudosa biología que determinaba que las mujeres recibieran un trato diferente:

La amplitud de las caderas, y de la arcada pubiana, la cortedad y redondez del cuello, y de los hombros, la profundidad del tejido adiposo, la suavidad de las curvas, la menor densidad de las masas encefálicas y mayor simplicidad de las circunvalaciones cerebrales, todos signos diferenciales del sexo femenino en relación con el masculino reclaman un trato diferente, una misión diferente, una vida individual diferente…[12]

Era una desigualdad que la naturaleza y Dios le habían concedido: “Deje el autor de este Proyecto a la mujer el pleno y dulce imperio que la naturaleza le ha formado y Dios le ha concedido; no la despoje de su corona, de su trono y de su cetro en el hogar; no la saque del amor y de la calma de la familia, al odio y las pasiones de las luchas viriles…”[13]

La oratoria del Caballero de la Raza fue tan vehemente, tan vibrante, tan enérgica e histriónica, que todos los Delegados, incluyendo a Nemesio Canales, se levantaron de sus sillas y aplaudieron efusivamente a de Diego por un minuto.[14] Por votación de 20 a 7 el proyecto se pospuso indefinidamente.[15]

Mercedes Solá

IV – Las quiero más a ustedes

Cuando se produjo este debate en la Cámara de Delegados en Puerto Rico aún no existía ninguna asociación sufragista. No obstante, en 1917, cuando se fundó la Liga Femínea que posteriormente cambió de nombre a Liga Social Sufragista[16] sus líderes en innumerables ocasiones hablaron con el legislador-poeta sobre el tema. Su ‘enternecida’ respuesta parecía templar los reclamos de las sufragistas: “No quieran volar; esta tarea es muy fuerte y ustedes deben aprender, sufriendo lo menos posible. Todas mis simpatías están con ustedes. Quiero la causa, pero las quiero más a ustedes.”[17] Hay que considerar que el movimiento recién se iniciaba y frente a la imponente figura del “Caballero de la Raza”, sus voceros no tenían los recursos ni el poder negociador para entablar una polémica. Pero también había una resistencia cultural que aún muchas de las sufragistas no habían logrado rebasar.

José de Diego murió en 1918. Mercedes Solá, ideóloga de la Liga Femínea, escribió en la revista  La Mujer del Siglo XX :  “Si Legislador rechazó un proyecto de ley lo hizo por amor a la mujer.”[18]

Habrían de transcurrir once años para que, en 1929, se aprobara el sufragio femenino restringido por literacia. A veces, amor se escribe con H de hombre.

————————
[1]
 Marcos Nieves Dávila, “José de Diego, plenitud, infausto”.

En http://www.lasletrasdelfuego.com/search/label/Jos%C3%A9%20de%20Diego ; Rafael Bernabe, “1912-2012: Un centenario sin nostalgia”. En http://www.80grados.net/%ef%bb%bf1912-2012-un-centenario-sin-nostalgia-edit/ ;

José R. Rivera González, “El concepto de ‘lo político’ en los escritos de José de Diego y Nemesio Canales”. Monografía inédita. La autora consigna su profundo agradecimiento al Profesor Rivera González por permitir citar su trabajo en vías de publicación.

[2] Véase César Ayala y Rafael Bernabe, Puerto Rico in the American Century. A History since 1898. Chapel Hill, The University of North Carolina Press, 2007. Kindle Edition, Chapter 3 – Political and Social Struggles in a New Colonial Context, 1900-1930–; Félix Córdova Iturregui, “Prólogo: Margot Arce y la obra de José Diego.” En Margot Arce de Vázquez, La obra literaria y el pensamiento poético de José de Diego. Editorial de la UPR, 1998, pp.11-43; Ángel Quintero Rivera,, et. al. , Puerto Rico: Identidad nacional y clases sociales (Coloquio de Princeton), Río Piedras,  Ediciones Huracán, 1979.

[3] Córdova Iturregui, pp. 11-42.

[4] María de F. Barceló Miller, “Nociones de género en el discurso modernizador, 1870-1930.”Revista de Ciencias Sociales “,(CIS-UPRRP), 2000, pp. 1-27.

[5] Loc.cit., Véase el apartado titulado “A Canales también se le ve la costura.”, pp. 7-13.

[6] Archivo General de Puerto Rico (AGPR), Colección de proyectos legislativos del Consejo Ejecutivo y de la Cámara de Delegados de Puerto Rico, 1903-1917.

[7] La Democracia, 10 de 1909, p. 1.

[8] “Código de legislación hispano-gótica, el único que rigió en la península ibérica durante la dominación visigoda y que asentó una norma de justicia común para visigodos e hispanorromanos.” http://www.rae.es/fuero-juzgo-en-latin-y-castellano#sthash.VkGqMRij.dpuf

[9] Como muestra véase Francisco Moscoso, La Revolución Puertorriqueña de 1868: El Grito de Lares. Cuadernos de Cultura del Instituto de Cultura Puertorriqueña, 2003; Haroldo Dilla y Emilio Godínez, Colección del Pensamiento de Nuestra América, Ramón Emeterio Betances, Casa de las Américas, 1983; Félix Ojeda, Peregrinos de la libertad. Universidad de Puerto Rico, 1992; Germán Delgado Pasapera, Puerto Rico: sus luchas emancipadoras. Editorial Cultural, 1984; Fernando Picó, Historia general de Puerto Rico. Río Piedras, Huracán, 1986.

[10] La Democracia, 10 de febrero de 1909, p. 1.

[11] Loc. cit.

[12] La Democracia, 11 de febrero de 1909, p. 1.

[13] Loc. cit.

[14] Loc. cit.

[15] AGPR, Colección de proyectos legislativos del Consejo Ejecutivo y de la Cámara de Delegados de Puerto Rico 1903-1917. No aparecen las hojas de votación. Tan solo se informa el resultado.

[16] María de F. Barceló Miller, La lucha por el sufragio femenino en Puerto Rico, 1896-1935. San Juan, CIS/Huracán, 1997.

[17] “La mujer del Siglo XX”, 31 de agosto de 1918, p, 11.

[18] Loc. cit.

María de Fátima Barceló Miller

Es Catedrática Retirada de Historia de la Facultad Interdisciplinaria de Estudios Humanísticos y Sociales de la Universidad del Sagrado Corazón donde enseñó entre 1981- 2018. Obtuvo el doctorado en Historia en la Universidad de Puerto Rico. Sus áreas de especialidad son Género, Historia Cultural, e Historia de las Mentalidades. Ha publicado los siguientes libros: Política ultramarina y gobierno municipal: Isabela, l873-l887. Ediciones Huracán, l984; La lucha por el sufragio femenino en Puerto Rico, 1896-1935. Río Piedras, Ediciones Huracán, 1997; con Mayra Rosario Urrutia, Somos parte de la Historia de las Américas, Editorial La Biblioteca, 2009; Somos parte de una historia, geográfica, social y cultural, Editorial La Biblioteca, 2010 y Somos parte del mundo, geografía, historia y cultura, Editorial La Biblioteca, 2011. Su incorporación a la Academia Puertorriqueña de la Historia fue en 2017 y su discurso para dicha ocasión se titula Feminismo pacifista: La Liga Femínea Puertorriqueña ante la entrada de Estados Unidos en la Gran Guerra, 1917-1919.

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El pan nuestro de cada día: fantasma del hambre de 1942

Columna originalmente publicada en 80 Grados, el 29 de mayo de 2020.

Por Cruz Miguel Ortiz Cuadra

Santurce, mayo de 2020

A lo largo de nuestra historia, el fantasma del hambre nos ha perseguido recurrentemente. Si definiéramos hambre como la imposibilidad de los individuos de acceder a una ingesta diaria adecuada, en cantidad y calidad suficiente como para poder reproducir la vida de forma habitual, entonces el fantasma se nos ha aparecido de manera abrupta como consecuencia de plagas, sequías, huracanes, inundaciones, políticas arancelarias interesadas, bloqueos estratégicos de suministros básicos, guerras, racionamientos tácticos y, más recientemente, pandemias. Las crónicas de la conquista, los archivos histórico-documentales, los periódicos y los informes gubernamentales están llenos de narrativas sobre carestías alimentarias. Y, en el presente, como hemos visto en tiempos recientes, los medios electrónicos han sido una fuente eficaz para develarnos, otra vez, el espectro del hambre y de la inseguridad alimentaria en la vecindad de nuestra historia real.

Una de las crisis alimentarias más duras en la historia de Puerto Rico ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial (1941-1945), especialmente en el período de que va de 1942 al 1944, cuando se impuso un estricto racionamiento a la venta y consumo de alimentos básicos importados debido a 3 razones: (1) el enfoque de la producción alimentaria para abastecer a los soldados en los frentes de guerra (2) la asignación de un mayor espacio de carga para acomodar materiales de guerra en detrimento de la carga de alimentos en los buques comerciales y (3) el quiebre de la cadena de suministros a raíz de los ataques submarinos alemanes a barcos de carga con rutas en el Caribe. Lo dramático de la crisis se muestra claramente en una carta que suscribe Antonio Fernós Isern, médico y figura clave en el gobierno del Partido Popular Democrático tras las elecciones de 1940.

Esa fractura exacerbó la fragilidad de un sistema alimentario que tres años antes del ataque a Pearl Harbor importaba sobre 603.7 millones de libras de comida y producía para consumo sólo 1.14 millones.[1] Las insuficiencias golpearon a la generalidad de la población, pero sacudieron con más fuerza a las familias trabajadoras y campesinas que por entonces, para una dieta mínima y adecuada durante el año, necesitaban sobre $762, algo imposible para una población con trabajos agrícolas estacionales que, en condiciones óptimas, devengaba entre $155.88 y $599.00 anuales.[2] A esto se añadía que más de 100,000 campesinos carecían de tierra propia para un autoabastecimiento familiar idóneo. Así, la alimentación básica, que para entonces se había conformado en una matriz muy sencilla (cereal y tubérculo en el centro + legumbre de contorno + tasajo y bacalao como periferia saborizante), se simplificó aún más para una población que ya sufría de inseguridad alimentaria crónica. En lo que sigue me gustaría mostrar algunos ejemplos de cómo la población enfrentó el hambre, para buscar, y comer, el pan nuestro de cada día.

Cortesía del Archivo de la Fundación Luis Muñoz Marín

Inopia panis, penuria panis: el arroz

Hacia 1940-4 la importación de arroz alcanzaba 262,623,829 millones de libras.[3] Si bien es cierto que en la isla se producía arroz criollo íntegro (alrededor de 2.7 millones de libras), el latifundio, por un lado, y la fuerza del merado arrocero estadounidense por otro, habían hecho del arroz pulido importado el centro básico de la dieta puertorriqueña. En 1941, se estimó que las familias puertorriqueñas –con un promedio de 6.5 personas por hogar–, consumían entre 132 y 152 libras anualmente.[4]

Según un informe de la Oficina de Distribución de Alimentos, adscrita a la War Food Administration en Washington, el período que transcurrió entre julio y octubre de 1942 fue uno turbulento en Puerto Rico, en el que el miedo al hambre, según el despacho, “increased to the breaking point, and already food riots were taking place.”[5]

Así, cuando en noviembre de 1942 el gobierno anunció que a la isla sólo arribarían 198.000.000 de libras (en efecto arribaron menos), y se estableció un régimen de asignaciones fijas que limitó a una libra ½ por persona la cuota semanal, asegurar el alimento central de la matriz se tradujo definitivamente en protestas y reclamos violentos. La población hambrienta se lanzó a las calles en busca del preciado cereal cuando el 11 de noviembre de 1942 –a casi un año del inicio de los ataques submarinos– se diseminó en Ponce el rumor de que había anclado en el puerto un barco repleto de arroz. El Puerto Rico World Journal reportó el evento de la siguiente forma:

Ayer, temprano por la mañana –reportaba el Puerto Rico World Journal del 12 de noviembre– largas filas de personas se alinearon en las puertas de los negocios de la plaza pública para comprar una libra de arroz, y no se dispersaron hasta que les fue comprobado que el arroz aún no había sido distribuido. Hubo considerables peleas y empujones, y fue necesaria la intervención policial.[6]

Cocina de resistencia

Hacia 1943, en plena guerra mundial la nutricionista Ana Teresa Blanco participó del equipo que formó el primer Community Workshop de nutrición en la Universidad de Puerto Rico, que dirigió la profesora Lydia Jane Roberts[7]. En 1946, Blanco presentó a la Universidad de Chicago su tesis Nutritional Studies in Puerto Rico. En su estudio incluyó varias de sus experiencias de campo como parte del taller de nutrición. Decía Blanco, refiriéndose a sus experiencias personales en el terreno, lo siguiente:

“[We] can consider families without apparent means of support, who do occasional jobs and are highly dependent on charity or relief for their existence. These live mostly on polished rice and starchy vegetables. In city slums where starchy vegetables are sometimes more expensive than rice, rice is increased by the addition of wasted seeds, as for example, when hedionda (sic) is available, other supplements such as beans, codfish, cornmeal, fruits, and so forth, will be added. Many times, there will be no food at all unless charitable neighbors send in something. In the towns, little boys will beg for left-overs from neighbor’s tables to take home to their families.”[8]

Durante los años de la guerra, cuando el arroz era inasequible, la harina de maíz también pasó a ser un remedio para sustituir el centro arrocero de la matriz. Los estudios sobre nutrición de la época muestran que cuando podía obtenerse harina de maíz–, pues la importación se redujo de 84.6 millones de libras en 1940-41 a 9.9 millones en 1942-43– la harina fue empleada en lugar del arroz con las habichuelas guisadas para confeccionar funche con habichuelas, plato que pasó a adoptar un nombre militar: «el Segundo Frente». Este, según Lydia Roberts, era la sustitución irremediable del «Primer Frente», que era el arroz con habichuelas.[9]

La harina de maíz convertida en funche complementó, como lo había hecho históricamente, jornadas alimenticias deficientes y aparece ligada al espectro del hambre en medio de la guerra. De esa forma lo experimentó el padre de Epifania Estrada, en su tala en el municipio de Ceiba, durante la década del cuarenta. “Entonces –rememoraba Epifania en abril de 1995– papá cogía y cosechaba mucho maíz, y él tenía un molino, uno de esos molinos redondos [piedras de moler o muelas], y molía esa harina y mamá hacía guanimes y funche, …lo hacía con coco, le echaba a veces pesca’o, habichuelas, las hacía hasta con gandules”[10].

Con el correr del tiempo, el funche vino a significar el «mantengo», «la PRERA», es decir, las partidas alimentarias directas suministradas por el Estado para balancear las raciones de las familias más pobres. En este sentido, la harina de maíz para hacer papillas de resistencia todavía era recordada a fines del siglo XX por varias mujeres que recibieron raciones de los programas de beneficencia alimentaria que se implementaron entre 1942 y 1945. Ramona Denis, por ejemplo, recordó lo siguiente:

«Sí. Cogí la PRERA. Hacía tortitas de harina, frangollo o funche, con agua y sal».[11]

De manera más elocuente, Julia Acosta, quien prefirió redactar su respuesta– me escribió en papel el siguiente recuerdo:

“Mis padres llegaron a coger la prera [sic] cuando yo era pequeña. Estos alimentos eran arroz, huevo en polvo, habichuelas secas [sic], jamonilla, queso, leche en polvo, carnes enlatadas y harina de maíz. Mi madre siempre preparaba funche de harina de maíz, sorullitos con queso y guanimes.”[12]

Igualmente, cuando en 2001 le mencioné la palabra «funche» al entonces dueño del restaurante El Fogón de Víctor, en Humacao, lo primero que recordó fue haberlo comido en medio de los racionamientos, siempre en el desayuno. Luego repasó su memoria y recordó que también lo comía en las noches, cuando no había para cenar, regado con azúcar y recogido con los dedos de las raspas requemadas de la olla.[13]

En la actualidad, para la mayoría de la población menor de 40 años, el funche y otras confecciones afines están asociadas a evocaciones nostálgicas de una agricultura y una cocina simple y generosa, trabajada por pequeños agricultores y cocineras domésticas para obtener lo básico para comer. Pero no se relaciona con aquellas jornadas de hambre o comidas escuálidas de resistencia en medio de una gigantesca crisis alimentaria, una que incluso llevó cientos de personas al vertedero capitalino, casi diario, a comer las sobras que venían de los campamentos militares.[14] En 1996, en el barrio Montones Tres de Las Piedras, entrevisté, junto a mi estudiante Julio Estrada, a su abuela, Cándida Lozada. A la pregunta abierta sobre sus experiencias alimentarias durante la guerra, dijo:

“No se encontraba carne, no se encontraba arroz…no se encontraba nada. Iba uno a las tiendas y no podía uno ver arroz, se comía verdura de almuerzo y comida…y pepita de pana guisá con verdura….porque no se encontraba arroz ni carne.” [15]

Beber y comer lo desconocido

En la década de 1940, el gobierno federal, atento a la posibilidad de que una población hambrienta podía desestabilizar el orden en un enclave militar estratégico, asignó fondos al Departamento de Agricultura Federal, para que se atendieran las carestías alimentarias y nutricionales de más de un tercio de la población vulnerable.[16] Así se crearon las Civilian Defense Milk Stations, que a enero de 1943 sumaban 270 estaciones de leche. Su misión, rellenar las deficiencias de calcio y la avitaminosis crónica de la población infantil. En las estaciones, a un año de iniciada la guerra, se atendían 58 mil niños. Según la nutricionista Roberts, se observaban diariamente “long lines of tiny children, sometimes brought by older children or a father or mother, waiting outside for the door to open, filling it quietly to take their seats on the crude benches, and eagerly drinking the milk or whatever there might be.”[17]

Es cierto que el método de lactación materna era el acostumbrado entonces en la edad precoz de los niños. Pero se reproducía, en la inmensa mayoría de los casos, de madres con desnutrición y avitaminosis crónica. A esto se sumaba el hecho de que, en el período pos-lactación, los niños regresaban a una dieta bajísima en proteínas y vitaminas lácteas.[18] Y fue en estas estaciones que los niños comenzaron a probar algo que nunca en su vida habían probado. La propia Roberts, que las visitó frecuentemente dijo entonces, a la altura de 1944, que:

“Sometimes there was oatmeal, cooked in milk to a consistency thin enough to drink. Sometimes there was eggnog made of dry evaporated milk, or half and half, with powdered egg…and there was always milk or cocoa. The children were given all they could drink. Some…even quite small ones, drank one or two big cups of oatmeal…Some of them waited around till all were served and begged for the oatmeal that was left to take home to their mothers”.

Cortesía del Archivo de la Fundación Luis Muñoz Marín

El otro programa fue el Community School Lunch Room Program, administrado por el Departamento de Educación de Puerto Rico. Los estudios sobre los comedores escolares realizados en 1947, revelaron que en el curso escolar de 1945-1946, por ejemplo, el programa sirvió 29.603.203 de almuerzos anuales a una población de 179.812 estudiantes.[19] Los hallazgos del estudio muestran que el programa ayudaba a que la mayoría de los estudiantes comiera, por primera vez, cierto tipo de alimentos, entre ellos carnes enlatadas que posiblemente nunca en sus vidas habían comido: «beef stew», «chopped ham», «corned beef», «corned beef hash», «pork and luncheon meat», y «vienna sausages» (salchichas). La poca familiaridad con estos alimentos cárnicos era tal, que inicialmente fueron rechazados por los niños entre las edades de 12 a 18 años.

Puerto Rico Ilustrado

¿El fantasma del hambre en la espalda?

En épocas preindustriales –muy distintas a la de hoy– el sistema alimentario era mucho más frágil, ciertamente. Las épocas de abundancia o escasez de comida estaban atadas a por lo menos cuatro circunstancias: (1) a los ciclos de cosecha de frutos domesticados y adaptados a la agroecología tropical (2) a la capacidad de la agricultura alimentaria-sobre todo los tubérculos y las raíces- para tolerar percances climáticos (3) a la estabilidad, o por lo contrario, a la variabilidad del comercio internacional de hacer asequibles –por medio del gran comercio de importación local– aquellos alimentos que devinieron básicos en la dieta puertorriqueña, y que no se producían localmente (bacalao salado, salazones cárnicos, harina de trigo, carnes enlatadas y, luego de 1950, arroz y harina de maíz); y (4) a la capacidad o incapacidad de las instituciones gubernamentales coloniales de anticipar, neutralizar y administrar inminentes brotes de hambre resultantes de eventos catastróficos.

La pregunta que se impone hoy es: ¿Tendremos el fantasma del hambre acechando desde el encierro pandémico?

Metro

[1] Elton B. Hill y J. E Nogueras, The Food Supply of Puerto Rico. Agricultural Experiment Station, Boletín núm. 55, 1940, 32 pp. pp. 5-13. Con todo y la enorme importación, la agricultura puertorriqueña todavía producía el 65% de la comida disponible para consumo anual por persona. Obviamente, la mayor parte eran tubérculos y frutas, como los plátanos los guineos y el panapén.

[2] Félix Mejías, Condiciones de vida de las clases jornaleras de Puerto Rico. Río Piedras, Puerto Rico, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1946, pp.64-65.

[3]  Departamento de Agricultura y Comercio, Annual Book on Statistics (1939-40,1940-41).

[4] Sol Luis Descartes, Salvador Díaz Pacheco y J. R. Noguera, Food Consumption Studies in Puerto Rico. Agricultural Experiment Station, Boletín núm. 59, 1941, 76, pp. p. 57.

[5] Fundación Luis Muñoz Marín, Fondo Luis Muñoz Marín Presidente del Senado, Sección IV, Gobierno Federal, War Food Administration, Serie 2Subserie 2, cartapacio 1, Report of Operations of the Caribbean Emergency Program, July 1942 to December 1943. Caribbean Emergency Program Division, 20 de enero de 1944, 32, pp., p. 17.

[6] Citado en Report of Operations of the Caribbean Emergency Program, July 1942 to December 1943, Caribbean Emergency Program Division, 20 de enero de 1944, 32 pp., p. 17. Fundación Luis Muñoz Marín, Fondo Luis Muñoz Marín Presidente del Senado, Sección IV, Gobierno Federal, War Food Administration, Serie 2Subserie 2, cartapacio 1. También Cruz M. Ortiz Cuadra, “Alimentación y política durante la gobernación de Rexford Tugwell” en Jorge Rodríguez Beruff y José L. Bolívar Fresneda, eds. Puerto Rico en la Segunda Guerra Mundial: Baluarte del CaribeSan Juan, Ediciones Callejón, 2012.

[7] Lydia Jane Roberts (Chicago,1879-Puerto Rico,1965) había sido miembro de la directiva del Comité Nacional de Alimentación y Nutrición del Consejo Nacional de Investigación adscrito al Departamento de la Guerra. En 1943 aceptó un destaque académico en la Universidad de Puerto Rico, donde desarrolló el Community Workshop. Desde 1946 hasta 1952 dirigió el Departamento de Economía Doméstica de la Universidad. Jubilada, pero aun ejerciendo la cátedra, murió en su despacho, en el programa de Economía Doméstica, en 1965, dos años después de haber publicado su memorable Doña Elena Project, un estudio de una comunidad rural de Puerto Rico. Véase, Barbara Sicherman y Carol Hurd Green, eds. Notable American Women: The Modern Period: a Biographical Dictionary. Cambridge, Harvard University Press, 1980, pp. 580-581.

[8] Ana Teresa Blanco, Nutrition Studies in Puerto Rico. Río Piedras, Puerto Rico, University of Puerto Rico, Social Science Research Center, 1946, p. 74.

[9]  Lydia J. Roberts y Rosa Luisa Steffani, Patterns of Living of Puerto Rican Families. Río Piedras, Puerto Rico, University of Puerto Rico, 1949, p.14.

[10]  Entrevista grabada a Epifania Estrada, realizada en abril de 1995 por las estudiantes Luz y Ruilen García como requisito de mi curso Historia de la Alimentación en Puerto Rico en la UPRH. Epifania tenía sesenta y nueve años al momento de la entrevista.

[11]  Ramona Denis Maldonado nació en Naguabo en 1927. Siempre fue ama de casa. Al momento de responder al cuestionario tenía sesenta y siete años. Respuesta recibida en mayo de 1994.

[12]  Julia Acosta es natural del barrio Tejas de Humacao. Nació en 1938. Al momento de responder al cuestionario tenía cincuenta y seis años. Estudió hasta cursar la escuela superior. En el momento de redactar su repuesta era cocinera en un restaurante. Respuesta recibida en febrero de 1994.

[13] Conversaciones con Víctor (Vitín) Medina Ortiz, martes 17 de julio del 2001.

[14] Citado en Ligia Domenech, “The German Blockade of the Caribbean in 1942 and Its Effects in Puerto Rico”; en Jorge Rodríguez Beruff y José L. Bolívar Fresneda, eds. Island at War: Puerto Rico in the Crucible of the Second World War. University Press of Mississippi, 2015, p. 150.

[15] Entrevista a Cándida Lozada, 7 de octubre de 1996.

[16] Lydia J Roberts, “Nutrition in Puerto Rico”, en: Journal of the American Dietetic Association, vol.20, 1944, pp. 298-304.

[17] Ibíd.

[18] Felicia Boria, Day Care Services for Children of Working Mothers and the Establishment of Day Nurseries in Puerto Rico. Government of Puerto Rico, Department of Labor, 2 de mayo de 1942, p 10.

[19] Luz Loriana Aponte, A Study of the School Lunch Nutrition Education Program in the Schools of Puerto Rico. Tesis, M.Ed. Austin Texas, 1947.

Cruz Miguel Ortiz Cuadra

Historiador y autor de ensayos sobre historia de la alimentación y las culturas alimentarias, entre ellos, Guerra y alimentación: el racionamiento alimentario en Puerto Rico durante la Segunda Guerra Mundial (2012); Comida sobre papel: los textos culinarios como testimonios culturales (2011); La cocina como espacio de trabajo (2000); La cocina en la historia: el texto culinario como testimonio cultural (1996). En el 2007 recibió el Primer Premio del Pen Club de Puerto Rico en la categoría de ensayo por su libro Puerto Rico en la olla ¿somos aún lo que comimos? (Madrid Doce Calles, 2006). Es catedrático retirado del Departamento de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico en Humacao y académico de número de la Academia Puertorriqueña de la Historia.

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Camafeos: mirada de extranjeros sobre la mujer puertorriqueña, siglos XVII, XVIII y XIX

Columna originalmente publicada en 80 Grados, el 23 de febrero de 2020.

Por Marcelino Canino Salgado

En el año de 1644, el para entonces Obispo de Puerto Rico Fray Damián López de Haro escribió a Juan Diez de la Calle, oficial de la secretaría de Nueva España en el Consejo de Indias, una curiosa carta relación donde en la apretada síntesis que le ofrece el espacio de un soneto hace una sinopsis de las circunstancias isleñas:[1]

Esta es Señora una pequeña islilla
falta de bastimentos y dineros,
andan los negros como en ésa en cueros
y hay más gente en la cárcel de Sevilla.

Aquí están los blasones de Castilla
en pocas casas, muchos caballeros
todos tratantes en jengibre y cueros:
los Mendoza, Guzmanes y el Padilla.

Hay agua en los aljibes si ha llovido,
Iglesia catedral, clérigos pocos,
hermosas damas faltas de donaire[2],

la ambición y la envidia aquí han nacido,
mucho calor y sombra de los cocos,
y es lo mejor de todo un poco de aire.

Es la primera vez que un obispo español califica a las damas puertorriqueñas de “hermosas”, pero “faltas de donaire”. Entiéndase “donaire” en la tercera acepción del Diccionario de la lengua española: Gallardía, gentileza, soltura y agilidad airosa de cuerpo para andar, danzar, etc.

El endecasílabo no debe entenderse como un insulto sino más bien como un anti-piropo. Consideremos que la frase proviene de un obispo sumamente conservador con su tono de misoginia disimulada.

Ciento treinta y cuatro años después del soneto aludido, la percepción que los curas españoles tenían de la mujer criolla había cambiado poco.

Fray Iñigo Abad y la Sierra

Un ejemplo elocuente lo constituyen los juicios que sobre nuestras féminas expresó el misionero benedictino Fray Iñigo Abad y la Sierra quien, como resultado de su prolongada estadía en la Isla de Puerto Rico nos deja en legado su célebre Historia geográfica, civil y natural de la isla de San Juan Bautista de Puerto Rico, publicada en Madrid en el año de 1788.[3]

Fray Iñigo vino a Puerto Rico cuando Fray Manuel Jiménez Pérez[4] fue nombrado Obispo de la Diócesis. Fray Manuel nombró como su secretario y confesor a su hermano benedictino. Nos interesa destacar al benedictino como el primer historiador sinóptico de Puerto Rico. Sinóptico porque su obra historiográfica recoge de manera sintética las aportaciones de los que le precedieron. Fray Iñigo, proclive a las estadísticas revisó datos, corroboró informaciones y redactó una síntesis histórica según su mejor saber.

Formado dentro de los ardientes aires de la Ilustración europea, adquirió un ensamblaje científico utilísimo para acercarse verazmente a la historia de los nuevos territorios que abordaba. El hombre de carne y hueso era el centro primordial de su interés humanístico y científico. Por eso en su Historia geográfica, civil… dedica dos capítulos de sin igual importancia sobre los habitantes de la Isla. Los capítulos XXX y XXXI titulados: “Carácter y diferentes castas de los habitantes de la Isla de San Juan de Puerto Rico” y “Usos y costumbres de los habitantes de esta Isla”, respectivamente.

En estos dos capítulos Fray Iñigo esboza un desapasionado retrato de la mujer criolla puertorriqueña. Desapasionado, por objetivo y por propender a las normas científicas expresadas por la Ilustración europea de entonces. Vemos la primera pincelada abarcadora:

Las mujeres aman a los españoles con preferencia a los criollos; son de buena disposición; pero el aire salitroso de la mar les consume los dientes y priva de aquel color vivo y agradable que resulta en las damas de otros países; el calor las hace desidiosas y desaliñadas; se casan muy temprano, son fecundas, aficionadas al baile y a correr a caballo, lo que ejecutan con destreza y desembarazo extraordinario. (p. 182)

La segunda pincelada es más abarcadora:

Las mujeres van igualmente descalzas; llevan uno o dos pares de sayas de indiana o lienzo pintado, una camisa muy escotada por los pechos y espaldas, toda llena de pliegues de arriba abajo; las mangas las atan sobre los codos con cintas, y un pañuelo en la cabeza. Cuando salen a misa usan mantilla o un lienzo largo como paño de manos con que se rebozan, y chinelas. Cuando van a los bailes o montan a caballo, llevan sombrero redondo de palma con muchas cintas, o negro con galón de oro. Las blancas y las que tienen caudal, usan estas ropas de angaripolas[5] y de olanes (sic)[6] muy finos y labrados; suelen llevar una cadena de oro al cuello y algún escapulario. Clavan en el pelo y en los sombreros cucuyos, cucubanos y otras mariposas de luz, que les sirven de brillante pedrería y lucen con mucha gracia. (p. 187)

Mas el fraile benedictino sale de su arrobo descriptivo de naturalista y vuelve a sus datos objetivos:

El trabajo de las mujeres es casi ninguno: ni hilan, ni hacen media, cosen muy poco, pasan la vida haciendo cigarros y fumando en las hamacas, las faenas de casa corren por cuenta de las esclavas. (pp. 187-188)

Más adelante Fray Iñigo aborda la escasa responsabilidad que las madres criollas ejercen sobre sus hijos. Actitud de indiferencia que, según el fraile, unida a los elementos geográficos negativos, así como el mal ejemplo heredado de los indígenas, traen como resultado estas circunstancias deplorables y en nada justificables para una mentalidad forjada en las fraguas de la Ilustración.[7]

Es sumamente curioso el detalle de que nuestras mujeres participaban desde antaño junto a sus maridos e hijos de todas las edades en las cabalgatas de caballos que tradicionalmente eran organizadas para las fiestas de San Juan, San Pedro y San Mateo. La descripción que hace el benedictino nos recuerda las tres pinturas de José Campeche, hasta ahora conocidas, tituladas “Dama a caballo”.[8]

“Dama a Caballo”, José Campeche (1785), Óleo sobre madera. Colección Museo de Arte de Ponce.

Las mujeres van con igual o mayor desembarazo y seguridad que los hombres, sentadas de medio lado sobre sillas a la jineta, con solo un estribo. Llevan espuelas y látigo para avivar la velocidad de los caballos, de los cuales algunos suelen caer muertos sin haber manifestado flaqueza en la carrera, y todos quedan estropeados y sin provecho para mucho tiempo; verdad es que todo el año los cuidan con esmero para lucirlos en estas fiestas. (p. 191)

Constantemente en sus apuntes, Fray Iñigo señala la importancia que tiene el mestizaje, la geografía y la herencia cultural ancestral en el carácter de nuestros compatriotas del ayer. Para la época de Fray Iñigo, esa era la forma más correcta de abordar científicamente la descripción de un grupo humano.

André Pierre Ledrú

Nueve años después de la publicación en Madrid de la Historia de Fray Iñigo, en 1797 tuvo lugar una expedición científica de naturalistas franceses a Puerto Rico y otras islas del Caribe. Los resultados de la expedición no fueron publicados hasta 1810. El principal redactor responsable de la memoria fue André Pierre Ledrú.[9]

En el capítulo III de su memoria Ledrú describe la belleza de la hija del dueño de una hacienda en Loíza donde pernoctaron una noche de lluvia caudalosa. Ya, hacia finales del siglo XVIII se dejan sentir en este pasaje descriptivo los efluvios del romanticismo europeo, sobre todo como reacción a las frías ideas racionalistas de la Ilustración. Veamos:

Largos cabellos negros y rizos flotaban sobre sus espaldas. Llevaba por tocado un pañuelo amarillo con listas azules que envolvía negligentemente su cabeza y cuya orilla anterior trazaba una línea curva sobre su frente. Su traje se componía de un vestido blanco de algodón, ajustado por debajo del seno y cuyas mangas cortas dejaban ver completamente desnudos sus brazos de alabastro…Pero su belleza es superior a mi pobre descripción…¡Cómo pintar el fuego de sus ojos, los delicados perfiles que dibujaban su rostro, el colorido de su tez, sobre la que la naturaleza había sembrado todas las rosas de la primavera…aquel talle esbelto y ligero y aquellas formas torneadas por el amor. Un aire de candor y de ingenuidad embellecía aún más aquella encantadora figura, cuya vista me hizo estremecer… (Cap. III, p. 53)

El arrobo casi místico que provoca en el naturalista la belleza corporal de Francisca, hija del hacendado loíceño don Benito, lo lleva a escribir otros párrafos de igual jaez. No hay duda que Ledrú se escapa momentáneamente de sus trabajos taxonómicos y refugia su exaltada libido en fantasías poéticas.

Queda meridianamente claro que André Pierre Ledrú estaba dirigido más por la emoción sensual de cálido joven francés que por normas científicas de la antropología de su tiempo. También que el discurso de Ledrú se engarza a la tradición literaria de la gineolatría europea medieval. El pasaje del discurso elogioso de Ledrú a la joven Francisca pierde la categoría de prototipo representativo, debido al exceso de emoción que provocaron las descontroladas hormonas en el joven naturalista. Parece ser que ciencia y sentimiento no son afines. Solo en los casos en que triunfa el amor, éste bruñe con su luz cuanto baña. El silencio y humildad aparente de la joven Francisca quedan excusados ante la expresión de su padre don Benito:

Disculpe usted la timidez de mi hija… No está acostumbrada a ver extranjeros.

George Dawson Flinter (Memoria, 1834)

Cerca de 37 años después de la incursión de Pierre Ledrú a Puerto Rico, aparece publicada en lengua inglesa y en Londres la exquisita y pormenorizada memoria sobre nuestra Isla, del militar de origen irlandés George Dawson Flinter, mejor conocido como Colonel Flinter[10]. Militar de carrera, estuvo al servicio de la Corona Inglesa y luego de la España borbónica. Flinter estuvo en Puerto Rico entre 1829 y 1832 pues fue expulsado por razones políticas de la República de Venezuela. Los dos años que estuvo en la Isla en labores diplomáticas a favor de la Corona española los aprovechó el militar para reunir datos sobre el estado o situación económica, social, política y civil del país[11]. Afortunadamente Flinter contó con la colaboración de Pedro Tomás de Córdova a la sazón Secretario de Gobierno.

Las obras de Flinter son poco conocidas entre nuestros estudiosos. Su libro titulado Examen del estado actual de los esclavos de la Isla de Puerto Rico (Nueva York, 1832)[12] ha sido repudiado por los aficionados a la historia patria sin considerar la época y la ideología de su autor.

“Esclava de Puerto Rico”, Luis Paret y Alcázar (1777).

Las dos obras de Flinter demuestran la ideología anti-revolucionaria de un militar de la época sentado en los beneficios que tanto el sistema colonial como la esclavitud negro africana dejaban a los reinos europeos como a las pequeñas oligarquías establecidas en el Nuevo Mundo. Tenía una mentalidad conservadora predicaba que las guerras de la independencia desarrolladas en América Hispana constituían un atraso insalvable contra el progreso y paz de las naciones. Para él el sistema monárquico era el único que se justificaba para reglamentar la vida pues éste tenía la impronta de cientos de años de experiencia positiva.

En su texto An Account of The Present State Of The Island Of Puerto Rico (1834) nos sorprende su aparente liberalidad objetiva al tratar el tema de las características de la mujer puertorriqueña a la que dedica más de cinco páginas detallando sus características y peculiaridades femeninas. Veamos lo más esencial:

La mujer puertorriqueña es generalmente de tamaño mediano. Son elegantes y de delicadas formas; sus cinturas son esbeltas y alargadas. Despierta interés su pálida tez clara, acentuada por la brillantez de sus finos ojos negros. Su pelo es negro como el azabache; sus cejas arqueadas. Poseen en alto grado, ese aire atractivo y elegante que distingue a las damas de Cádiz. Caminan con la gracia que es peculiar a la belleza de las andaluzas. Sus modales no solo son agradables, también fascinantes: sin poseer la ventaja de una educación brillante como las damas de Londres o Paris, ellas poseen una natural agudeza de ingenio, así como una facilidad de modales que en Inglaterra sólo se encuentra en la alta sociedad. Conversan con fluidez, y su talento natural e ingenio, sustituyen el apoyo artificial de la educación. Ellas son, como un todo, mucho más interesantes que bonitas, más amistosas que llenas de perfecciones. Visten con una elegancia y gusto que pocas veces he visto superado; siguen e imitan invariablemente la moda parisina. [13]

Los bailes públicos son espléndidos. Un extranjero quien al caminar por la ciudad durante el día, o al anochecer, no se ha encontrado con una sola mujer excepto con personas de color, estaría sorprendido en la noche al asistir a un salón de baile. Sus ojos estarían deslumbrados por el conjunto de damas puertorriqueñas; él escasamente creería estar en la misma capital donde durante todo el día no pudo encontrar vestigios de personas de tez clara. Esta admiración la expresan todos los extranjeros con mucha certeza, pues seguramente las damas de esta isla, en un salón de baile, harían los honores a cualquier país en el mundo. Aunque se presta muy poca atención a cultivar sus habilidades naturales, aún hay muchas de ellas quienes, por fuerza meramente del talento y su dedicación, han logrado grandes aptitudes en el Francés y la pintura. Sin haber sido enseñadas por un maestro de baile, bailan con gracia y elegancia, y, como toda dama de América, son sumamente apasionadas con el baile.  Son vehementes y gustan extraordinariamente de su propio país, pero tienen la cortesía y buena crianza de no hacer comparaciones odiosas durante las conversaciones de esto con otros. En el círculo doméstico son esposas afectuosas, madres tiernas y apegadas a amistades fieles. Son trabajadoras, frugales y económicas, sin llegar a la mezquindad. [14]

Los elogios persiguen la intención de conformar mediante el halago a la mujer para relegarla siempre al plano doméstico, al de ser compañía y entretención del hombre, máquina reproductora de la especie… En el fondo hay una repetición del machismo expedito ya advertido en otros viajantes: La mujer, donde quiera que se halle es objeto de placer. Siempre he creído que detrás del elogio se esconde la burla y el sarcasmo.

Puertorriqueñas negras educadas

Años más tarde, después de la memoria del Coronel Flinter, resulta simpática la nota de que cuando el poeta español Manuel del Palacio estuvo desterrado en Puerto Rico en el año de 1867, uno de sus pasatiempos más disfrutados era pasar las primeras horas del anochecer en la casa del maestro arquitecto Julián Pagani “hombre de color que vivía en la calle de O´Donnell….” El maestro de obras sumaba hasta cuatro hijas, como cuatro tizones, pero admirablemente educadas, pues lo mismo hablaban el alemán que el francés, igual tocaban el piano que el violín y el arpa, y tan pronto se hacían aplaudir cantando trozos de Rossini o de Verdi como destrozaban los corazones bailando aquellos tanguitos que con tanta gracia improvisaba Tabares (sic)”.[15]

Sobre el arquitecto Julián Pagani escribía en 1933 el entonces Historiador de Puerto Rico, Mariano Abril, señalando que: “Gozaba de cierta prominencia social y todo el mundo lo miraba con respeto”. Julián Pagani era un hombre de influencia en las esferas gubernamentales y el gobierno español lo condecoró y le dio el tratamiento de Excelentísimo Señor. Pagani solía ofrecer con frecuencia fiestas en su casa a las que asistía el gobernador, así como militares de alta graduación. “Sus hijas mulatitas cultas, casaban con hombres blancos”. (El Mundo, San Juan, P.R., 28 de mayo de 1933)

Pero lo peor está por venir…

Visita del cronista del The New York Home Journal[16]

Fue don Manuel Fernández Juncos quien en un extenso artículo publicado en El Buscapié (Año IX, Núm. 15)[17] da cuenta de una publicación ofensiva contra la mujer puertorriqueña efectuada por un turista neoyorquino aparecida en The Home Journal, escrita hacia mediados de 1885. Entre otras burlas contras nuestras mujeres decía el anónimo cronista:

“Como los pájaros de los trópicos, las señoritas usan muchas plumas y todo lo que se pudiera considerar cursi entre las de las zonas templadas; sus adornos consisten de chucherías absurdas, de gusto bárbaro, y solamente aquellas que han estado en los Estados Unidos o en Paris demuestran algún gusto en el vestir. Gustan de las más raras combinaciones de colores y cuando se visten para un baile, parecen como si se hubiesen vestido de arco iris para una mascarada.

“Todavía llevan una carga de pelo postizo y moños como los que se usaban en Norte América hace quince o veinte años y que todavía se encuentran de venta en Puerto Rico, puestas en cajas de cartón con tapa de cristal, como la de un ataúd, y en las cabezas de las señoritas, cuando tienen puesta la mantilla, que usan en vez del bonete de las americanas, trayéndonos a la imaginación aquellos tiempos ya pasados.

“¿Son bonitas las damas puertorriqueñas? Eso depende del gusto de quien las juzgue. Los escritores que han alcanzado la belleza de las mujeres de los trópicos conocen poco a las muchachas americanas. El que guste de las muñecas, es seguro que admirará esta planta tropical. En las clases bajas de la sociedad se encuentran muchachas muy bonitas. Ojos vivarachos, alegres; cuerpos de sílfides, tan graciosos y flexibles cual los de las panteras; tímidas, modestas, con todas las gracias de la coquetería que adornan la mujer de todos los tiempos y de todas las latitudes.

“Ninguna de ellas sabe leer; ninguna de ellas ha visto el interior de una escuela; ignoran que existan libros; nos llaman americanos, y tienen tanto conocimiento de nuestra procedencia como de la composición de las estrellas. A todo lo que se les dice contestan: Sí, señor, y modestamente dejan caer sus largas y negras pestañas sobre unos ojos capaces de causar la ruina de un Marco Antonio.

“Retrato de Angelina Serracante”. Francisco Oller (1885-1886), Óleo sobre tabla. Colección Museo de Historia, Antropología y Arte, Universidad de Puerto Rico.

“Estas muchachas tropicales son bellas, con una hermosura natural digna de ser admirada por ser genuina. Las de la clase alta, aquella cuyos ojos lánguidos y tez de rica frescura han sido el tema para tantas obras literarias en prosa y en verso, podrán ser muy bellas al natural; pero cuando se adornan con artificios para parecerlo, no lo son. Sus ojos son admirablemente negros y picarescos, y el saber uso de ellos con perfección constituye en ellas un objeto de estudio. Dícese que las mujeres de los trópicos pueden dar a una sola de sus miradas más expresión que otras mujeres en todas las de su vida; pero los que tal afirman, indudablemente se hallan bajo la influencia de un exceso de galantería o de pasión amorosa. A mi entender, todas tienen los ojos con igual expresión: lánguidos, apasionados, y generalmente denotan mal genio; fuera de esto carecen de expresión alguna, no tienen la mitad siquiera de la expresión de la mirada de un perro o un caballo bien criados. Demuestran simplemente pasión, no inteligencia.

“Y con los ojos concluye la belleza de la mujer antillana. Y aún destruirá ella misma esa belleza a serle posible, como destruye la de su rostro, pintándole y revocándole toscamente.

“Los químicos venden allí una especie de pasta hecha de cascarones de huevos, con la que se embadurnan la cara las mujeres, hasta alcanzar la apariencia de imágenes de yeso; a todas partes llevan esa mezcla: a la iglesia, a los coches, al teatro, y cuando creen que nadie las observa, se la untan en la cara. No les pasa siquiera por la imaginación la idea de que puede nadie creer que dicho aspecto no sea natural, sino que creen que encierra la mascarilla un misterio de belleza. El cuello y las orejas de estas bellas aparecen diez veces más negros que sus mejillas y su nariz.

“Tienen, generalmente, la boca grande, y los labios algo más gruesos de lo que exigen los clásicos; pero sus dientes son blancos, iguales, bonitos y bien cuidados. Aunque acostumbran consumir en almuerzos y comidas carnes, dulces y confituras, por rareza se ve allí un hombre o mujer que no tenga buena dentadura.

“Pero lo más desagradable de la mujer antillana es su voz; no se halla en ellas aquella voz dulce y de tono musical que constituye uno de los atractivos de las bellezas turcas, ni tampoco el acento resuelto de las muchachas inglesas.

“La voz de la señorita más fina es, por lo común, tan desagradable y tan áspera como el grito de una cotorra; hablan siempre alto y en tono agudo.

“Temprana madurez, rápido decaimiento; he aquí a la mujer de los trópicos. O se secan pronto o caen en la obesidad. ¡No hay una sola vieja de buen ver, como se encuentran comúnmente en los Estados Unidos! Cuando llegan a la edad de cuarenta años, o se ponen flacas y desabridas como una manzana agria, o, por el contrario, gordas y grasientas. Su cutis se arruga por el uso de los emplastos anteriormente descritos, y la falta de ejercicio se demuestra tanto en ellas por su torpeza locomotiva como por su aspecto físico, porque las mujeres de las Antillas no hacen otro ejercicio que el de mecerse en los sillones.”

El artículo que acabo de transcribir provocó enojo en los lectores puertorriqueños y el periódico El Boletín Mercantil[18] salió en defensa de nuestras mujeres con un lacónico y breve comentario:

Que un yankee pretenda poner en ridículo a las bellas puertorriqueñas, dignas hijas de España e idénticas a nuestros hermosos y preciosísimos tipos del Mediodía de la Península, nos parece empresa harto necia y difícil, harto atrevida y desairada.

¿Cuándo podrá la familia yankee dar lecciones de elegancia y buen gusto a las damas españolas de ultramar?

¿Desde cuándo se entremeten los Yankees a reformadores de nuestras costumbre cultas e irreprochables? Risum teneatis.

Una sincera pincelada de ternura

Mas no todo es desaire con la mirada de los extranjeros sobre la mujer puertorriqueña y los puertorriqueños en general. Muy joven cuando comencé mis estudios universitarios en Río Piedras tuve el privilegio de ser alumno de Margot Arce de Vázquez, José Arsenio Torres y de Federico de Onís, entre otros… Cuando fui a estudiar a España, una tarde me llegó la infausta noticia de que Don Federico se había quitado la vida. Me dolió en el alma pues había sido su ayudante por espacio de un año y tomé con él un excelente curso sobre El Quijote de la Mancha. En esa ocasión recordé su emotivo ensayo escrito en el año de 1926 titulado Los ojos puertorriqueños. Decía don Federico entre muchas otras cosas:

Cuando, como es natural, muchos me preguntan acerca de mis impresiones de Puerto Rico, no encuentro contestación que me satisfaga. Digo que estoy muy bien, que todo me gusta aquí, que me parece estar en mi tierra, que hasta creo haber engordado desde mi llegada y que un catarro que tenía agarrado a mi garganta desde hace no sé cuanto tiempo solo aquí se ha acabado de curar. Desde el punto de vista íntimo, parece que no podría decirse más; y, sin embargo, yo me quedo pensando que todas esas palabras deben sonar en los oídos ajenos a vulgaridades o cumplidos.

Se extiende don Federico explicando la imposibilidad de conocer el interior o el alma de un pueblo al igual que la de las personas y concluye su breve y enjundioso ensayo con una aseveración incontestable. Intuye entonces el espejo donde se refleja el alma de los puertorriqueños:

Esta intuición inconsciente nace como nacen las simpatías y antipatías más profundas y definitivas entre los hombres: de una mirada. Es en los ojos –que nada ni nadie puede cambiar– donde leemos el fondo del alma humana. Y yo, desde que llegué a Puerto Rico, veo por todas partes, en la calle, en mis clases, unos ojos negros, castaños o garzos, alegres o tristes, a través de los cuales yo veo un alma que no tiene secretos para mi. Hay en ellos una mirada familiar y conocida, la misma con que se encontraron mis ojos cuando empezaron a ver. [19]

Fuera de los desaires de muchos de los cronistas a la mujer puertorriqueña, la constante admiración a su tez y a sus ojos vivos, tristes o alegres es repetida con frecuencia. Los ojos de la mujer puertorriqueña desde las ingenuas taínas, las afanosas africanas y las ingeniosas y humildes criollas han dejado sus centelleos de luz indeleble en el alma de los hombres, los de afuera y los de adentro, de los poetas o simples enamorados, desde el español Gutierre de Cetina (1520-1557) hasta nuestro José Polonio Hernández Hernández (1892-1922), los ojos reverberan en nuestras almas como espejos alados que vuelan a los rincones más delicados de nuestro espíritu.

Apéndice I

Pastoral contra los escotes del obispo Fray Manuel Jiménez Pérez

Nos el Dr. Fray Manuel Jiménez Pérez, por la Gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica, Obispo de San Juan de Puerto Rico y sus anexos del Consejo de S.M.,&

A vos los fieles y moradores, en esta nuestra diócesis, salud y gracia en Nuestro Señor Jesucristo.

Por personas piadosas que viven sujetas a los preceptos de nuestra Santa ley, se ha notado no sin intenso dolor de su corazón, el abominable aseo y traje deshonesto con que muchas mujeres se atreven a andar por las calles públicas y entrar en la iglesia, llevando la saya tan sumamente corta y el pecho tan descubierto, que solo no escandalizan, sino que al mismo tiempo son causas de muchos y graves pecados; y habiendo llegado hasta nuestra noticia, deseamos el remedio de tan peligroso abuso, y para ello ordenamos y mandamos en virtud de Santa Obediencia, que ninguna persona de cualquier estado que sea use de dichos trajes deshonestos, ni menos tome asiento alto en la iglesia, bajo la pena de ocho reales que se le sacarán de multa por la primera; y por cuanto asimismo, estamos noticiados que hay muchas personas, así hombres como mujeres, que olvidadas de sus principales obligaciones, no solamente dejan de oír misa en los días de precepto, sino que sin el menor reparo trabajan en los domingos y otras festividades en que se prohíbe, ordenamos y mandamos a nuestro Alguacil de vara, que siempre que se verifique haber incurrido en este delito alguna persona de cualquier calida que sea, le quite ocho reales de multa y la ponga inmediatamente en la cárcel pública y nos dé  parte de ello, para aplicar las demás penas que por bien tuviéremos. Dado en Puerto Rico, a 23 de enero de 1773 años. Fray Manuel, Obispo de Puerto Rico.—Por mandato de S.S. I. el Obispo mi señor. Don Felipe Joaquín Ramírez,–Secretario [20]

NOTAS

[1] Carta del Obispo de Puerto Rico Don Fray Damián López de Haro, a Juan Diez de la calle, con una relación muy curiosa de su viaje y otras cosas. Año de 1644. Empleo la edición de Tapia, Biblioteca histórica de Puerto Rico, Instituto de Literatura, San Juan, 1945, pp. 449-457.

[2] donaire. (Del b. lat. donarĭum, de donāre, dar).1. m. Discreción y gracia en lo que se dice.2. m. Chiste o dicho gracioso y agudo.3. m. Gallardía, gentileza, soltura y agilidad airosa de cuerpo para andar, danzar, etc. Énfasis del autor.

[3] Empleo la edición de la Dra. Isabel Gutiérrez del Arroyo por considerarla la mejor de todas. Editorial UPR, Río Piedras, 1966. Para datos biográficos y pormenores de Fray Iñigo véase el estudio introductorio abarcador y ejemplar de la Dra. Gutiérrez que acompaña la citada edición.

[4] El obispo Jiménez era fraile benedictino muy moralista y proclive a escuchar rumores de sus subalternos. El 23 de enero de 1773 fue divulgada en las parroquias de Puerto Rico una Circular prohibiendo los escotes en las mujeres parroquianas so pena de ser multadas significativamente de ser éstas halladas en desacato de las normas de la moral y el buen vivir. (Se reproduce la circular al final de este artículo. Vid: Coll y Toste: Boletín Histórico de Puerto Rico, Vol. I. p. 162).

[5] Angaripola.1. f. Lienzo ordinario, estampado en listas de varios colores, que usaron las mujeres del siglo XVII para hacerse guardapiés.2. f. pl. coloq. Adornos de mal gusto y de colores llamativos que se ponen en los vestidos. Apuntes de MCS.

[6] Aparece en el texto de la edición citada sin “h”. Evidentemente un error de Fray Iñigo. Se refiere a un tipo de lienzo muy fino.

[7] Para detalles véase el Cap. XXXI, p. 188.

[8] Teodoro Vidal: José Campeche: Retratista de una época, San Juan de Puerto Rico, Ediciones Alba, 2005, pp: 30-34. Véase, además, Arturo V. Dávila: José Campeche en la Casa Power, Río Piedras, UPR, 1997, pp: 10-13. Teodoro Vidal decía que debieron existir unas cinco de estas damas a caballo. Vid, Op. cit., p. 34.

[9] Empleo la edición: André Pierre Ledrú: Viaje a la Isla de Puerto Rico en el año 1797, traducción del francés al español por Julio L. Vizcarrondo, San Juan de PR., Editorial Coquí, 1971.

[10] Colonel Flinter, An account of The Present State of The Island Of Puerto Rico, London, 1834. Edición facsímil de la Academia Puertorriqueña de la Historia con Estudio preliminar de Luis E. González Vale, San Juan de Puerto Rico, 2002, 392 págs.

[11] Op. cit.

[12] Segunda edición en español, Instituto de Cultura Puertorriqueña, San Juan de Puerto Rico, 1976, 124 págs.

[13] Op.cit., pp. 81-82.

[14] Ibid., pp. 82-83. La traducción de los textos es de mi hermana la Dra. Casilda Canino, levemente rectificados por mi persona.

[15] Cayetano Coll y Toste: “Origen etnológico del campesino de Puerto Rico y mestizaje de las razas blanca, india y negra”, en: Boletín Histórico de Puerto Rico, San Juan, P.R., Tomo XI, 1924, pág.144. Coll y Toste toma la información de la Revista castellana, año IV, núm.27, pág. 169.

[16] Lidio Cruz Monclova, Historia de Puerto Rico, Río Piedras, ED. UPR, Tomo II 2da. parte, 1875-1885, pp. 886-889.

[17] Lidio Cruz Monclova, Op. cit., p. 889.

[18] Año 47, Núm. 59. Cruz Monclova, Op. cit., pág. 889.

[19] Publicado en Universidad de Puerto Rico, Summer School News, 26-31 de julio, 1926.

[20] Tomado de Manuel Fernández Juncos, Galería Puertorriqueña, San Juan de PR. Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1958, p. 242.

Marcelino Canino Salgado

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Peste bubónica en Puerto Rico, 1912

Columna originalmente publicada en 80 Grados, el 14 de agosto de 2020.

Por José G. Rigau Pérez

Puerto Rico Ilustrado

El aumento en velocidad y tamaño de los buques mercantes a finales del siglo XIX y principios del XX facilitó la dispersión de una pandemia poco recordada en estos tiempos en que sufrimos la del COVID-19: la peste bubónica. Es una enfermedad bacteriana transmitida por la mordedura de las pulgas, que, sin tratamiento antibiótico, es letal hasta en el 60% de los casos. Produce la hinchazón e inflamación de nódulos linfáticos, comúnmente en la ingle, axilas o cuello. Estas masas se conocieron como “bubones” (por el término griego para la ingle). El nombre de la enfermedad consiste entonces del término genérico “peste”, que representa cualquier enfermedad, aflicción o calamidad generalizada, y su signo clínico, los bubones. Si la infección se asienta en los pulmones, se la llama “peste neumónica”, una variante más peligrosa y además trasmisible directamente de persona a persona mediante las secreciones pulmonares.

El 14 de junio de 1912, un fallecimiento en el barrio sanjuanero de Puerta de Tierra preocupó a las autoridades, que tenían conocimiento de brotes epidémicos de peste en otros puntos del Caribe. El País contaba con la estructura sanitaria necesaria para una respuesta apropiada, rara situación en salud pública en casi cualquier lugar y tiempo. El conocimiento científico de la enfermedad y sus métodos de control tenían bases sólidas. La Isla acababa de reorganizar su Departamento de Sanidad, y el director de su laboratorio, Isaac González Martínez (1871-1954), mejor conocido por su trabajo posterior en prevención y tratamiento de cáncer, tenía experiencia con la enfermedad. Había participado en la comisión española que estudió el brote de peste bubónica en la ciudad de Oporto, Portugal en 1900.

“Los trabajos para combatir la peste, Puerto Rico Ilustrado, 20 de julio de 1912.

De parte del gobierno federal, el Servicio de Salud Pública (US Public Health Service – PHS), que bajo la Ley Foraker tenía un rol protagónico en los asuntos sanitarios insulares, había manejado otras epidemias de peste bubónica. Ese mismo año, el Congreso había extendido su jurisdicción en investigaciones sobre asuntos de salud.

A pesar de contar con los peritajes y las estructuras para lidiar con la crisis, la respuesta inicial no fue la mejor. Por principio de cuentas, ni el gobernador ni el Comisionado de Sanidad estaban en la Isla.  Lamentablemente, el gobierno perdió credibilidad con sus primeros anuncios, quizás por falta de experiencia pero ciertamente por un equivocado énfasis en tranquilizar, en vez de informar verazmente. El 17 de junio, informes separados de W.R. Watson (Director Interino de Sanidad) y S.B. Grubbs (Jefe de la Estación de Cuarentena, regentada por el PHS) indicaron que los casos sospechosos habían sido investigados: “el rumor de que estos casos sean peste bubónica es sumamente absurdo” (dijo Watson) y “la posibilidad de dicha pestilencia invadir Puerto Rico es muy remota” (dijo Grubbs). Valga señalar que en sus memorias, Grubbs solo recordó que “recomendamos a todos que no se asustaran”.

Al día siguiente, el doctor González Martínez informó resultados preliminares positivos a la enfermedad. El 19 de junio, el gobernador interino Carrell reconoció oficialmente la presencia de peste bubónica en San Juan, y solicitó ayuda adicional del PHS. La reacción del público apareció ilustrada en una caricatura de primera plana del periódico El Tiempo, el 21 de junio, con título entrecomillado para indicar ironía: “Prudentes medidas sanitarias”: una carrera de automóviles saliendo de la ciudad, dos con una bandera que dice “mieditis”. Tras los carros, salen volando gallinas de un gallinero.

“Prudentes medidas sanitarias”, El Tiempo, 21 de junio de 1912.

El 30 de junio se decidió que todo el trabajo relacionado con la erradicación de la peste estaría a cargo del PHS, pero el ejército, el Servicio Secreto Federal, y el Departamento de Sanidad de Puerto Rico también jugaron papeles importantes. Las medidas de control incluyeron la captura y eliminación de ratas, y un enorme esfuerzo de limpieza urbana que incluyó recogido de basuras y alteración estructural de edificios para eliminar criaderos potenciales de roedores.

Puerto Rico Ilustrado, 22 de junio de 1912.

La descripción de las medidas tomadas para la erradicación de la peste bubónica presenta un panorama de acciones gubernamentales rápidas y exhaustivas, que literalmente cambiaron el ordenamiento de la ciudad. A pesar de la oposición de la Liga de Propietarios, en menos de un mes se redactaron y promulgaron leyes nuevas para la regulación de estructuras a prueba de ratas. Por ejemplo, a los dueños de viviendas terreras, con piso de madera, se les exigió levantarlo sobre el suelo a una altura que permitiera mantener el área limpia o mejorar los cimientos para impedir la penetración del roedor a espacios ocultos. Los reglamentos ordenaban el almacenamiento de alimentos, el manejo eficiente de basura, la precaución con la siembra de árboles frutales que pudiesen alimentar las ratas y el mantenimiento, bajo condiciones adecuadas, de los establecimientos comerciales, gallineros y establos. “Toda palma de coco en los alrededores y suburbios de San Juan fue puesta a prueba de ratas”, según el Departamento de Sanidad. Aunque la destrucción de locales insalubres fue limitada y selectiva, provocó el desahucio de familias pobres y hubo fuertes críticas del público a la manera de operar del PHS. Sin embargo, y en contraste con experiencias previas en el continente, hubo poca tensión entre el gobierno local y el federal. A fin de cuentas, todos los altos cargos del gobierno insular eran nombramientos federales, y el PHS había desarrollado métodos eficientes para el control de peste bubónica en San Francisco (California) en 1907. Aun así, las normativas legales para evitar la infestación de roedores en edificios se formularon por primera vez en Puerto Rico.

“La peste bubónica en San Juan”, Puerto Rico Ilustrado, 22 de junio de 1912.

La epidemia duró tres meses (el último caso se registró el 13 de septiembre) y provocó un total 55 enfermos, residentes de San Juan (51), Carolina y Dorado. Todos manifestaron la variedad bubónica y 36 (65%) fallecieron. Se encontraron además ratas infectadas en Río Piedras, Caguas y Arecibo. No se pudo precisar la manera en que la peste se introdujo en la Isla, pero quedó la sospecha de que el contagio provino de Islas Canarias.

Otra epidemia de peste bubónica, en 1921, produjo 20 decesos (61%) en 33 casos de ocho municipios: San Juan (15 casos), Río Piedras (1), Carolina (4), Bayamón (1), Manatí (3), Arecibo (1), Juncos (1), y en Caguas (7). Aparecieron roedores infectados en Guaynabo y Fajardo. En 1921, ya bajo la Ley Jones, el Departamento de Sanidad dirigió la campaña contra la epidemia, con la asistencia de personal de la Fundación Rockefeller, que ya ayudaba a la agencia en otros proyectos. La peste no se ha detectado desde entonces en Puerto Rico. Luego de la segunda epidemia, el Departamento de Sanidad mantuvo un laboratorio de detección de peste por unos años, lo unió al Laboratorio Biológico (general) en 1929, y suprimió sus funciones unos años más tarde.

Todo esto está extensamente documentado en publicaciones locales y federales, a la espera de quien se interese por el proyecto de un análisis histórico cabal.

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Quien interese más información y referencias puede consultar:

Rigau-Pérez JG. El Servicio de Salud Pública de los Estados Unidos en Puerto Rico, 1898-1918. Op. Cit. (Universidad de Puerto Rico) 19 (2009-2010): 143-177. https://revistas.upr.edu/index.php/opcit/article/view/8021/6590

Rigau-Pérez JG. The work of US Public Health Service officers in Puerto Rico, 1898-1919. P R Health Sci J 2017; 35: 130-139. http://prhsj.rcm.upr.edu/index.php/prhsj/article/view/1564/1080

José G. Rigau Pérez

Académico de número de la Academia Puertorriqueña de la Historia, médico epidemiólogo retirado del US Public Health Service y catedrático auxiliar ad honorem en las escuelas de Medicina y Salud Pública de la Universidad de Puerto Rico.

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La vacunación general obligatoria de 1899 y el COVID-19 en 2021

Columna originalmente publicada en 80 Grados, el 3 de enero de 2021.

Por José G. Rigau Pérez

‘Vacunación brazo a brazo’, un cuadro de Constant-Joseph Desbordes (1820).

Antes de proclamar que la inmunización contra no tiene precedente en Puerto Rico, debemos recordar dos fechas: 1803, 1899. La Isla figura en la historia mundial de la vacunación por su primer uso en la América española (1803) y por la vacunación general obligatoria de 1899. Fueron respuestas excepcionales a retos siempre presentes en nuestra historia. Desde comienzos de la conquista y colonización hemos lidiado con enfermedades nuevas, epidemias letales, urgencias de acción preventiva y de atención médica a masas, y obstáculos para llegar a los más vulnerables y aislados.

En 1518 la población padeció su primera pandemia identificable, la viruela (hoy erradicada, distinta a la varicela). Producía la muerte en uno de cada tres casos. En sobrevivientes, dejaba cicatrices desfigurantes y pérdida de visión. Los brotes se repitieron por cuatro siglos, a pesar del uso (insuficiente) de la vacuna desde 1803.

Otra epidemia de viruela surgió en 1898, mientras el país se encontraba en los avatares de una guerra que transformaría su destino. En enero de 1899, el gobernador militar estadounidense, Guy V.Henry, ordenó la vacunación general, con un proyecto que demostraría la benevolencia y la efectividad organizativa del nuevo gobierno. En cada uno de los cinco distritos, un médico militar supervisó los vacunadores, mayormente médicos puertorriqueños asistidos por soldados. Cada vacunador atendía cerca de 225 personas por jornada. Para asegurar el cumplimiento de ciudadanos y autoridades civiles, se exigió un certificado de vacunación en toda actividad rutinaria (escuela, trabajo, teatro, transportación pública). La campaña se sufragó con fondos insulares y los alcaldes manejaron los arreglos locales.

Gobernador militar de Puerto Rico, General George W. Davis, 9 de mayo, 1899 – 1 de mayo, 1900. Pintura de Francisco Oller.

Parece que hubo poco espacio para disentir. El gobernador George W. Davis, sucesor de Henry, impuso penas monetarias (al menos $300 de hoy) y cárcel para los recalcitrantes.

¿Qué razones tendrían los que se oponían a la solución médica? Varias a mi entender. La vacunación de viruela producía mayores molestias que cualquier vacuna de hoy. La reacción en la piel y el dolor del brazo podían incapacitar por días a los trabajadores (que perdían ingreso). Otros tendrían temor, o se creían inmunes por haberla padecido o por vacunación previa (sin poder documentarlo), o no confiarían en las intenciones del gobierno. No obstante, la mayoría hizo filas para vacunarse. Por lo menos uno se quiso colar (Ponce, 16 de mayo). Acabó enfrentado a tiros con los guardias y fue a la cárcel.

En cuatro meses se vacunó a 786,290 personas (84% de la población), al costo de $43,106 (como mínimo, $1,293,000 hoy). A fines de junio, la dirección de la campaña pasó a la nueva Junta Superior de Salud. Faltaba un esfuerzo de varios meses más para cubrir la población menos accesible (en las montañas de Utuado, Ciales y Morovis). El catastrófico huracán San Ciriaco (8 de agosto) privó gran parte de la población de hogar e ingresos, y la vacunación desapareció de las prioridades.

¿En qué se parece este episodio al que ahora empieza? A las recurrencias históricas mencionadas (epidemia, enfermedad nueva y mortal, urgencia de atención masiva y protección especial para los más vulnerables y aislados), añado la precariedad financiera del gobierno y de la infraestructura de salud pública, y los efectos del huracán más letal hasta entonces (en 1899 interrumpió la campaña de vacunación, esta vez el huracán María la precedió). Ambas ocasiones coinciden en la inmunización general, y dos productos biológicos que exigen cuidados especiales (ahora refrigeración; antes, en tubos de vidrio con glicerina o directamente del cultivo viral – en la piel de la ubre de una vaca; por eso, “vacuna”).

Vemos otra vez su logística dirigida por militares, orientada a la ciudadanía por alcaldes y personal sanitario puertorriqueño con ayuda federal. Son proyectos de larga duración, que exigen filas y paciencia por parte de la ciudadanía.

¿Diferencias? En 1899 no había pandemia, ahora sí; la enfermedad era conocida, esta es completamente nueva; el conocimiento científico y las capacidades profesionales e institucionales eran mucho menores que ahora y a nivel popular se sabía poco de la ciencia detrás de la vacuna. En 1899, la mayoría del gasto lo sufragó el presupuesto insular; ahora, la mayor parte de los gastos corren por el gobierno federal. En 1899, la atención a necesidades individuales (educación de la comunidad, consentimiento informado, reacciones adversas, precauciones por embarazo, otras condiciones médicas) quedaba a discreción de cada médico. Ahora, en contraste, los más cualificados para juzgar la utilidad y seguridad del método, los profesionales de la salud, están entre los primeros vacunados, aquí y en Estados Unidos.

Hay grandes diferencias por la situación política, siempre determinante en la salud. Esta vez, el problema ha sido crucial en Estados Unidos en un año de elecciones. La presión para lograr la vacuna provocó temor a una indebida interferencia partidista, pero tuvo el efecto de prodigar recursos monetarios y humanos. En Puerto Rico, el comienzo de la epidemia reveló graves deficiencias de manejo en la administración pública, que emprende la inmunización bajo sospecha.

La vacunación de 1899 era obligatoria, no por solicitud del pueblo, sino impuesta por un ejército de ocupación para promover un nuevo régimen colonial, con censura periodística a las críticas y con la agresividad de una operación militar. Un gobierno constitucional puede imponer su voluntad en caso de emergencias perentorias; más todavía un régimen militar extranjero persuadido de su propia superioridad y benevolencia. En 2020, la mayoría de los ciudadanos han consentido a limitaciones de nuestros derechos para prevenir la aceleración de la epidemia, pero es poco probable que alguna sociedad libre de 1899 lograra imponer a sus ciudadanos lo que ocurrió aquí. En Brasil, en 1904, las medidas restrictivas fracasaron después de una semana de motines.

¿Cómo comparar resultados, si la campaña actual apenas empieza? La opinión pública y los problemas de implementación en 1899 son difíciles de precisar, por la censura de prensa y falta de más investigación. El éxito sanitario es innegable, pues la incidencia y la mortalidad de la viruela disminuyeron marcadamente. (Esto fomentó el descuido de la vacunación en años posteriores). Los últimos casos en Puerto Rico se vieron en 1921.

¿Qué podemos anticipar para 2021? Los medios noticiosos y sociales nos dejarán saber los problemas (grandes y pequeños, ciertos, ilusorios o fake). Tropiezos habrá, pero el gobierno debe informar al público, coordinar las acciones y evitar, en lo posible, las confusiones, aglomeraciones y esperas innecesarias. Por más efectiva que sea la planificación, gobierno y ciudadanos debemos estar preparados para las filas, quien quiera colarse y quien necesite atención especial. Costará millones (esperamos que sin “bonos” para intermediarios), tomará meses, y al terminar, no debemos bajar la guardia. A cambio, esperamos, como en 1899, la reducción drástica del riesgo de enfermar, la abolición del distanciamiento forzoso y la recuperación de las convivencias.

(Refiero los lectores a mi artículo en Bulletin of the History of Medicine, 1985, y al libro Pox, de Michael Willrich, 2011. Estos eventos claman por mayor investigación.)

José G. Rigau Pérez

Académico de número de la Academia Puertorriqueña de la Historia, médico epidemiólogo retirado del US Public Health Service y catedrático auxiliar ad honorem en las escuelas de Medicina y Salud Pública de la Universidad de Puerto Rico.

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