¿Por qué dilapidar lo que es la herencia de todos?

Artículo originalmente publicado por 80 Grados el martes, 25 de junio de 2021.

Por María de los Ángeles Castro Arroyo

Una esquina ligada a la fundación de la ciudad en el siglo 16. Cortesía de Andy Rivera/PRHBDS.

Una infinita tristeza, enorme indignación, gran vergüenza y mayor preocupación ha causado la noticia de que el señor arzobispo de la ciudad capital, Mons. Roberto González Nieves, ha vendido (o más bien regalado) el Palacio Episcopal y el antiguo Seminario Conciliar de San Ildefonso a un empresario desarrollador. No importa su nombre, su nacionalidad o su riqueza, ni siquiera el risible precio de la deshonrosa transacción. Lo que estruja conciencias es el futuro incierto de dos estructuras emblemáticas de la ciudad, patrimonio edificado del país, y para mayor burla, en las fechas celebratorias de su quinto centenario y del que fue el principal defensor de la ciudad, el doctor Ricardo Alegría. Por si fuera poco, nada se ha hecho público – todo ha discurrido a escondidas-, sobre las condiciones de la venta y los planes nebulosos, si no siniestros, que se tienen para dos monumentos íntimamente ligados a nuestra historia. ¿Otro hotel boutique estilo “bitcoin colonial” ? Ya tenemos convertidos en hoteles en la calle del Cristo varias estructuras de larga e importante historia. Por favor, señor arzobispo, recapacite por el bien de la urbe que está obligado a respetar y conservar.

Mas repasemos un poco el significado de los dos monumentos que nos conciernen. El primer obispo en pisar tierra americana para tomar posesión de su cargo fue el de Puerto Rico en 1512 y cuando se autorizó la mudanza de la villa de Caparra al islote, una de las condiciones impuestas fue que después de los puentes se pasara primero la iglesia.  Es decir, la Catedral, en línea recta desde lo alto con el lugar de desembarco, y los edificios relacionados, inmediatos a ella, presidieron el primer núcleo urbano. Son estructuras de valor fundacional.

Entre éstas estaba la residencia del obispo que dos siglos más tarde pasó a ocupar una casona comprada en el siglo XVIII a María de Amézquita y Ayala, descendiente del capitán Amézquita, héroe en la defensa frente a los holandeses invasores en 1625. Fue reconstruida bajo el obispado de fray Manuel Jiménez Pérez (1770-1781), fundador del Hospital de Caridad de la Concepción, el Grande (sede hoy de la Escuela de Artes Plásticas y Liga de Arte de San Juan), quien dicho sea de paso fue pintado por José Campeche. Las intervenciones posteriores no alteraron en lo fundamental los caracteres propios de las grandes casas dieciochescas, una de las pocas de esa época que quedan en San Juan. Sobre todo, es admirable en ella la soberbia escalera que conduce a la segunda planta.

Escalera del Palacio Arzobispal. Cortesía de Andy Rivera/PRHBDS

El Seminario Conciliar se fundó hacia 1630, inicialmente con las Cátedras de San Ildefonso dirigidas a la formación intelectual de los llamados al sacerdocio, impartidas desde la Catedral. Para que los clérigos pudieran tener vida en común durante el tiempo de su formación, según fuera ordenado por el Concilio de Trento (1545-1563), –de ahí el calificativo Conciliar de su nombre– era necesario tener un edificio adecuado.

Seminario Conciliar, Cortesía de Andy Rivera/PRHBDS

Dificultades económicas retrasaron las distintas iniciativas habidas hasta la primera década del siglo XIX, cuando el empeño del primer obispo puertorriqueño, Juan Alejo de Arizmendi, echó a caminar el proyecto. Su criterio orientó la selección del solar en las inmediaciones del Palacio Episcopal, junto con la casa y patio del difunto chantre de la Catedral, de cuyos bienes era albacea. Su determinación, e incluso su propio peculio, fueron decisivos para encaminar las obras, ya iniciadas cuando ocurre su muerte en 1814, al menos las primeras de habilitación provisional. Con entusiasmo similar retomó el proyecto el obispo Pedro Gutiérrez de Cos (1826-1833) quien, como antes hicieran Arizmendi con el Seminario y Jiménez Pérez con el Hospital de Caridad, aportó sus propias rentas para hacerlo posible. La construcción del edificio se inició en 1827 y concluyó en 1832, abriendo sus puertas a la docencia el 12 de octubre de ese año.

En tiempos del obispo Gil Esteve y Tomás (1848-1855) se adquirió un espacioso solar al oeste del edificio existente con el fin de ensancharlo y poder alojar en él a los misioneros que llegaran para ayudar al prelado en la moralización del pueblo. Se construyó entre 1852 y 1856 como estructura independiente, completa en sí misma y conectada al anterior por un pasillo, pero se respetó y aprovechó de igual forma el declive de la pendiente y las dependencias rodeando un patio de proporciones perfectas y galería porticada. Tiene una hermosa capilla de reducido tamaño, asociada por su forma y estilo con la del Arsenal de la Puntilla

Capilla del Seminario Conciliar. Cortesía de Andy Rivera/PRHBDS.

En un país carente de instituciones de educación superior, fue en el Seminario donde se ofrecieron las primeras cátedras de farmacia y química, a cargo del padre Rufo Manuel Fernández. Además de los estudiantes aspirantes a la carrera sacerdotal, el Seminario Conciliar atendía otros alumnos de la ciudad y en sus aulas se educaron muchos de nuestros próceres del siglo XIX. Se formaron en el recinto José Julián Acosta,  Román Baldorioty de Castro, Cayetano Coll y Toste, Federico Asenjo, José Celso Barbosa, entre otros. En 1860 pasó a manos de los jesuitas que establecieron un seminario-colegio de segunda enseñanza. Durante la primera república española se convirtió en Instituto Civil de Segunda Enseñanza (1873-1874) para devolverse antes del año a los jesuitas hasta 1879 cuando se mudó al edificio de la Diputación Provincial y el Seminario volvió a ser exclusivo para la carrera eclesiástica bajo la dirección de los padres paúles. Ya en el siglo XX fue por algunas décadas el Colegio de Santo Tomás de Aquino (1948-1972). El edificio, en muy mal estado, fue restaurado con esmero por Ricardo Alegría entre 1984 y1986, convirtiéndose a partir de ese último año en sede del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe fundado por él y que hoy trata de negociar su estadía allí al menos por el próximo año académico. Puede apreciarse que ha sido un edificio cuyo uso educativo persiste desde sus orígenes.

Sin detallar sus importantes rasgos arquitectónicos, vale decir que es uno de los edificios construidos durante el primer tercio del siglo XIX que iniciaron en la ciudad el estilo neoclásico que prevaleció en dicha centuria y distingue el casco antiguo. Junto con el Palacio Arzobispal componen una manzana importante porque conforman la antesala a la calle del Cristo vista desde el norte y al antiguo barrio de Ballajá que reúne la mayor densidad de edificios públicos a gran escala que tiene la ciudad. La mayor parte de ellos fueron obras de asistencia social, como el Hospital ya mencionado, la antigua Casa de Beneficencia (sede del Instituto de Cultura Puertorriqueña en la actualidad) y la primera casa para dementes que tuvo el país (hoy Escuela de Artes Plásticas). Estas instituciones, como las del Palacio Episcopal y el Seminario Conciliar fueron -y son- representativas del devenir histórico del país, no solo de su capital. Y de frente, en diagonal con el arzobispado, la deslumbrante Iglesia de San José, vuelta a consagrar en marzo de este mismo año después de una ingente restauración.

Como parte del distrito histórico de San Juan, los edificios, ahora tornados mercancías, rebasaron una recia evaluación para formar parte del Registro Nacional de Lugares Históricos dignos de preservarse y fueron aceptados por la UNESCO en su rigurosa lista del patrimonio histórico de la humanidad. En fin, se ha vendido una parte única del legado edificado del país, cuyo valor histórico, urbano, arquitectónico y cultural es intangible porque, además, está indisolublemente unido a nuestro desarrollo como país, al carácter mismo de lo que somos.

La sede arzobispal. Cortesía de Andy Rivera/PRHBDS
Archivo Arquidiocesano de San Juan, Cortesía de Andy Rivera/PRHBDS
Dos pinturas de José Campeche, El salvamento de Ramón Power ( c.1790) y el Obispo Juan Alejo de Arizmendi ( c. 1804). Colección Arzobispal.