El pan nuestro de cada día: fantasma del hambre de 1942

Columna originalmente publicada en 80 Grados, el 29 de mayo de 2020.

Por Cruz Miguel Ortiz Cuadra

Santurce, mayo de 2020

A lo largo de nuestra historia, el fantasma del hambre nos ha perseguido recurrentemente. Si definiéramos hambre como la imposibilidad de los individuos de acceder a una ingesta diaria adecuada, en cantidad y calidad suficiente como para poder reproducir la vida de forma habitual, entonces el fantasma se nos ha aparecido de manera abrupta como consecuencia de plagas, sequías, huracanes, inundaciones, políticas arancelarias interesadas, bloqueos estratégicos de suministros básicos, guerras, racionamientos tácticos y, más recientemente, pandemias. Las crónicas de la conquista, los archivos histórico-documentales, los periódicos y los informes gubernamentales están llenos de narrativas sobre carestías alimentarias. Y, en el presente, como hemos visto en tiempos recientes, los medios electrónicos han sido una fuente eficaz para develarnos, otra vez, el espectro del hambre y de la inseguridad alimentaria en la vecindad de nuestra historia real.

Una de las crisis alimentarias más duras en la historia de Puerto Rico ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial (1941-1945), especialmente en el período de que va de 1942 al 1944, cuando se impuso un estricto racionamiento a la venta y consumo de alimentos básicos importados debido a 3 razones: (1) el enfoque de la producción alimentaria para abastecer a los soldados en los frentes de guerra (2) la asignación de un mayor espacio de carga para acomodar materiales de guerra en detrimento de la carga de alimentos en los buques comerciales y (3) el quiebre de la cadena de suministros a raíz de los ataques submarinos alemanes a barcos de carga con rutas en el Caribe. Lo dramático de la crisis se muestra claramente en una carta que suscribe Antonio Fernós Isern, médico y figura clave en el gobierno del Partido Popular Democrático tras las elecciones de 1940.

Esa fractura exacerbó la fragilidad de un sistema alimentario que tres años antes del ataque a Pearl Harbor importaba sobre 603.7 millones de libras de comida y producía para consumo sólo 1.14 millones.[1] Las insuficiencias golpearon a la generalidad de la población, pero sacudieron con más fuerza a las familias trabajadoras y campesinas que por entonces, para una dieta mínima y adecuada durante el año, necesitaban sobre $762, algo imposible para una población con trabajos agrícolas estacionales que, en condiciones óptimas, devengaba entre $155.88 y $599.00 anuales.[2] A esto se añadía que más de 100,000 campesinos carecían de tierra propia para un autoabastecimiento familiar idóneo. Así, la alimentación básica, que para entonces se había conformado en una matriz muy sencilla (cereal y tubérculo en el centro + legumbre de contorno + tasajo y bacalao como periferia saborizante), se simplificó aún más para una población que ya sufría de inseguridad alimentaria crónica. En lo que sigue me gustaría mostrar algunos ejemplos de cómo la población enfrentó el hambre, para buscar, y comer, el pan nuestro de cada día.

Cortesía del Archivo de la Fundación Luis Muñoz Marín

Inopia panis, penuria panis: el arroz

Hacia 1940-4 la importación de arroz alcanzaba 262,623,829 millones de libras.[3] Si bien es cierto que en la isla se producía arroz criollo íntegro (alrededor de 2.7 millones de libras), el latifundio, por un lado, y la fuerza del merado arrocero estadounidense por otro, habían hecho del arroz pulido importado el centro básico de la dieta puertorriqueña. En 1941, se estimó que las familias puertorriqueñas –con un promedio de 6.5 personas por hogar–, consumían entre 132 y 152 libras anualmente.[4]

Según un informe de la Oficina de Distribución de Alimentos, adscrita a la War Food Administration en Washington, el período que transcurrió entre julio y octubre de 1942 fue uno turbulento en Puerto Rico, en el que el miedo al hambre, según el despacho, “increased to the breaking point, and already food riots were taking place.”[5]

Así, cuando en noviembre de 1942 el gobierno anunció que a la isla sólo arribarían 198.000.000 de libras (en efecto arribaron menos), y se estableció un régimen de asignaciones fijas que limitó a una libra ½ por persona la cuota semanal, asegurar el alimento central de la matriz se tradujo definitivamente en protestas y reclamos violentos. La población hambrienta se lanzó a las calles en busca del preciado cereal cuando el 11 de noviembre de 1942 –a casi un año del inicio de los ataques submarinos– se diseminó en Ponce el rumor de que había anclado en el puerto un barco repleto de arroz. El Puerto Rico World Journal reportó el evento de la siguiente forma:

Ayer, temprano por la mañana –reportaba el Puerto Rico World Journal del 12 de noviembre– largas filas de personas se alinearon en las puertas de los negocios de la plaza pública para comprar una libra de arroz, y no se dispersaron hasta que les fue comprobado que el arroz aún no había sido distribuido. Hubo considerables peleas y empujones, y fue necesaria la intervención policial.[6]

Cocina de resistencia

Hacia 1943, en plena guerra mundial la nutricionista Ana Teresa Blanco participó del equipo que formó el primer Community Workshop de nutrición en la Universidad de Puerto Rico, que dirigió la profesora Lydia Jane Roberts[7]. En 1946, Blanco presentó a la Universidad de Chicago su tesis Nutritional Studies in Puerto Rico. En su estudio incluyó varias de sus experiencias de campo como parte del taller de nutrición. Decía Blanco, refiriéndose a sus experiencias personales en el terreno, lo siguiente:

“[We] can consider families without apparent means of support, who do occasional jobs and are highly dependent on charity or relief for their existence. These live mostly on polished rice and starchy vegetables. In city slums where starchy vegetables are sometimes more expensive than rice, rice is increased by the addition of wasted seeds, as for example, when hedionda (sic) is available, other supplements such as beans, codfish, cornmeal, fruits, and so forth, will be added. Many times, there will be no food at all unless charitable neighbors send in something. In the towns, little boys will beg for left-overs from neighbor’s tables to take home to their families.”[8]

Durante los años de la guerra, cuando el arroz era inasequible, la harina de maíz también pasó a ser un remedio para sustituir el centro arrocero de la matriz. Los estudios sobre nutrición de la época muestran que cuando podía obtenerse harina de maíz–, pues la importación se redujo de 84.6 millones de libras en 1940-41 a 9.9 millones en 1942-43– la harina fue empleada en lugar del arroz con las habichuelas guisadas para confeccionar funche con habichuelas, plato que pasó a adoptar un nombre militar: «el Segundo Frente». Este, según Lydia Roberts, era la sustitución irremediable del «Primer Frente», que era el arroz con habichuelas.[9]

La harina de maíz convertida en funche complementó, como lo había hecho históricamente, jornadas alimenticias deficientes y aparece ligada al espectro del hambre en medio de la guerra. De esa forma lo experimentó el padre de Epifania Estrada, en su tala en el municipio de Ceiba, durante la década del cuarenta. “Entonces –rememoraba Epifania en abril de 1995– papá cogía y cosechaba mucho maíz, y él tenía un molino, uno de esos molinos redondos [piedras de moler o muelas], y molía esa harina y mamá hacía guanimes y funche, …lo hacía con coco, le echaba a veces pesca’o, habichuelas, las hacía hasta con gandules”[10].

Con el correr del tiempo, el funche vino a significar el «mantengo», «la PRERA», es decir, las partidas alimentarias directas suministradas por el Estado para balancear las raciones de las familias más pobres. En este sentido, la harina de maíz para hacer papillas de resistencia todavía era recordada a fines del siglo XX por varias mujeres que recibieron raciones de los programas de beneficencia alimentaria que se implementaron entre 1942 y 1945. Ramona Denis, por ejemplo, recordó lo siguiente:

«Sí. Cogí la PRERA. Hacía tortitas de harina, frangollo o funche, con agua y sal».[11]

De manera más elocuente, Julia Acosta, quien prefirió redactar su respuesta– me escribió en papel el siguiente recuerdo:

“Mis padres llegaron a coger la prera [sic] cuando yo era pequeña. Estos alimentos eran arroz, huevo en polvo, habichuelas secas [sic], jamonilla, queso, leche en polvo, carnes enlatadas y harina de maíz. Mi madre siempre preparaba funche de harina de maíz, sorullitos con queso y guanimes.”[12]

Igualmente, cuando en 2001 le mencioné la palabra «funche» al entonces dueño del restaurante El Fogón de Víctor, en Humacao, lo primero que recordó fue haberlo comido en medio de los racionamientos, siempre en el desayuno. Luego repasó su memoria y recordó que también lo comía en las noches, cuando no había para cenar, regado con azúcar y recogido con los dedos de las raspas requemadas de la olla.[13]

En la actualidad, para la mayoría de la población menor de 40 años, el funche y otras confecciones afines están asociadas a evocaciones nostálgicas de una agricultura y una cocina simple y generosa, trabajada por pequeños agricultores y cocineras domésticas para obtener lo básico para comer. Pero no se relaciona con aquellas jornadas de hambre o comidas escuálidas de resistencia en medio de una gigantesca crisis alimentaria, una que incluso llevó cientos de personas al vertedero capitalino, casi diario, a comer las sobras que venían de los campamentos militares.[14] En 1996, en el barrio Montones Tres de Las Piedras, entrevisté, junto a mi estudiante Julio Estrada, a su abuela, Cándida Lozada. A la pregunta abierta sobre sus experiencias alimentarias durante la guerra, dijo:

“No se encontraba carne, no se encontraba arroz…no se encontraba nada. Iba uno a las tiendas y no podía uno ver arroz, se comía verdura de almuerzo y comida…y pepita de pana guisá con verdura….porque no se encontraba arroz ni carne.” [15]

Beber y comer lo desconocido

En la década de 1940, el gobierno federal, atento a la posibilidad de que una población hambrienta podía desestabilizar el orden en un enclave militar estratégico, asignó fondos al Departamento de Agricultura Federal, para que se atendieran las carestías alimentarias y nutricionales de más de un tercio de la población vulnerable.[16] Así se crearon las Civilian Defense Milk Stations, que a enero de 1943 sumaban 270 estaciones de leche. Su misión, rellenar las deficiencias de calcio y la avitaminosis crónica de la población infantil. En las estaciones, a un año de iniciada la guerra, se atendían 58 mil niños. Según la nutricionista Roberts, se observaban diariamente “long lines of tiny children, sometimes brought by older children or a father or mother, waiting outside for the door to open, filling it quietly to take their seats on the crude benches, and eagerly drinking the milk or whatever there might be.”[17]

Es cierto que el método de lactación materna era el acostumbrado entonces en la edad precoz de los niños. Pero se reproducía, en la inmensa mayoría de los casos, de madres con desnutrición y avitaminosis crónica. A esto se sumaba el hecho de que, en el período pos-lactación, los niños regresaban a una dieta bajísima en proteínas y vitaminas lácteas.[18] Y fue en estas estaciones que los niños comenzaron a probar algo que nunca en su vida habían probado. La propia Roberts, que las visitó frecuentemente dijo entonces, a la altura de 1944, que:

“Sometimes there was oatmeal, cooked in milk to a consistency thin enough to drink. Sometimes there was eggnog made of dry evaporated milk, or half and half, with powdered egg…and there was always milk or cocoa. The children were given all they could drink. Some…even quite small ones, drank one or two big cups of oatmeal…Some of them waited around till all were served and begged for the oatmeal that was left to take home to their mothers”.

Cortesía del Archivo de la Fundación Luis Muñoz Marín

El otro programa fue el Community School Lunch Room Program, administrado por el Departamento de Educación de Puerto Rico. Los estudios sobre los comedores escolares realizados en 1947, revelaron que en el curso escolar de 1945-1946, por ejemplo, el programa sirvió 29.603.203 de almuerzos anuales a una población de 179.812 estudiantes.[19] Los hallazgos del estudio muestran que el programa ayudaba a que la mayoría de los estudiantes comiera, por primera vez, cierto tipo de alimentos, entre ellos carnes enlatadas que posiblemente nunca en sus vidas habían comido: «beef stew», «chopped ham», «corned beef», «corned beef hash», «pork and luncheon meat», y «vienna sausages» (salchichas). La poca familiaridad con estos alimentos cárnicos era tal, que inicialmente fueron rechazados por los niños entre las edades de 12 a 18 años.

Puerto Rico Ilustrado

¿El fantasma del hambre en la espalda?

En épocas preindustriales –muy distintas a la de hoy– el sistema alimentario era mucho más frágil, ciertamente. Las épocas de abundancia o escasez de comida estaban atadas a por lo menos cuatro circunstancias: (1) a los ciclos de cosecha de frutos domesticados y adaptados a la agroecología tropical (2) a la capacidad de la agricultura alimentaria-sobre todo los tubérculos y las raíces- para tolerar percances climáticos (3) a la estabilidad, o por lo contrario, a la variabilidad del comercio internacional de hacer asequibles –por medio del gran comercio de importación local– aquellos alimentos que devinieron básicos en la dieta puertorriqueña, y que no se producían localmente (bacalao salado, salazones cárnicos, harina de trigo, carnes enlatadas y, luego de 1950, arroz y harina de maíz); y (4) a la capacidad o incapacidad de las instituciones gubernamentales coloniales de anticipar, neutralizar y administrar inminentes brotes de hambre resultantes de eventos catastróficos.

La pregunta que se impone hoy es: ¿Tendremos el fantasma del hambre acechando desde el encierro pandémico?

Metro

[1] Elton B. Hill y J. E Nogueras, The Food Supply of Puerto Rico. Agricultural Experiment Station, Boletín núm. 55, 1940, 32 pp. pp. 5-13. Con todo y la enorme importación, la agricultura puertorriqueña todavía producía el 65% de la comida disponible para consumo anual por persona. Obviamente, la mayor parte eran tubérculos y frutas, como los plátanos los guineos y el panapén.

[2] Félix Mejías, Condiciones de vida de las clases jornaleras de Puerto Rico. Río Piedras, Puerto Rico, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1946, pp.64-65.

[3]  Departamento de Agricultura y Comercio, Annual Book on Statistics (1939-40,1940-41).

[4] Sol Luis Descartes, Salvador Díaz Pacheco y J. R. Noguera, Food Consumption Studies in Puerto Rico. Agricultural Experiment Station, Boletín núm. 59, 1941, 76, pp. p. 57.

[5] Fundación Luis Muñoz Marín, Fondo Luis Muñoz Marín Presidente del Senado, Sección IV, Gobierno Federal, War Food Administration, Serie 2Subserie 2, cartapacio 1, Report of Operations of the Caribbean Emergency Program, July 1942 to December 1943. Caribbean Emergency Program Division, 20 de enero de 1944, 32, pp., p. 17.

[6] Citado en Report of Operations of the Caribbean Emergency Program, July 1942 to December 1943, Caribbean Emergency Program Division, 20 de enero de 1944, 32 pp., p. 17. Fundación Luis Muñoz Marín, Fondo Luis Muñoz Marín Presidente del Senado, Sección IV, Gobierno Federal, War Food Administration, Serie 2Subserie 2, cartapacio 1. También Cruz M. Ortiz Cuadra, “Alimentación y política durante la gobernación de Rexford Tugwell” en Jorge Rodríguez Beruff y José L. Bolívar Fresneda, eds. Puerto Rico en la Segunda Guerra Mundial: Baluarte del CaribeSan Juan, Ediciones Callejón, 2012.

[7] Lydia Jane Roberts (Chicago,1879-Puerto Rico,1965) había sido miembro de la directiva del Comité Nacional de Alimentación y Nutrición del Consejo Nacional de Investigación adscrito al Departamento de la Guerra. En 1943 aceptó un destaque académico en la Universidad de Puerto Rico, donde desarrolló el Community Workshop. Desde 1946 hasta 1952 dirigió el Departamento de Economía Doméstica de la Universidad. Jubilada, pero aun ejerciendo la cátedra, murió en su despacho, en el programa de Economía Doméstica, en 1965, dos años después de haber publicado su memorable Doña Elena Project, un estudio de una comunidad rural de Puerto Rico. Véase, Barbara Sicherman y Carol Hurd Green, eds. Notable American Women: The Modern Period: a Biographical Dictionary. Cambridge, Harvard University Press, 1980, pp. 580-581.

[8] Ana Teresa Blanco, Nutrition Studies in Puerto Rico. Río Piedras, Puerto Rico, University of Puerto Rico, Social Science Research Center, 1946, p. 74.

[9]  Lydia J. Roberts y Rosa Luisa Steffani, Patterns of Living of Puerto Rican Families. Río Piedras, Puerto Rico, University of Puerto Rico, 1949, p.14.

[10]  Entrevista grabada a Epifania Estrada, realizada en abril de 1995 por las estudiantes Luz y Ruilen García como requisito de mi curso Historia de la Alimentación en Puerto Rico en la UPRH. Epifania tenía sesenta y nueve años al momento de la entrevista.

[11]  Ramona Denis Maldonado nació en Naguabo en 1927. Siempre fue ama de casa. Al momento de responder al cuestionario tenía sesenta y siete años. Respuesta recibida en mayo de 1994.

[12]  Julia Acosta es natural del barrio Tejas de Humacao. Nació en 1938. Al momento de responder al cuestionario tenía cincuenta y seis años. Estudió hasta cursar la escuela superior. En el momento de redactar su repuesta era cocinera en un restaurante. Respuesta recibida en febrero de 1994.

[13] Conversaciones con Víctor (Vitín) Medina Ortiz, martes 17 de julio del 2001.

[14] Citado en Ligia Domenech, “The German Blockade of the Caribbean in 1942 and Its Effects in Puerto Rico”; en Jorge Rodríguez Beruff y José L. Bolívar Fresneda, eds. Island at War: Puerto Rico in the Crucible of the Second World War. University Press of Mississippi, 2015, p. 150.

[15] Entrevista a Cándida Lozada, 7 de octubre de 1996.

[16] Lydia J Roberts, “Nutrition in Puerto Rico”, en: Journal of the American Dietetic Association, vol.20, 1944, pp. 298-304.

[17] Ibíd.

[18] Felicia Boria, Day Care Services for Children of Working Mothers and the Establishment of Day Nurseries in Puerto Rico. Government of Puerto Rico, Department of Labor, 2 de mayo de 1942, p 10.

[19] Luz Loriana Aponte, A Study of the School Lunch Nutrition Education Program in the Schools of Puerto Rico. Tesis, M.Ed. Austin Texas, 1947.

Cruz Miguel Ortiz Cuadra

Historiador y autor de ensayos sobre historia de la alimentación y las culturas alimentarias, entre ellos, Guerra y alimentación: el racionamiento alimentario en Puerto Rico durante la Segunda Guerra Mundial (2012); Comida sobre papel: los textos culinarios como testimonios culturales (2011); La cocina como espacio de trabajo (2000); La cocina en la historia: el texto culinario como testimonio cultural (1996). En el 2007 recibió el Primer Premio del Pen Club de Puerto Rico en la categoría de ensayo por su libro Puerto Rico en la olla ¿somos aún lo que comimos? (Madrid Doce Calles, 2006). Es catedrático retirado del Departamento de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico en Humacao y académico de número de la Academia Puertorriqueña de la Historia.