Cólera Morbo: la epidemia reinante a mediados del siglo XIX

Columna originalmente publicada en 80 Grados, el 30 de octubre de 2020.

Por Ramonita Vega Lugo

Ruta del colera morbo.

El cólera morbo fue la epidemia reinante en Puerto Rico entre 1855 y 1856. En aquel momento se desconocía su modo de transmisión. Desde el descubrimiento hecho por Robert Koch en 1884, sabemos que es una enfermedad contagiosa que se contrae al entrar en el organismo el microbio conocido como vibrio cholerae. Generalmente esto ocurre al ingerirse agua contaminada con materia fecal, el vómito de los infectados o comestibles impregnados con la diarrea colérica. Los síntomas de la enfermedad son diarreas repetidas, calambres intensos, convulsiones, vómitos y fiebres. Ante tal cuadro clínico de deshidratación, de no reponerse los fluidos, generalmente la muerte sobreviene en pocas horas.[1]

El saldo oficial de 25,820 muertos por el cólera morbo, desde noviembre de 1855 hasta fines del 1856, constituyó una gran catástrofe en Puerto Rico. Sin lugar a dudas, es el azote más mortífero en nuestra historia hasta el presente, con el mayor número de víctimas en un solo año.

Desde 1830, el gobierno español en Puerto Rico se mantenía en alerta, mientras el cólera azotaba otras islas del Caribe. Dadas las continuas comunicaciones e intercambios comerciales durante esos años, sorprende el hecho de que nuestra isla se mantuvo libre del flagelo a pesar de su presencia en las vecinas islas del Caribe: en Santo Domingo en l833; en Cuba hubo varios brotes (l833, l850, l853-54); en Santa Lucía: l834 y l854; en la Martinica: l835; en Jamaica: l850; en Bahamas: l852; en Nevis: l853; en Barbados y en Trinidad en el l854. [2] En octubre de 1855 se recibieron noticias en Puerto Rico sobre los estragos del cólera en Caracas. [3]

Desde comienzos del l855, La Gaceta de Puerto Rico reproducía del Eco Hispanoamericano una advertencia sobre los síntomas del cólera: «en tiempos de cólera todo malestar brusco o sin motivo como frío, calos fríos [sic], vértigos, desvanecimientos, palpitaciones, opresión, espasmos al pecho, cólicos, diarreas, ansias de vomitar, vómitos, inquietud en las piernas, cansancio grande sin motivo, calambres en piernas o brazos más o menos fuertes». [4] Estos síntomas aislados o en conjunto merecían mucha atención. Se recomendaba ejercitarse, tener una buena alimentación, no exponerse a cambios bruscos de temperatura para evitar el estrago o mitigar sus efectos, instrucciones muy poco plausibles en sociedades pobres. En cuanto al cuidado médico, recordemos que los facultativos escaseaban, sobre todo en las áreas rurales que constituían la mayor parte de Puerto Rico.

Las fuentes contemporáneas a la invasión del cólera dan fe del terror en que vivía la mayoría de la población por la llegada de una enfermedad cuyos síntomas de diarrea, calambres, vómitos, fiebres intensas y muerte inmediata o a las pocas horas, eran imprevistos y fulminantes.

Ante las noticias de cólera en las islas vecinas y Tierra Firme, las autoridades coloniales solicitaron a los alcaldes, «practicar indagaciones para saber si efectivamente se sufría el cólera en dichos puntos» [5] También se mantuvo un estricto cumplimiento de cuarentenas a los barcos. No obstante, su llegada fue inevitable. Luego de veinte años de prevenciones, el cólera entró el 10 de noviembre de 1855 por Naguabo, «precisamente un foco de negocios de reses que se transportaban a otras Antillas».[6] Otras versiones señalan que el cólera se introdujo por el mismo puerto de Naguabo en unos barriles de harina comprados en la vecina isla de Saint Thomas. Otros creen que la enfermedad se desarrolló por la introducción de unos sacos de cacao, por vía también de Saint Thomas, procedentes de Venezuela.[7]

A partir de su llegada por Naguabo, en noviembre de 1855, la isla se vio afectada por la epidemia en dirección de este a oeste. Se fue propagando de unos pueblos a otros y llegó al máximo de su expansión geográfica cuando invadió a Mayagüez y a San Germán, cuyos territorios municipales abarcaban gran parte del área sur y oeste del país.

La alarmante experiencia del cólera en los primeros municipios afectados sirvió de aviso y modelo para las medidas sanitarias a seguir en el oeste del país. A comienzos del 1856, el Corregidor de Mayagüez, Hilarión Pérez Guerra, propuso varias medidas para adopción inmediata si la enfermedad llegaba al pueblo. Se acordó crear una brigada para conducir enfermos a los hospitales; por la conducción de muertos se le pagaría un peso diario a los que se ocuparan de tales servicios. Tres regidores se ocuparían de escoger el sitio apropiado para ubicar un cementerio.[8]

Uno de los mecanismos practicados en Mayagüez desde el año anterior fue el de las visitas domiciliarias, realizadas por comisiones del cuerpo municipal. Además de inspeccionar las casas particulares, atendían a que hubiera el mayor aseo y limpieza en las calles, las pulperías y demás establecimientos de comestibles. Durante el mes de julio de l856, con el fin de mantener una mayor vigilancia, las visitas se realizaban cada 15 días. [9]

Otra disposición, aplicada en San Germán, fue evitar la aglomeración de personas dentro del casco urbano. Aquella medida para el distanciamiento social, se discutió en el Ayuntamiento de San Germán el 6 de agosto de 1856, a los pocos días de saberse de la llegada de la epidemia a Mayagüez. Los vecinos de San Germán se quejaban de que amigos y parientes querían venir de Mayagüez y alojarse en sus casas. Curiosamente, el comisario del barrio Guanajibo donde quedaba la guardarraya entre San Germán y Mayagüez, reportó el primer caso de cólera el 9 de agosto, el mismo día en que se aprobó finalmente la medida contra la aglomeración. Una mujer enfermó durante la madrugada y murió a las pocas horas. El comisario informó además la muerte de otro infectado y dos vecinos de la referida mujer que fueron atacados por el temido cólera. Uno de los vecinos contagiados acababa de llegar de Mayagüez. [10]

Mi investigación sobre el cólera en Puerto Rico, con énfasis en San Germán y Mayagüez, se propuso llenar un vacío historiográfico. La clave inicial para incursionar en la investigación sobre el cólera me la proveyó un ensayo sobre el abolicionismo puertorriqueño del profesor Alberto Cibes Viadé.

no existe un trabajo completo que estudie los orígenes y el curso de la epidemia (de cólera), así como sus efectos en la sociedad de mediados del siglo XIX…sin discusión posible, el azote de mayores víctimas que registran los rumbos médicos de la isla. [11]

Hace algunos años culminé una tesis sobre el cólera morbo en el Puerto Rico de mediados del siglo XIX, enfocada en San Germán y Mayagüez, como requisito final de mis primeros estudios graduados. Sin embargo, la investigación no solo continuó abierta sino en continua actualización[12].

La historiografía en torno a la epidemia en otros entornos es amplia. Existe gran variedad de publicaciones que exhiben abordajes interdisciplinarios, aplicados a la historia de la enfermedad a través del mundo y que asisten en una mejor comprensión de la epidemia, más allá de su rango médico. Además de la búsqueda tradicional en archivos y bibliotecas, he auscultado múltiples archivos digitales y bases de datos en internet, no disponibles en la época en que comencé mi investigación. Así también he recuperado documentos inéditos, sin contar los que aun permanecen secuestrados en colecciones particulares en archivos privados y siguen retando nuestros esfuerzos de búsqueda archivísticos. [13] Mi investigación, ya ampliada, está en su etapa final para publicación. Esta columna es un anticipo, apremiada por la dolorosa experiencia de la pandemia del COVID-19, 265 años después.

Mi estudio regional de los efectos del cólera en San Germán y Mayagüez durante el 1856 es una muestra de una profunda crisis sistémica que no fue ajena al resto de los pueblos puertorriqueños. Los testimonios dan fe del estado de alarma social y el sentido de indefensión que experimentaba el país. Su mención en documentos y prensa de la época es constante, especialmente en las actas de las reuniones de cabildo.[14] Gran parte del terror tenía que ver con la alta y rápida letalidad y la falta de una terapéutica efectiva.

Cuando el cólera llegó a Europa en 1830, el tratamiento se limitaba a recetar píldoras, eméticos o purgantes y sangrías. Estos eran los remedios más comunes y en ocasiones se utilizaban varios simultáneamente. Muchas veces el remedio era peor que la enfermedad. El uso de purgantes y sangrías dejaba al paciente agotado de sus fluidos vitales. Los enfermos morían deshidratados o a consecuencia de la falta de sangre provocada por las sangrías. La intervención médica más peligrosa fue la remoción deliberada de sangre ya agotada que al parecer de los médicos contenía el germen colérico. Para las sangrías era muy efectivo el uso de sanguijuelas incrustadas en el ano; por lo menos quince de ellas podían extraer aproximadamente una onza de sangre cada una. Se cree que decenas de miles de pacientes, con dichos tratamientos, fueron llevados a la tumba por sus médicos.[15]

Betances joven. Pintura de Rafael Tufiño (1957).

En Puerto Rico la figura del médico toma un giro distinto a la luz de la labor realizada por el doctor Ramón Emeterio Betances Alacán, cuya gesta es mayormente recordada por sus luchas abolicionistas y separatistas.[16] Cuando Betances llega a Puerto Rico, graduado de doctor en medicina y cirugía de París, trajo consigo lo más reciente de las grandes corrientes de la medicina y la ciencia europea.[17] Según el historiador médico español Francisco Guerra, Betances había estudiado la enfermedad clínicamente con sus profesores de París, aunque todavía se desconocía la causa y el mecanismo de transmisión.[18] Cuando irrumpe la epidemia en la isla, Betances no sabía sobre la fuente de contagio y estaba consciente de que muchos de los tratamientos paliativos que se estilaban en Francia, eran casi imposibles de aplicar en Puerto Rico. Pero no por ello desmayó su entrega.

Durante la epidemia del cólera en Mayagüez (1856), se destacó atendiendo a los afectados, como cirujano de sanidad del Ayuntamiento, junto a José Francisco Basora, médico titular. No le convencían los tratamientos de entonces, por lo que experimentó exitosamente con eméticos (vomitivos).[19] Su experiencia con la epidemia del cólera en Mayagüez, le servirá años más tarde (1884), desterrado en París, para escribir sobre el tratamiento que aplicó a los invadidos por el microbio. Su escrito se publicó de nuevo en 1890, cuando ya era conocido el descubrimiento de Koch. Ante el temor de un nuevo brote que se expandía por distintos países latinoamericanos, le pareció oportuno reproducir su escrito en 1890, para dar a los médicos, además de las preventivas, las medidas curativas que han de poner en práctica

En la nota introductoria a su publicación en 1890 y para reiterar la eficacia de su tratamiento, así lo afirma:

Este estudio se publicó en 1884, en tres artículos. Cada uno de esos artículos lleva la fecha del día en que salió a la luz, a más de la que existía, se ha hecho sobre el tratamiento; y la práctica de hoy no difiere de la de aquella época… las prescripciones que presento, las debo principalmente – aparte de mi experiencia propia – a los trabajos de los doctores W. Wakefield, Prouest y Lereboullet.[20]

A lo largo de las terribles jornadas de la epidemia del cólera en Mayagüez acaecida tres décadas antes trabajó día y noche. No exigía retribución a los pobres indigentes, sólo a las personas con recursos. [21] Según el doctor Rodríguez Vázquez, Betances es un mito real, inalcanzable en nuestro tiempo, un apasionado del trabajo y de sus ideas. En la memoria popular de antaño en Mayagüez, ricos y pobres reconocían a Betances como una figura ejemplar e inolvidable, sobre todo para aquellos a los que le aplazó su encuentro con la muerte. En el prócer se conjugaban la ciencia, la humanidad, la lealtad y la justicia.[22]

A mi modo de ver, el Betances político se forjó precisamente en el reconocimiento personal de las dificultades para sobrevivir en la colonia, mediante el intercambio de impresiones que obtuvo del trato directo que sostuvo como médico con pacientes de todas las clases sociales. Particularmente, el contacto de cerca con los esclavos y los desvalidos debió ser fundamental para entender la situación general de desigualdad e injusticia racial en su tierra natal.

Del total general de habitantes en Puerto Rico en el año 1854, (ascendía a 492,452), murió el 5.24%. Aunque el mayor número de fallecimientos se encuentra en la clase de color libre, cuando se compara con la población total el porcentaje mayor de muertes correspondió a la clase esclava. De la población esclava a la altura de 1854, murió el 11.66%, mientras que en la de color libre murió el 7.03% y en la blanca, el 2.41%. En la Isla en general murieron más hombres que mujeres en todos los grupos.

La epidemia de cólera en Puerto Rico se vincula con una merma significativa de esclavos, en momentos en que se encarecían los precios y la trata era perseguida en los mares por Inglaterra. Hubo haciendas que perdieron más de tres cuartas partes de su dotación.[23] Para los emancipados y libres no blancos, la epidemia fue también particularmente cruel. Haber obtenido la libertad no era garantía de nada. Ambos azotes, el cólera y la esclavitud, se nutrían de la racialización.

La siguiente gráfica ilustra, con distinción de género y raza, la distribución de las 25,820 víctimas del cólera en Puerto Rico. [24]

Los comisarios de barrio fueron quienes suministraron los datos para formar los padrones o estados diarios con detalle de los contagiados, curados, convalecientes, enfermos y muertos por el cólera. Como primeros en la línea de atención a los enfermos, estos funcionarios se contagiaron con frecuencia al igual que los médicos, otro personal sanitario y sacerdotes. Algunos comisarios fallecieron en el ejercicio de su deber, cuando acudían a prodigar cuidados mientras llegaba el médico. En Fajardo, se dio el caso de que todos los médicos fueron contagiados. Por otro lado, hubo enfermos que alegaban haberse salvado sin más aplicaciones que las del guasco, aceite con anamú y las fricciones con alcanfor y salvia.

Betances, años después. Rafael Tufiño, 1981.

A falta de un registro fotográfico, una descripción del paciente colérico por el doctor Ramón Emeterio Betances en su estudio sobre la enfermedad –publicado décadas después de su experiencia en Puerto Rico– nos acerca a la terrible experiencia del contagio:

El facies (sic) del enfermo expresa sus angustias y sufrimientos; y como no se le oculta el peligro en que se halla, la expresión del terror, que no se borra ni con el agotamiento de fuerzas en una cara enflaquecida y cuyos ojos se hunden en la órbita rodeada de una aureola violácea,. le da una fisionomía particular que no se olvida nunca más cuando se ha observado una sola vez.[25]

Para cuando Betances escribe su famoso tratado, ya se conocía la causa del cólera. Sus recomendaciones sobre el cuidado al paciente incluían eméticos (vomitivos) como la ipecacuana; para detener el vómito y contra la diarrea usaba el láudano, polvo de opio y elixir paregórico (del latin Paregoricus) mezcla de opio y alcohol. [26] Contra las diarreas debían usarse lavativas de vino caliente de Burdeos. Con cuidados higiénicos y de bienestar como el reposo, caldos, limonadas, paños de agua fresca en la frente, se lograba la curación. Según las circunstancias, el médico emplearía los excitantes internos como acetato de amoníaco, lactato de quinina en inyecciones, purgantes, baños, inhalaciones de oxígeno.[27]

La tragedia del cólera en Puerto Rico a mediados del siglo XIX no solamente aviva nuestra imaginación sobre los afectados. También abre vías para calibrar los esfuerzos gubernamentales por contener sus efectos sociales y económicos. De forma directa e indirecta, además, se identifican las condiciones de vida, los hábitos sanitarios y las costumbres que contextualizan la epidemia, algunas de los cuales persisten hasta hoy día.

Durante el año en que reinó el cólera, las actas municipales y la correspondencia remitida al gobierno central evidencian que la enfermedad desestabilizó la vida de los pueblos. La isla se vio afectada de forma general por la epidemia aunque el folklore aun mantiene sus mitos sobre el hecho. Uno de los más sostenidos tiene que ver con el pueblo de Morovis. Es preciso aclarar que el pueblo de Morovis no se salvó del cólera como repite el adagio popular: el cólera menos Morovis. El total de víctimas –cuatro– fue bajo en esa localidad; igual número que en Corozal y tres menos que en Aibonito. Son pocos decesos atribuibles al cólera, si se les compara con los reportados en San Germán (2,462) y Mayagüez (1,569). Según afirma el historiador Lidio Cruz Monclova, el único pueblo que sí pudiera haber escapado al cólera fue Adjuntas. Así parece ser, dado que Adjuntas no refleja víctimas en el informe oficial.[28]

Hubo dificultades comunes a casi todos los pueblos, particularmente la escasez de facultativos, la necesidad de improvisar hospitales y establecer cementerios, además de la ineficiencia de los cordones sanitarios. En zonas urbanas, los ayuntamientos ocuparon casas para levantar hospitales provisionales. En los campos, se experimentó un problema grave con los enterramientos pues los cementerios no eran suficientes y se dificultaba el traslado hacia otros puntos. Tanto en las áreas rurales como en los pueblos era menester enterrar con toda premura y generalmente se abrían fosas comunes y se arrojaban capas de cal en grandes cantidades. De ahí el nombre de colerientos que aún conservan esos sitios en algunos barrios. Los testimonios de la época dejan constancia de que los pobres se veían obligados a echar sus parientes en los zanjones de los coléricos, mientras que la gente pudiente recibía casi siempre sepultura, según su caudal.

Algo difícil de sostener fue el estricto control de los cordones sanitarios, en los que se le exigían pasaportes y papeletas de sanidad a los viajeros que iban de un pueblo a otro. Sobre todo en las áreas montañosas, los pasos de ríos anulaban el control sanitario y era continua la solicitud de los alcaldes para el libre tránsito de los vecinos cuando no había otros caminos para llegar a los poblados.

Más allá de los números y las estadísticas, cabe destacar la importancia de la investigación sobre los efectos de la epidemia en la sociedad del pasado y sus ecos en el presente. De algún modo pueden aleccionar sobre cuán frágiles son nuestros progresos y adelantos frente a un mal cuya forma de contagio y su resolución terapéutica no se podían precisar a ciencia cierta.

La documentación consultada manifiesta cuán inseguras eran las condiciones de salubridad a mediados del siglo XIX. Se advierte que el gobierno se veía imposibilitado para detener el avance de la epidemia. Un problema esencial era el desconocimiento sobre los modos de transmisión de la enfermedad era patente la escasez de médicos y de hospitales.

El gobierno español redobló sus esfuerzos para evitar la llegada del cólera y adoptó medidas preventivas para frenar su expansión, pero la enfermedad encontró terreno fértil en la falta de higiene de los pobres, por las condiciones críticas en las que vivían. En casi todos los lugares afectados, ese fue un aspecto interesante sobre el impacto social del cólera.

El examen general del estado social y económico del país a mediados del siglo XIX deja ver que la epidemia intensificó una situación ya precaria. En efecto, quedaron al descubierto cuán profundas y continuas eran las desigualdades sociales. Se confirma la teoría del historiador francés Louis Chevalier, sobre los patrones de comportamiento que se definen durante la epidemia. En síntesis, como cualquier otra crisis de esa envergadura, las epidemias resaltan los problemas o las situaciones de vulnerabilidad. Desde ese enfoque, la investigación sobre el cólera morbo confirma las condiciones insalubres en las que vivía una gran parte de la población. Se reconocía que los ricos podían morir de una plaga, pero esto sólo parecía subrayar que para los pobres la muerte era casi inevitable.

La población negra en general, los esclavos y los libertos, fueron las principales víctimas, particularmente los jóvenes en edad reproductiva. Los esclavos, en su mayoría, contaron con asistencia médica en las haciendas, pero esos cuidos tardíos no fueron suficientes para los miles que murieron. En la ciudad, los negros libres y sin recursos dejarían sus sobrevivientes al amparo de la caridad pública y de la beneficencia del gobierno. En un sentido real era la enfermedad de los pobres, pero los ricos no estuvieron inmunes por el modo de transmisión de la epidemia.[29]

En definitiva, al examinar el estado social y económico del país, el cólera iluminó e intensificó la crisis socio-económica que padecía la Isla. Se reconocen con el presente las continuidades en el sentido más desafortunado: particularmente la incapacidad del gobierno para controlar la expansión de la enfermedad. Entre muchas de las causas que imposibilitaron a las autoridades ejercer un control efectivo encontramos la insuficiencia de fondos para tomar medidas de prevención en cuanto a higiene, habilitación de hospitales, sostenimiento de cordones sanitarios, lazaretos y adquisición de medicamentos.

Como en la actualidad, la epidemia del cólera morbo logró expandirse con rapidez como consecuencia de las presiones económicas. El aislamiento no era conveniente para la producción el comercio de ningún modo. Las medidas de protección se pasaban por alto para dar rienda suelta a los negocios. El aislamiento mediante los cordones sanitarios y las cuarentenas provocaron conflictos en los pueblos, por temor tanto al cierre de negocios como al hambre y al contagio. Ese pasado nos resulta familiar en estos tiempos, aunque vivimos en la modernidad y con más recursos médicos e instituciones hospitalarias.

Por la grave desestabilización y penurias que provocó, el cólera se convirtió en una gran lección para el país. Contribuyó a entender la urgencia de legislar e implementar reformas sanitarias. Las instrucciones sobre medidas básicas de higiene fueron y siguen siendo clave para evitar los contagios. Este aspecto pudiera abordarse en otra investigación sobre la evolución de la sanidad y su relación con el desarrollo social y económico del país. Coincido con la aseveración del doctor Arana Soto de que el cólera contribuyó a patentizar la necesidad de reformas en la higiene y en el sistema de salud pública.

El impacto actual del Coronavirus o Covid 19 es tan alarmante en nuestro país y para la humanidad en general como lo fue el cólera a mediados del siglo XIX. El contagio y propagación de ambas se hace por medio de los humanos, quienes una vez contagiados lo transmiten de un sitio a otro. Ante las aflicciones más recientes que nos agobian y aíslan sin remedio, se reafirma la urgencia de insistir en la prevención con miras a evitar los contagios. Si de algo nos sirve aquella emergencia sanitaria de mediados del siglo XIX, es para entender que la prevención al contagio es imperativa para sobrevivir, sea cual fuere, la epidemia reinante.


[1] En 1884 el bacteriólogo prusiano Robert Koch descubrió el bacilo, en tanques de agua en Calcuta. Véase el contexto de la India con relación a su situación política y social en Sheldon Watts, Epidemias y poder. Historia, enfermedad, imperialismo. Barcelona: Editorial Andrés Bello, 2000, pp. 229-285.  Aunque ha sido criticado en sus posturas conspirativas, el libro incita a la reflexión sobre las epidemias más allá de su carácter biológico. Cf. Reseña por Antonio Buj en http://www.ub.edu/geocrit/b3w-278.htm

[2] Salvador Arana Soto, La sanidad en Puerto Rico hasta l898. Barcelona: Medinaceli, SA.,1978 , pág. 54; Kenneth F. Kiple, «Cholera and Race in the Caribbean».  Journal of Latin American Studies (l7) 1, mayo, l985: pp.161-67.

[3] Archivo General de Puerto Rico (en adelante AGPR), Documentos Municipales, San Juan, Actas de la Junta de Sanidad , 9 de octubre de 1855, f.137v.

[4] «Instrucción metódica por Dn. Tomás Fellicer», La Gaceta de Puerto Rico, 27 de sept- 3 de nov. de 1855; en «Precauciones que deben tomarse contra el cólera», 15 de nov.-17 de nov. de 1855.

[5] Archivo Histórico de San Germán (en adelante AHSG) , Circulares (1814-98), caja 382. La circular núm. 522, menciona en marzo de 1835 estar padeciéndose el cólera en Martinica.

[6] Manuel Quevedo Báez, Historia de la medicina y la cirugía en Puerto Rico. vol.1, San Juan: Asociación Médica de Puerto Rico,  l946, pág. 175.

[7] Eduardo Neumann Gandía, Verdadera y auténtica historia de la ciudad de Ponce, ed. facsimilar, San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña, l987,  pág. 209.

[8] Archivo Histórico de Mayagüez (en adelante AHMM), Libro de Actas, l856, l4 de enero, f. 9r-v.

[9]  AHSG, Copiador de oficios y partes de los comisarios de barrio al alcalde, Fondo Municipal, Salud, caja 366, 6 de agosto de l856.

[10]  AHSG, Copiador de oficios y partes de los comisarios de barrio al Alcalde, Fondo Municipal, Salud, caja 366, 6 de agosto de l856.

[11] Alberto Cibes Viadé, El abolicionismo puertorriqueño. Río Piedras, Puerto Rico: Editorial Madre Isla, l975, pág.12. Estimulada por la aseveración del profesor Cibes Viadé, realicé varios trabajos monográficos de investigación y análisis sobre el cólera y la sanidad pública en Puerto Rico durante el siglo XIX. Entre otros escritos inéditos están: Invasión del cólera morbo en la Isla, 1855-56, investigación para tesina en Estudios Interdisciplinarios, Facultad de Humanidades, UPR-Río Piedras (en adelante UPRRP), 1982; La epidemia de cólera morbo en la villa de San Germán, aspecto social y económico, UPRRP,1984;  La epidemia de cólera morbo en la villa de Mayagüez, UPRRP, 1985;  La sanidad en tiempos del cólera, 1855 – 1856, UPRRP, 1986. Todos estos trabajos culminaron en mi tesis de maestría: Epidemia y Sociedad: El cólera en San Germán y Mayagüez, 1855- 56, tesis de Maestría dirigida por el doctor Fernando Picó, aprobada en 1989 por la Escuela Graduada de Historia de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.

[12] He presentado los hallazgos principales de la misma en varios foros académicos. A modo de ejemplo, en la Universidad de Costa Rica, tuve la oportunidad de comparar resultados con uno de los estudios que complementó el mío en sus inicios hace tres décadas. Se puede acceder a la conferencia en revista digital Diálogos: VOL. 9 (2008): Volumen especial 2008: 9º Congreso Centroamericano de Historia, DOI 10.15517/DRE.V9I0.31130,: Ramonita Vega Lugo, Efectos del cólera morbo en Puerto Rico y en Costa Rica a mediados del siglo XIX,  presentada en panel: Historia de la Salud Pública, 9° Congreso Centroamericano de Historia, Universidad de Costa Rica, 22 de julio de 2008. Mi participación más reciente en foro sobre el cólera tuvo lugar en el Recinto de Ciencias Médicas de la Universidad de Puerto Rico, con la presentación: ¨La gran catástrofe del siglo XIX: el impacto del cólera morbo en San Germán y Mayagüez, 1856¨, durante la VI Cumbre de Historia de las Ciencias de la Salud, Panel 2. Investigaciones históricas sobre el Cólera en Puerto Rico, 9 de abril de 2019, evento organizado por el Dr. Hiram Arroyo y su equipo del Instituto de Historia de las Ciencias de la Salud (IHICIS). La Dra. Mayra Rosario Urrutia, participó a cargo de la ponencia magistral. Allí compartí escenario con tres colegas investigadores que en sus inicios validaron mi estudio como referencia para enfocarse en otros pueblos.

[13] Agradezco la colaboración de colegas historiadores e investigadores, quienes por largo tiempo me han brindado su apoyo y recomendación de lecturas, imposible incluir a todos. Entre ellos: el Dr. José Rigau Pérez, el Dr. Francisco Moscoso, el Dr. Héctor Feliciano Ramos, el Prof. Luis de la Rosa Martínez (qepd), el Dr. Salvador Arana Soto (qepd), el Dr. Fernando Bayrón Toro (qepd), el Dr. Fernando Picó (qepd),  Walter Cardona Bonet (genealogías y variedad de archivos), Joseph Harrison (archivos digitales) y la Lcda. Zely Rivera. Además, merece mención aparte el Dr. Efraín Rodríguez Malavé, por su generoso envío de archivos interesantísimos sobre la contribución de la Medicina Naturopática en el tratamiento del cólera, pendientes de incorporar a mis escritos.

[14] Varios investigadores se ocupan del tema del cólera en otros puntos de Puerto Rico o focalizan en aspectos particulares. Siempre hará falta precisar otras experiencias e impactos de la epidemia en el Puerto Rico decimonónico, pero sin duda, hoy es mucho menor el vacío historiográfico citado por el profesor Cibes Viadé. Los efectos del cólera y otras epidemias sobre comerciantes, hacendados y sus negocios en la región de Mayagüez han sido analizados por Ricardo Camuñas Madera, ¨El progreso material y las epidemias de 1856 en Puerto Rico¨Anuario de Historia de América Latina, ISSN-e 2194-3680, núm.29, 1992, págs. 241-277.  Se destacan recientes los estudios graduados sobre el cólera en Arecibo por Daniel Mora Ortiz , los realizados para tesis doctoral por Vincent Fernández en San Juan y la novela histórica El Niño Azul, de la autoría del Dr. Bernard Christenson, inspirados en la epidemia en San Germán y Mayagüez. El Dr. Christenson ha contribuido también como médico infectólogo con otros escritos como ¨Climate Change and The Cholera Epidemic in Puerto Rico, 1855-56¨, en Boletín de la Asociación Médica de Puerto Rico, vol 100, núm.4, pp. 99-101 2008 (copia del artículo suministrado por la Lcda. Zely Rivera).

[15]  Norman Howard-Jones, «Cholera Therapy in the l9th Century», Journal of the History of Medicine and Allied Sciences, Vol.27, núm.4, l972, p. 373.

[16] Distingo, entre tantos investigadores sobre el tema, a los colegas Francisco Moscoso y a Mario Cancel Sepúlveda, particularmente en la reflexión sobre los orígenes del Grito de Lares.  Hay una amplia historiografía enfocada en la gesta abolicionista y revolucionaria de Betances. Entre los clásicos, solo una muestra de sus biógrafos: la labor pionera de Ada Suárez Díaz, los apuntes de su amigo Luis Bonafoux, estudios particulares como el de Andrés A. Ramos Mattei, , Manuel Maldonado Denis, Carlos M. Rama, Loida Figueroa, Arturo Morales Carrión, Salvador Brau, José Emilio González, José Ferrer Canales.

[17] Graduado en 1853 su tesis versó sobre Las causas del aborto. Véase la actividad médica y científica de Betances a partir del 1855 dividida en tres periodos por el Dr. Eduardo Rodríguez Vázquez, Op.cit., pp. 36-37.

[18] Citado por el historiador médico, Carlos Alexis Lugo Marrero, Ramón Emeterio Betances: el Médico de las Antillas. Revista de Medicina y Salud Pública, vol 44; 2015. Publicado el 5 de enero de 2016, recuperado el 11 marzo de 2019, https://medicinaysaludpublica.com/ramon-emeterio-betances-el-medico-de-las-antillas/ . El dato corresponde a cita de Francisco Guerra en ponencia de Lugo Marrero, presentada en el Panel III de la Tercera Conferencia Científica Internacional Betances-Martí. Centro de Estudios Martianos. La Habana, septiembre 16 de 2002.

[19] Eduardo Rodríguez Vázquez, “Un médico distinguido en la historia de la medicina de Puerto Rico”, Félix Ojeda y Paul Estrade, eds., Ramón Emeterio Betances, Escritos médicos y científicos, Volumen ISan Juan: Ediciones Puerto, 2008.

[20] Versión de 1890, original en francés, traducción de Salvador Arana. En Félix Ojeda y Paul Estrade, eds., Ramón Emeterio Betances, Escritos médicos y científicos, Obras CompletasVolumen ISan Juan: Ediciones Puerto, 2008pág. 35.

[21] Ada Suárez Díaz, El Antillano, Biografía del Dr. Ramón Emeterio Betances 1827-1898. San Juan: Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y El Caribe, 1988, pp. 31-38.

[22] Eduardo Rodríguez Vázquez, “Un médico distinguido en la historia de la medicina de Puerto Rico”, pág. 43.

[23] Arturo Morales Carrión, 207; Labor Gómez Acevedo, Organización y reglamentación del trabajo en el Puerto Rico del siglo XIX , San Juan, Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, l970, pág. 50.

[24] «Memoria de Lemery», doc. fotocopiado, A.H.N., Sección de Ultramar, Gobierno de P.R., Leg.5082, exp.1.

[25] «Estudio sobre el cólera» por el Dr. Ramón E. Betances en Félix Ojeda y Paul Estrade, eds., Ramón Emeterio Betances, Escritos médicos y científicos, pág. 35.

[26] El llamado elixir paregórico es una mezcla de opio y alcohol. Quizás la más potente bebida con opio vendida en algún momento de la historia, en este caso a principios del siglo XX. Se utilizaba como base alcohol alcanforado de 46º y cada onza de elixir paregórico contenía unos 117 mg de opio, equivalentes a 12 mg de morfina Su uso básico era como antidiárreico. Las intoxicaciones opiáceas eran un riesgo potencial. Tomado de: https://es.wikipedia.org/wiki/Paregórico, recuperado 4 de abril de 2019. También lo define el diccionario Oxford como medicamento compuesto por extracto de opio y ácido benzoico que se empleaba como calmante.

[27] Ramón E. Betances, El cólera, historia, medidas profilácticas, síntomas y tratamiento, París: Imprenta Chaix, l890. En Quevedo Báez, pp.307-313. Una de las órdenes de higiene recomendada por Betances fue incendiar los ranchos de los esclavos. Este estudio lo reproducen Félix Ojeda y Paul Estrade, eds. Ramón Emeterio Betances, Escritos médicos y científicos, pág. 131.

[28] Lidio Cruz Monclova, Historia de Puerto Rico, siglo XIX , 5a ed., vol. 1, San Juan, Puerto Rico: Editorial Universitaria, l979, pág. 342.

[29] Véase Archivo Parroquial de Mayagüez, Libro de Defunciones, II (1856). Encontré en una muestra de 116 defunciones en el barrio Sábalos de Mayagüez, lo que comprueba, en efecto, que la mayoría de los fallecidos tenían entre 20 y 39 años. Así también lo ha descrito Ángel de Barrios Román, como un desastre biológico y económico por atacar preferentemente a la edad de 20 años en adelante. Cf. Ángel de Barrios Román, Antropología socioeconómica en el Caribe, Santo Domingo, República Dominicana: Editora Quisqueyana, l974, pág. 255.

Dra. Ramonita Vega Lugo

Catedrática, Coordinadora Programa de Historia, Departamento de Ciencias Sociales, Universidad de Puerto Rico, Recinto Universitario de Mayagüez. Se doctoró en Filosofía y Letras en la Escuela Graduada de Historia de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras (UPRRP). Se concentró en Historia de Puerto Rico y el Caribe. En el año 2009 se publicó su libro Urbanismo y Sociedad: Mayagüez de Villa a Ciudad, 1836-1877, en el que según el director de la APH, José G. Rigau Pérez, quien la presentó en su investidura como académica, combina “dos de los asuntos que excitan el instinto investigativo” de la doctora Vega Lugo: Mayagüez y el desarrollo urbano.