Memorias del ajuar doméstico puertorriqueño
Columna originalmente publicada en 80 Grados, el 14 de mayo de 2021.
Por Haydeé Reichard De Cardona
Esta es una colaboración entre 80grados y la Academia Puertorriqueña de la Historia en un afán compartido de estimular el debate plural y crítico sobre los procesos que constituyen nuestra historia.
Como regla general, conocemos la historia de las sociedades desde los grandes hitos y las figuras que se privilegian en documentos, museos, libros de enseñanza y las efemérides. Por mucho tiempo, la vida cotidiana y sus artefactos se arrinconaron como folklore y se vieron como maneras inferiores de conocer la historia de las sociedades. Afortunadamente, hemos superado esa dicotomía absurda y abunda la historiografía que se ocupa de los gustos, los objetos y las prácticas de la vida cotidiana. Desafortunadamente, sin embargo, hemos desterrado de nuestra memoria y de nuestra propia vida cotidiana muchas de las evidencias materiales, documentales y gráficas de estos inventarios domésticos. Este texto intenta recuperar algunos datos sobre la historia del mobiliario en Puerto Rico y aportar claves para la identificación de estilos y piezas que en un momento dado formaron parte de los espacios domésticos. Quizás algunos ejemplares de los mismos estén todavía en algunas de nuestras casas, esperando un mejor trato y conservación.
¿Cómo vivían los taínos? Además de la sangre, sudor y sufrimientos que sirvieron de abono para logros de futuras generaciones y para mitos heroicos de resistencia, las sociedades taínas tenían objetos de vida cotidiana que hemos heredado y adaptado a nuevos materiales y cromática: el bohío, la hamaca, el petate de rama de palma, y el dujo o turé.
Durante los primeros siglos de la colonización española, el mobiliario era escaso y muy pobre. La isla no tenía las riquezas de los virreinatos y la población era exigua hasta bien entrado el siglo XVIII. Sólo en las fortalezas de gobierno o en algún convento de la Capital se encontraban muebles de estilo. En la mayoría de las casas los únicos enseres eran los rústicos bancos de madera, una tosca mesa, y la hamaca o petate.
El poco mobiliario que se encontraba en la Isla había sido traído de España. Tanto en los conventos como en las edificaciones gubernamentales se encontraba los sillones fraileros, butacas muy austeras con asientos de cuero remachados por clavos. Más tarde fueron introducidas las sillas de caderas, de estilo árabe, y el escritorio portátil llamado el barqueño. Además, era de vital importancia para los funcionarios de gobierno el tener un arca de tres llaves. En ella se guardaban los documentos importantes y tres personas guardan las diferentes llaves.
A partir de mediados del siglo XVIII, se comienza a sentir en Puerto Rico un cambio en los inventarios de objetos con la apertura de nuevos puertos entre España y la Isla. Los emigrantes españoles que venían a establecerse permanentemente traían consigo sus familias y pertenencias. Así comienzan a llegar algunos muebles de estilo a Puerto Rico. Para 1793 Inglaterra cierra los puertos de Jamaica y Barbados a Estados Unidos. España aprovecha y abre los de la Habana y más tarde el de San Juan al comercio norteamericano. Para la Isla representó una nueva vía y progreso. Se intercambiaban harinas, tejidos, y negros esclavos por mieles, azúcar y café. Además, llegaban a la isla telas, calzados, muebles y otros artículos de necesidad. Para la misma época, en las pinturas de José Campeche se atisban algunas piezas de mobiliario pertenecientes a familias acomodadas y a funcionarios. Las piezas revelan un gusto por lo francés que era el criterio del gusto en la gastronomía, el vestuario y los muebles y utensilios.
La Cédula de Gracias de 1815 permitió la entrada de extranjeros de naciones amigas de España. Las emigraciones provenientes de Alemania, Francia, Curazao, Italia y Santo Domingo impulsaron la agricultura de exportación y una primera modernización del gusto en Puerto Rico. Vamos a notar la influencia de los recién llegados en el vestir, comer y el mobiliario doméstico. Igualmente, el efecto de las importaciones crecientes de Estados Unidos, que eran relativamente más baratas y destinadas a un consumo menos elitista.
En el libro Mis Memorias, Alejandro Tapia y Rivera nos describe el mobiliario que existía en las casas del puertorriqueño para el inicio del siglo XIX.
“Sofá de caoba maciza con asientos y almohadones de crin o cerda; silla de la misma clase, bastante pesadas como los veladores y las mesas de la propia madera… La sillería de la casa, la más moderna, eran de madera pintada que se traían de Norte América, lo mismo que el sofá o canapés, verdaderos potros, por la dureza de su asiento aquellos y éstos; pues el ajuar de rejilla no comenzó a usarse hasta 1830 y tantos.” También había en casa algún sillón de caoba, como era entonces todo el mobiliario decente, con asiento muy cómodo.”
Sobre la vivienda de la gente pobre, Tapia se expresaba así: “Las sillas y sillones de las casas menos ricas, eran de paja pero no de rejilla, sino tales como se usa en las sillas de palo blanco y tosco que aun fabrican en Cangrejos.”
La vivienda de trabajadores en la ruralía no varió mucho hasta hace medio siglo. Las casas de madera hechas de trozos de palma real, con setos y paredes forrados con yaguas o tabla astilla, era el hogar de miles de campesinos. En la sala principal se divisaban bancos de toscas maderas o algunos turés hechos de madera o cuero de cabros. Cerca del tabique que dividía la estancia (soberao) del aposento se colocaba una mesa de madera del país que servía de sitio de comida, estudio y trabajo. Sobre ella el quinqué de gas o la vela de esperma que alumbraba el recinto al caer la tarde.
Adosado al centro del tabique sobresalía el retablo o altar doméstico donde se colocaba la imagen de la Virgen y todas las noches se rezaba el rosario. A un costado, bien doblado, el petate, estera rústica confeccionada de ramas de cogollo, que nuestra gente fabricaba para dormir.
En el aposento sobresalía el crucificado y un rosario de camándulas y peronías de doméstica confección que colgaba sobre un clavo en el centro de la pared. El catre de tijerilla o camero para los mayores y el coy o coe para el infante llenaban las necesidades para el descanso. La naturaleza proveía las vasijas y utensilios. La vajilla, vasos, atacas, ditas y cucharas eran sacadas de la corteza de la higuera. Los pobres que residían en la zona urbana vivían en endebles edificaciones de madera y yagua, en peores condiciones debido al hacinamiento.
Las residencias de las personas de medios estaban fabricadas de maderas del país, mampostería, techadas forradas de tejamaní. Las de la zona rural eran amplias casonas de dos pisos construidas mayormente de maderas del país y mampostería. Su mobiliario era muy parecido al de la casa de la ciudad.
A medida que avanzó el siglo XIX, las residencias urbanas eran construidas con más estilo que las de las haciendas. Balaustres de madera en los balcones y bellos soles truncos de maderas caladas adornaban algunas fachadas mientras otras casas imitaban el estilo de barandillas de hierro, celosías de madera y techado a dos aguas de Nuevo Orleáns.
Muchos de los pisos eran de aceitillo, y en algunas residencias, de losa de mármol. Hubo gran afición a principios de este siglo por la losa isleña, conocida como mosaico hidráulico. Estas losas de diferentes colores se colocaban en juego y formaban la ilusión de una alfombra.
Un detalle que le daba a las residencias un toque de elegancia eran los plafones de latón repujado o de metal labrado traídos de Nuevo Orleáns. Sin embargo, en la típica casa de pueblo, el cielo raso era de tablas bien pulidas y cepilladas.
Cual encaje calado se levantaban los medios puntos que dividían la antesala de la sala principal y el comedor. En la mayoría de las casas del pueblo se construía un mediopañito para dividir la sala del comedor. Su forma y estilo variaba desde un arco de madera hasta un armario.
El artesano boricua transformaba las maderas nobles del país en hermosos sillones de estilo isabelino, María Teresa, Luis XV, Reina Ana, aunque en muchas ocasiones con un toque criollo.
Las primeras sillas y sillones que llegaron a la isla con los escudos de familias, flores, plumachos y otros motivos renacentistas en sus respaldos fueron franceses o de influencia francesa. El estilo francés Luis XV fue muy admirado y copiado. Las mesas con pies de forma S, estilo consolas; los buffets, secrétaires, chiffonier, cómodas de varios cajones, y el uso de la caoba barnizada a mano, motivó a los ebanistas del patio a la manufactura del mueble en la isla.
El historiador Lidio Cruz Monclova escribió: “además del juego de muebles del país, se había generalizado entre la clase pudiente el uso de muebles españoles, franceses y norteamericanos”. El puerto de Nueva Orleáns era uno de los más que comerciaba con la isla este tipo de mercancía.
Los muebles de medallón conocidos en España como Isabelinos, y en Inglaterra como Victorianos llegaron a la isla para 1860. Estos muebles tenían el asiento y el respaldo de rejilla tejida y eran hechos de caoba o laurel sabino.
El ebanista puertorriqueño al cierre del siglo pasado había diseñado y confeccionado un juego de muebles de caoba y pajilla tejida.
El respaldo era en forma rectangular y adornaban los lados, dos finos balaustres que pegaban a una cornisa tallada. La versión criolla del isabelino, toma del estilo “William & Mary”, (estilo inglés utilizado en Williamsburg, Va.)). La pata del mueble imita una copa invertida, y el espaldar de forma recta es terminado con balaustres y cornisa. Es importante recordar la influencia norteamericana en el mueble. Además, el mueble de medallón requería de una gran destreza y maquinaria que estaba muy escasa en la isla.
El juego de sala consistía en un sofá, cuatro sillones, doce sillas, una consola con su espejo adosado, un velador, juguetero y musiquero. Además de los juegos de comedor se construían hermosas camas de pilares y amplios roperos de una y dos lunas, y elegantes tocadores para las damas. Se destacaron las fábricas de Vidal en Ponce, don Adolfo Ruiz en Mayagüez, Valentín en Cabo Rojo y el Taller Industrial de don Félix García en Aguadilla.
La elegancia que resplandecía en la residencia del doctor, abogado, farmacéutico o comerciante del pueblo era reflejo de la maestría del ebanista isleño y el fino gusto de las mujeres de la familia.
El florero de cristal opalino en el centro de la mesa de recibo, las figuras de porcelana colocadas en el juguetero, el fino dosel o cenefa que cubría el armazón del techo de la cama de pilares, las hojas de música de piano se guardaban en el musiquero o la hermosa sopera colocada sobre el seibó y el tarjetero de plata donde se colocaba la correspondencia eran distintivos de una clase social.
Luego del cambio de soberanía, llegaron los cambios de muebles. Muchos puertorriqueños quisieron modernizar el mobiliario del hogar. La ebanistería criolla fue sustituida por la norteamericana de fondos y espaldares de calurosos almohadones no propios para este país. Durante los años veinte abundaron en la isla los muebles de mimbres, las cortinas tejidas y los colores claros.
El Art Deco se reflejó en los muebles de caoba y pajillas comunes de los años 1930 y 1940. En Aguadilla el Taller Mecánico de don Raúl Esteves era reconocido a través de toda la isla por la construcción de los muebles de estilo María Teresa. Talladores como don Genarito Respeto, hacía verdaderas obras de arte. Los muebles manufacturados por la Casa Margarida de San Juan gozaron de gran fama.
Aguadilla ha tenido grandes ebanistas y talladores como los señores: Félix y Ricardo García, Manuel Gómez Tejerá, Mon Bocanegra, Rafael Boglio, Genarito Respeto, Chelao Cardona, Gerardo y Antonio Javariz. Caridad Monte, Francisco (Pancho) González, Juancho Esteves, Hnos. Cabán y Etalisnao (Lolo) Aldarondo.
Hoy en día, en la fábrica de don Ladimil Andújar, La Caborrojeña, se elaboran muebles de estilo criollo isabelino. Allí, artesanos puertorriqueños aún trabajan muebles de fina caoba y rejilla con bellos tallados en las cornisas.
En los últimos años se ha visto un despertar del puertorriqueño a valorizar lo suyo. Esto lo vemos por el interés que existe por las obras de arte, la música, literatura y ebanistería puertorriqueñas.
El tener en nuestra casa una pieza de mobiliario manufacturado y tallado en la isla debe ser motivo de orgullo patrimonial.
Haydeé Reichard De Cardona
Es oriunda de Aguadilla, Puerto Rico. Obtuvo su Doctorado en Filosofía con concentración en historia de Richmond University de Londres en 2006. La Universidad de P.R., Recinto de Aguadilla le otorgó un Doctorado Honoris Causa en Humanidades, en junio 2013. La historiadora y escritora se ha distinguido por sus artículos de cuadros de costumbres puertorriqueñas, estampas del siglo 19, cuentos, estudios sobre la religiosidad popular en Puerto Rico y el culto mariano. Es Académica de Número de la Academia de la Historia de San Germán y de la Academia Puertorriqueña de la Historia. Es autora de varios libros: Cuentos de Abuela; Memorias de mi pueblo…Aguadillanas; Tertulias Aguadillanas; Quinientos años de la Mano de María; El ABC de nuestra Fe; María en la historia de nuestro pueblo; Tiempo para Jugar y Cantar; La Hacienda Concepción; Santa Rita una hacienda para la historia puertorriqueña y Haciendas del triángulo noroeste de Puerto Rico Sus dueños y sus historias, entre otros.