Artículo originalmente publicado por 80 Grados el martes, 25 de junio de 2021.
Por María de los Ángeles Castro Arroyo
Una infinita tristeza, enorme indignación, gran vergüenza y mayor preocupación ha causado la noticia de que el señor arzobispo de la ciudad capital, Mons. Roberto González Nieves, ha vendido (o más bien regalado) el Palacio Episcopal y el antiguo Seminario Conciliar de San Ildefonso a un empresario desarrollador. No importa su nombre, su nacionalidad o su riqueza, ni siquiera el risible precio de la deshonrosa transacción. Lo que estruja conciencias es el futuro incierto de dos estructuras emblemáticas de la ciudad, patrimonio edificado del país, y para mayor burla, en las fechas celebratorias de su quinto centenario y del que fue el principal defensor de la ciudad, el doctor Ricardo Alegría. Por si fuera poco, nada se ha hecho público – todo ha discurrido a escondidas-, sobre las condiciones de la venta y los planes nebulosos, si no siniestros, que se tienen para dos monumentos íntimamente ligados a nuestra historia. ¿Otro hotel boutique estilo “bitcoin colonial” ? Ya tenemos convertidos en hoteles en la calle del Cristo varias estructuras de larga e importante historia. Por favor, señor arzobispo, recapacite por el bien de la urbe que está obligado a respetar y conservar.
Mas repasemos un poco el significado de los dos monumentos que nos conciernen. El primer obispo en pisar tierra americana para tomar posesión de su cargo fue el de Puerto Rico en 1512 y cuando se autorizó la mudanza de la villa de Caparra al islote, una de las condiciones impuestas fue que después de los puentes se pasara primero la iglesia. Es decir, la Catedral, en línea recta desde lo alto con el lugar de desembarco, y los edificios relacionados, inmediatos a ella, presidieron el primer núcleo urbano. Son estructuras de valor fundacional.
Entre éstas estaba la residencia del obispo que dos siglos más tarde pasó a ocupar una casona comprada en el siglo XVIII a María de Amézquita y Ayala, descendiente del capitán Amézquita, héroe en la defensa frente a los holandeses invasores en 1625. Fue reconstruida bajo el obispado de fray Manuel Jiménez Pérez (1770-1781), fundador del Hospital de Caridad de la Concepción, el Grande (sede hoy de la Escuela de Artes Plásticas y Liga de Arte de San Juan), quien dicho sea de paso fue pintado por José Campeche. Las intervenciones posteriores no alteraron en lo fundamental los caracteres propios de las grandes casas dieciochescas, una de las pocas de esa época que quedan en San Juan. Sobre todo, es admirable en ella la soberbia escalera que conduce a la segunda planta.
El Seminario Conciliar se fundó hacia 1630, inicialmente con las Cátedras de San Ildefonso dirigidas a la formación intelectual de los llamados al sacerdocio, impartidas desde la Catedral. Para que los clérigos pudieran tener vida en común durante el tiempo de su formación, según fuera ordenado por el Concilio de Trento (1545-1563), –de ahí el calificativo Conciliar de su nombre– era necesario tener un edificio adecuado.
Dificultades económicas retrasaron las distintas iniciativas habidas hasta la primera década del siglo XIX, cuando el empeño del primer obispo puertorriqueño, Juan Alejo de Arizmendi, echó a caminar el proyecto. Su criterio orientó la selección del solar en las inmediaciones del Palacio Episcopal, junto con la casa y patio del difunto chantre de la Catedral, de cuyos bienes era albacea. Su determinación, e incluso su propio peculio, fueron decisivos para encaminar las obras, ya iniciadas cuando ocurre su muerte en 1814, al menos las primeras de habilitación provisional. Con entusiasmo similar retomó el proyecto el obispo Pedro Gutiérrez de Cos (1826-1833) quien, como antes hicieran Arizmendi con el Seminario y Jiménez Pérez con el Hospital de Caridad, aportó sus propias rentas para hacerlo posible. La construcción del edificio se inició en 1827 y concluyó en 1832, abriendo sus puertas a la docencia el 12 de octubre de ese año.
En tiempos del obispo Gil Esteve y Tomás (1848-1855) se adquirió un espacioso solar al oeste del edificio existente con el fin de ensancharlo y poder alojar en él a los misioneros que llegaran para ayudar al prelado en la moralización del pueblo. Se construyó entre 1852 y 1856 como estructura independiente, completa en sí misma y conectada al anterior por un pasillo, pero se respetó y aprovechó de igual forma el declive de la pendiente y las dependencias rodeando un patio de proporciones perfectas y galería porticada. Tiene una hermosa capilla de reducido tamaño, asociada por su forma y estilo con la del Arsenal de la Puntilla
En un país carente de instituciones de educación superior, fue en el Seminario donde se ofrecieron las primeras cátedras de farmacia y química, a cargo del padre Rufo Manuel Fernández. Además de los estudiantes aspirantes a la carrera sacerdotal, el Seminario Conciliar atendía otros alumnos de la ciudad y en sus aulas se educaron muchos de nuestros próceres del siglo XIX. Se formaron en el recinto José Julián Acosta, Román Baldorioty de Castro, Cayetano Coll y Toste, Federico Asenjo, José Celso Barbosa, entre otros. En 1860 pasó a manos de los jesuitas que establecieron un seminario-colegio de segunda enseñanza. Durante la primera república española se convirtió en Instituto Civil de Segunda Enseñanza (1873-1874) para devolverse antes del año a los jesuitas hasta 1879 cuando se mudó al edificio de la Diputación Provincial y el Seminario volvió a ser exclusivo para la carrera eclesiástica bajo la dirección de los padres paúles. Ya en el siglo XX fue por algunas décadas el Colegio de Santo Tomás de Aquino (1948-1972). El edificio, en muy mal estado, fue restaurado con esmero por Ricardo Alegría entre 1984 y1986, convirtiéndose a partir de ese último año en sede del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe fundado por él y que hoy trata de negociar su estadía allí al menos por el próximo año académico. Puede apreciarse que ha sido un edificio cuyo uso educativo persiste desde sus orígenes.
Sin detallar sus importantes rasgos arquitectónicos, vale decir que es uno de los edificios construidos durante el primer tercio del siglo XIX que iniciaron en la ciudad el estilo neoclásico que prevaleció en dicha centuria y distingue el casco antiguo. Junto con el Palacio Arzobispal componen una manzana importante porque conforman la antesala a la calle del Cristo vista desde el norte y al antiguo barrio de Ballajá que reúne la mayor densidad de edificios públicos a gran escala que tiene la ciudad. La mayor parte de ellos fueron obras de asistencia social, como el Hospital ya mencionado, la antigua Casa de Beneficencia (sede del Instituto de Cultura Puertorriqueña en la actualidad) y la primera casa para dementes que tuvo el país (hoy Escuela de Artes Plásticas). Estas instituciones, como las del Palacio Episcopal y el Seminario Conciliar fueron -y son- representativas del devenir histórico del país, no solo de su capital. Y de frente, en diagonal con el arzobispado, la deslumbrante Iglesia de San José, vuelta a consagrar en marzo de este mismo año después de una ingente restauración.
Como parte del distrito histórico de San Juan, los edificios, ahora tornados mercancías, rebasaron una recia evaluación para formar parte del Registro Nacional de Lugares Históricos dignos de preservarse y fueron aceptados por la UNESCO en su rigurosa lista del patrimonio histórico de la humanidad. En fin, se ha vendido una parte única del legado edificado del país, cuyo valor histórico, urbano, arquitectónico y cultural es intangible porque, además, está indisolublemente unido a nuestro desarrollo como país, al carácter mismo de lo que somos.
Artículo originalmente publicado por El Nuevo Día el martes, 15 de junio de 2021 a las 5:20 p.m.
La institución entiende que un llamado público hubiera podido levantar los fondos que se necesitaban para retener esas estructuras y auxiliar con las penurias económicas del arzobispado.
En una carta oficial enviada a los medios de comunicación, la Academia dejó clara su posición en contra de la venta, por considerar que se pudo haber evitado a través de un llamado público que “hubiera podido levantar los fondos que se necesitaban para retener esas estructuras y auxiliar con las penurias económicas del arzobispado”. Además, la organización se opone firmemente a que se continúen vendiendo las estructuras históricas en la isla, señalando que “la salida no puede ser, para las autoridades eclesiásticas ni las gubernamentales, continuar con la venta del patrimonio para aumentar el inventario de hoteles y el trasiego de bienes raíces en la ciudad”.
Columna originalmente publicada en 80 Grados, el 14 de mayo de 2021.
Por Haydeé Reichard De Cardona
Esta es una colaboración entre 80grados y la Academia Puertorriqueña de la Historia en un afán compartido de estimular el debate plural y crítico sobre los procesos que constituyen nuestra historia.
Como regla general, conocemos la historia de las sociedades desde los grandes hitos y las figuras que se privilegian en documentos, museos, libros de enseñanza y las efemérides. Por mucho tiempo, la vida cotidiana y sus artefactos se arrinconaron como folklore y se vieron como maneras inferiores de conocer la historia de las sociedades. Afortunadamente, hemos superado esa dicotomía absurda y abunda la historiografía que se ocupa de los gustos, los objetos y las prácticas de la vida cotidiana. Desafortunadamente, sin embargo, hemos desterrado de nuestra memoria y de nuestra propia vida cotidiana muchas de las evidencias materiales, documentales y gráficas de estos inventarios domésticos. Este texto intenta recuperar algunos datos sobre la historia del mobiliario en Puerto Rico y aportar claves para la identificación de estilos y piezas que en un momento dado formaron parte de los espacios domésticos. Quizás algunos ejemplares de los mismos estén todavía en algunas de nuestras casas, esperando un mejor trato y conservación.
¿Cómo vivían los taínos? Además de la sangre, sudor y sufrimientos que sirvieron de abono para logros de futuras generaciones y para mitos heroicos de resistencia, las sociedades taínas tenían objetos de vida cotidiana que hemos heredado y adaptado a nuevos materiales y cromática: el bohío, la hamaca, el petate de rama de palma, y el dujo o turé.
Durante los primeros siglos de la colonización española, el mobiliario era escaso y muy pobre. La isla no tenía las riquezas de los virreinatos y la población era exigua hasta bien entrado el siglo XVIII. Sólo en las fortalezas de gobierno o en algún convento de la Capital se encontraban muebles de estilo. En la mayoría de las casas los únicos enseres eran los rústicos bancos de madera, una tosca mesa, y la hamaca o petate.
El poco mobiliario que se encontraba en la Isla había sido traído de España. Tanto en los conventos como en las edificaciones gubernamentales se encontraba los sillones fraileros, butacas muy austeras con asientos de cuero remachados por clavos. Más tarde fueron introducidas las sillas de caderas, de estilo árabe, y el escritorio portátil llamado el barqueño. Además, era de vital importancia para los funcionarios de gobierno el tener un arca de tres llaves. En ella se guardaban los documentos importantes y tres personas guardan las diferentes llaves.
A partir de mediados del siglo XVIII, se comienza a sentir en Puerto Rico un cambio en los inventarios de objetos con la apertura de nuevos puertos entre España y la Isla. Los emigrantes españoles que venían a establecerse permanentemente traían consigo sus familias y pertenencias. Así comienzan a llegar algunos muebles de estilo a Puerto Rico. Para 1793 Inglaterra cierra los puertos de Jamaica y Barbados a Estados Unidos. España aprovecha y abre los de la Habana y más tarde el de San Juan al comercio norteamericano. Para la Isla representó una nueva vía y progreso. Se intercambiaban harinas, tejidos, y negros esclavos por mieles, azúcar y café. Además, llegaban a la isla telas, calzados, muebles y otros artículos de necesidad. Para la misma época, en las pinturas de José Campeche se atisban algunas piezas de mobiliario pertenecientes a familias acomodadas y a funcionarios. Las piezas revelan un gusto por lo francés que era el criterio del gusto en la gastronomía, el vestuario y los muebles y utensilios.
La Cédula de Gracias de 1815 permitió la entrada de extranjeros de naciones amigas de España. Las emigraciones provenientes de Alemania, Francia, Curazao, Italia y Santo Domingo impulsaron la agricultura de exportación y una primera modernización del gusto en Puerto Rico. Vamos a notar la influencia de los recién llegados en el vestir, comer y el mobiliario doméstico. Igualmente, el efecto de las importaciones crecientes de Estados Unidos, que eran relativamente más baratas y destinadas a un consumo menos elitista.
En el libro Mis Memorias, Alejandro Tapia y Rivera nos describe el mobiliario que existía en las casas del puertorriqueño para el inicio del siglo XIX.
“Sofá de caoba maciza con asientos y almohadones de crin o cerda; silla de la misma clase, bastante pesadas como los veladores y las mesas de la propia madera… La sillería de la casa, la más moderna, eran de madera pintada que se traían de Norte América, lo mismo que el sofá o canapés, verdaderos potros, por la dureza de su asiento aquellos y éstos; pues el ajuar de rejilla no comenzó a usarse hasta 1830 y tantos.” También había en casa algún sillón de caoba, como era entonces todo el mobiliario decente, con asiento muy cómodo.”
Sobre la vivienda de la gente pobre, Tapia se expresaba así: “Las sillas y sillones de las casas menos ricas, eran de paja pero no de rejilla, sino tales como se usa en las sillas de palo blanco y tosco que aun fabrican en Cangrejos.”
La vivienda de trabajadores en la ruralía no varió mucho hasta hace medio siglo. Las casas de madera hechas de trozos de palma real, con setos y paredes forrados con yaguas o tabla astilla, era el hogar de miles de campesinos. En la sala principal se divisaban bancos de toscas maderas o algunos turés hechos de madera o cuero de cabros. Cerca del tabique que dividía la estancia (soberao) del aposento se colocaba una mesa de madera del país que servía de sitio de comida, estudio y trabajo. Sobre ella el quinqué de gas o la vela de esperma que alumbraba el recinto al caer la tarde.
Adosado al centro del tabique sobresalía el retablo o altar doméstico donde se colocaba la imagen de la Virgen y todas las noches se rezaba el rosario. A un costado, bien doblado, el petate, estera rústica confeccionada de ramas de cogollo, que nuestra gente fabricaba para dormir.
En el aposento sobresalía el crucificado y un rosario de camándulas y peronías de doméstica confección que colgaba sobre un clavo en el centro de la pared. El catre de tijerilla o camero para los mayores y el coy o coe para el infante llenaban las necesidades para el descanso. La naturaleza proveía las vasijas y utensilios. La vajilla, vasos, atacas, ditas y cucharas eran sacadas de la corteza de la higuera. Los pobres que residían en la zona urbana vivían en endebles edificaciones de madera y yagua, en peores condiciones debido al hacinamiento.
Las residencias de las personas de medios estaban fabricadas de maderas del país, mampostería, techadas forradas de tejamaní. Las de la zona rural eran amplias casonas de dos pisos construidas mayormente de maderas del país y mampostería. Su mobiliario era muy parecido al de la casa de la ciudad.
A medida que avanzó el siglo XIX, las residencias urbanas eran construidas con más estilo que las de las haciendas. Balaustres de madera en los balcones y bellos soles truncos de maderas caladas adornaban algunas fachadas mientras otras casas imitaban el estilo de barandillas de hierro, celosías de madera y techado a dos aguas de Nuevo Orleáns.
Muchos de los pisos eran de aceitillo, y en algunas residencias, de losa de mármol. Hubo gran afición a principios de este siglo por la losa isleña, conocida como mosaico hidráulico. Estas losas de diferentes colores se colocaban en juego y formaban la ilusión de una alfombra.
Un detalle que le daba a las residencias un toque de elegancia eran los plafones de latón repujado o de metal labrado traídos de Nuevo Orleáns. Sin embargo, en la típica casa de pueblo, el cielo raso era de tablas bien pulidas y cepilladas.
Cual encaje calado se levantaban los medios puntos que dividían la antesala de la sala principal y el comedor. En la mayoría de las casas del pueblo se construía un mediopañito para dividir la sala del comedor. Su forma y estilo variaba desde un arco de madera hasta un armario.
El artesano boricua transformaba las maderas nobles del país en hermosos sillones de estilo isabelino, María Teresa, Luis XV, Reina Ana, aunque en muchas ocasiones con un toque criollo.
Las primeras sillas y sillones que llegaron a la isla con los escudos de familias, flores, plumachos y otros motivos renacentistas en sus respaldos fueron franceses o de influencia francesa. El estilo francés Luis XV fue muy admirado y copiado. Las mesas con pies de forma S, estilo consolas; los buffets, secrétaires, chiffonier, cómodas de varios cajones, y el uso de la caoba barnizada a mano, motivó a los ebanistas del patio a la manufactura del mueble en la isla.
El historiador Lidio Cruz Monclova escribió: “además del juego de muebles del país, se había generalizado entre la clase pudiente el uso de muebles españoles, franceses y norteamericanos”. El puerto de Nueva Orleáns era uno de los más que comerciaba con la isla este tipo de mercancía.
Los muebles de medallón conocidos en España como Isabelinos, y en Inglaterra como Victorianos llegaron a la isla para 1860. Estos muebles tenían el asiento y el respaldo de rejilla tejida y eran hechos de caoba o laurel sabino.
El ebanista puertorriqueño al cierre del siglo pasado había diseñado y confeccionado un juego de muebles de caoba y pajilla tejida.
El respaldo era en forma rectangular y adornaban los lados, dos finos balaustres que pegaban a una cornisa tallada. La versión criolla del isabelino, toma del estilo “William & Mary”, (estilo inglés utilizado en Williamsburg, Va.)). La pata del mueble imita una copa invertida, y el espaldar de forma recta es terminado con balaustres y cornisa. Es importante recordar la influencia norteamericana en el mueble. Además, el mueble de medallón requería de una gran destreza y maquinaria que estaba muy escasa en la isla.
El juego de sala consistía en un sofá, cuatro sillones, doce sillas, una consola con su espejo adosado, un velador, juguetero y musiquero. Además de los juegos de comedor se construían hermosas camas de pilares y amplios roperos de una y dos lunas, y elegantes tocadores para las damas. Se destacaron las fábricas de Vidal en Ponce, don Adolfo Ruiz en Mayagüez, Valentín en Cabo Rojo y el Taller Industrial de don Félix García en Aguadilla.
La elegancia que resplandecía en la residencia del doctor, abogado, farmacéutico o comerciante del pueblo era reflejo de la maestría del ebanista isleño y el fino gusto de las mujeres de la familia.
El florero de cristal opalino en el centro de la mesa de recibo, las figuras de porcelana colocadas en el juguetero, el fino dosel o cenefa que cubría el armazón del techo de la cama de pilares, las hojas de música de piano se guardaban en el musiquero o la hermosa sopera colocada sobre el seibó y el tarjetero de plata donde se colocaba la correspondencia eran distintivos de una clase social.
Luego del cambio de soberanía, llegaron los cambios de muebles. Muchos puertorriqueños quisieron modernizar el mobiliario del hogar. La ebanistería criolla fue sustituida por la norteamericana de fondos y espaldares de calurosos almohadones no propios para este país. Durante los años veinte abundaron en la isla los muebles de mimbres, las cortinas tejidas y los colores claros.
El Art Deco se reflejó en los muebles de caoba y pajillas comunes de los años 1930 y 1940. En Aguadilla el Taller Mecánico de don Raúl Esteves era reconocido a través de toda la isla por la construcción de los muebles de estilo María Teresa. Talladores como don Genarito Respeto, hacía verdaderas obras de arte. Los muebles manufacturados por la Casa Margarida de San Juan gozaron de gran fama.
Aguadilla ha tenido grandes ebanistas y talladores como los señores: Félix y Ricardo García, Manuel Gómez Tejerá, Mon Bocanegra, Rafael Boglio, Genarito Respeto, Chelao Cardona, Gerardo y Antonio Javariz. Caridad Monte, Francisco (Pancho) González, Juancho Esteves, Hnos. Cabán y Etalisnao (Lolo) Aldarondo.
Hoy en día, en la fábrica de don Ladimil Andújar, La Caborrojeña, se elaboran muebles de estilo criollo isabelino. Allí, artesanos puertorriqueños aún trabajan muebles de fina caoba y rejilla con bellos tallados en las cornisas.
En los últimos años se ha visto un despertar del puertorriqueño a valorizar lo suyo. Esto lo vemos por el interés que existe por las obras de arte, la música, literatura y ebanistería puertorriqueñas.
El tener en nuestra casa una pieza de mobiliario manufacturado y tallado en la isla debe ser motivo de orgullo patrimonial.
Haydeé Reichard De Cardona
Es oriunda de Aguadilla, Puerto Rico. Obtuvo su Doctorado en Filosofía con concentración en historia de Richmond University de Londres en 2006. La Universidad de P.R., Recinto de Aguadilla le otorgó un Doctorado Honoris Causa en Humanidades, en junio 2013. La historiadora y escritora se ha distinguido por sus artículos de cuadros de costumbres puertorriqueñas, estampas del siglo 19, cuentos, estudios sobre la religiosidad popular en Puerto Rico y el culto mariano. Es Académica de Número de la Academia de la Historia de San Germán y de la Academia Puertorriqueña de la Historia. Es autora de varios libros: Cuentos de Abuela; Memorias de mi pueblo…Aguadillanas; Tertulias Aguadillanas; Quinientos años de la Mano de María; El ABC de nuestra Fe; María en la historia de nuestro pueblo; Tiempo para Jugar y Cantar; La Hacienda Concepción; Santa Rita una hacienda para la historia puertorriqueña y Haciendas del triángulo noroeste de Puerto Rico Sus dueños y sus historias, entre otros.
Columna originalmente publicada en 80 Grados, el 16 de abril de 2021.
Por Jorge Rodríguez Beruff
Esta es una colaboración entre 80grados y la Academia Puertorriqueña de la Historia en un afán compartido de estimular el debate plural y crítico sobre los procesos que constituyen nuestra historia.
Jaime Benítez conoció a su maestro José Ortega y Gasset en junio de 1949 en un evento de gran relevancia política y cultural en Aspen, Colorado. El rector de la Universidad de Chicago, Robert Hutchins invitó al rector de la Universidad de Puerto Rico, quien viajó acompañado por el escritor Emilio S. Belaval, hispanófilo y admirador de Ortega. Probablemente eran los únicos caribeños o latinoamericanos convocados a ese evento transatlántico Estados Unidos-Eurpa. Ya estaba en marcha desde 1942 la Reforma Universitaria en Puerto Rico inspirada, según Benítez, en el pensamiento del filósofo español.
En 1948, Robert M. Hutchins, Giuseppe Antonio Borgese, Arnold Bergstrasser y Walter Paul Paepcke hicieron una convocatoria mundial para celebrar el bicentenario de Goethe. Borgese era refugiado italiano y había promovido, junto con Arnold Bergstrasser, un proyecto de colaboración entre la Universidad de Chicago y la Universidad Goethe de Frankfurt. Bergstrasser se había exilado de Alemania en 1937 para enseñar en Claremont College y luego en la Universidad de Chicago. Fue uno de los fundadores del Deutscher Akademischer Austauschdienst (DAAD) para el intercambio académico internacional, programa que se fundó en 1925 y que se restableció en 1950 con el apoyo del profesor de Harvard, Carl J. Friedrich. Por su parte, Bergstrasser estaba trabajando en ese momento en la edición de las obras completas de Goethe. Después de la guerra regresó a Alemania y enseñó en varias universidades hasta que recibió una cátedra en la Universidad de Friburgo. Ejerció una gran influencia intelectual en la Alemania de posguerra y en la educación en general.
Paepcke, por otro lado, era un empresario filantrópico, de ascendencia alemana, dueño de la Container Corporation of America, miembro de la Junta de Síndicos de la Universidad de Chicago, mecenas de las artes y entusiasta colaborador de Hutchins en la creación de un instituto humanístico en Aspen que se llamaría el Aspen Institute for Humanistic Studies. Aspen es un pequeño poblado localizado en un lugar de gran belleza natural en Colorado donde Paepcke había comprado terrenos. Este contribuiría a ponerlo en el mapa al hacerlo un lugar de encuentro cultural y educativo, atrayendo turistas e inversionistas.
G. A. Borgese había publicado en 1937 una denuncia del fascismo y, con la colaboración de Hutchins, había establecido la revista Common Cause como parte del Comité para Redactar una Constitución Mundial (Committee to Frame a World Constitution). Su esposa, Elisabeth Mann, era la hija del novelista Thomas Mann, otro refugiado del fascismo que colaboró en el evento de Aspen.
También, el filósofo Mortimer Adler, estrecho colaborador de Hutchins, contribuyó a inspirar el proyecto de Goethe.
A los efectos se creó una Goethe Bicentennial Foundation cuya presidencia honoraria la ocupó el expresidente de Estados Unidos Herbert Hoover y era dirigida por Hutchins. Su junta de directores parece un Who´s Who del mundo académico, cultural, empresarial y político de la época.
De la Universidad de Chicago, otras universidades como Harvard, Yale y Columbia estaban involucradas en las políticas culturales hacia Alemania en lo que se llamó “diplomacia total”. Por ejemplo, la Universidad Libre de Berlín se fundó en 1948 con el apoyo de las autoridades militares bajo el general Lucius Clay, a recomendación de Friedrich, y con el endoso de fundaciones estadounidenses como de la Fundación Rockefeller y la Fundación Ford. La Universidad de Chicago cultivó las relaciones con la Universidad Goethe de Frankfurt.
Además, según el académico suizo Eduard Fueter, estaba en marcha la implantación de los Estudios Generales (usándose el concepto de studium generale y no el de Allgemeinebildung) en varias universidades siguiendo las recomendaciones de una Comisión Internacional para la reforma de la Universidad creada en la zona británica. El concepto de Allgemeinebildung (educación general) había quedado en descrédito durante el fascismo.
El contexto inmediato del evento en Aspen fue la partición de Alemania y la creación de la República Federal Alemana (RFA) al fundirse las tres zonas aliadas en un nuevo estado en septiembre de 1949 luego de un proceso constitucional. Los soviéticos planificaban su propia celebración del bicentenario de Goethe en Weimar y auspiciaban para ese momento la creación de la República Democrática Alemana (RDA) en su zona.
El evento dedicado a Goethe reunió en Aspen a Albert Schweitzer, José Ortega y Gasset, Stephen Spender, Ernest R. Curtius, Robert M. Hutchins, Thornton Wilder, amigo personal de Hutchins, Arthur Rubenstein, la Sinfónica de Minneapolis, el violonchelista Gregor Piatigorsky, los violinistas Nathan Milstein y Erica Morini y la cantante Dorothy Maynor.
Entre las personalidades que asistieron estaba Ernest Hocking, el filósofo de Harvard, Charles J. Burkhardt, el historiador que era embajador de Suiza en Francia, Gerardus van der Leeuw, de la Universidad de Groningen, Baker Fairley, experto en Goethe de la Universidad de Toronto, Halvadan Khot, exministro de exteriores de Noruega, Jean Canu de Francia, y Elio Gianturco de Italia y un público de 2,000 personas (Benítez habla de 5,000). La capacidad de convocatoria de la red de Robert Hutchins era muy considerable para poder congregar a una audiencia tan diversa y destacada.
El evento no estuvo exento de controversia. Karl Jaspers, quizás la principal figura intelectual de la Alemania de la posguerra, fue el gran ausente del evento y no estaba de acuerdo con que se utilizara acríticamente a Goethe como un símbolo de la transformación alemana en la posguerra. Jaspers argumentó en 1947 que para Alemania reapropiarse del autor del Fausto era necesario verlo en sus limitaciones y no acercarse a él como si nada hubiera ocurrido en la alta cultura alemana.
En 1949, uno de los más destacados participantes alemanes de la conferencia de Aspen, Ernest R. Curtius, atacó acremente a Jaspers por su adhesión al existencialismo, su planteamiento sobre la culpa colectiva alemana y hasta su decisión, basada en consideraciones de seguridad personal, de salir de Alemania e irse a Basilea, Suiza, a enseñar. Le acusó de querer ser un nuevo Alexander von Humboldt haciendo referencia a su libro Die Idee der Universität (La idea de la universidad), publicado en 1923 y que había sido reeditado en 1946.
En la correspondencia entre Hannah Arendt, entonces en el New School for Social Research en Nueva York, y su maestro Karl Jaspers se comentó con desprecio el evento de Aspen alegando que se trataba de un intento de Walter Paepcke para valorizar los terrenos que había comprado en ese “ghost town” de Colorado que nadie conocía. Arendt también puso en duda la reputación antifascista de Bergstrasser.
En el momento de la invitación a Ortega en 1948, este se encontraba en Madrid estableciendo con su principal colaborador Julián Marías un Instituto de Humanidades que pretendía mantenerse con las matrículas de sus conferencias y cursillos. En el evento en Aspen, el filósofo aprovecha para discutir la situación de los intelectuales en Alemania y otros países europeos bajo el fascismo. Es el primer evento donde interviene en una serie de conferencias sobre Goethe que tratan, en el fondo, sobre cual debía ser la política cultural europea en la posguerra. Luego de Aspen ofreció conferencias sobre Goethe en Hamburgo y Berlín “a pocos metros de la línea donde impera la gran banalidad que es la interpretación económica de la historia.”Se refería, por supuesto, al materialismo histórico.
El numeroso público reunido en Aspen se cobijó bajo una enorme carpa diseñada por el arquitecto Eero Saarinen que no impidió que los asistentes se mojaran por la lluvia.
Los invitados a la celebración del bicentenario de Goethe en Aspen (1949)
El concepto era una actividad interdisciplinaria que abarcó el diseño, la filosofía, la literatura y otros campos. Además, se llevó a cabo una intensa campaña de relaciones públicas antes y después del evento, que capitalizó en la presencia del popular médico filántropo Schweitzer y Ortega, para proyectarlo como un gran evento cultural nacional.
La conferencia de Ortega sobre Goethe, traducida por Thornton Wilder, fue un éxito y aumentó el reconocimiento que el filósofo ya tenía en Estados Unidos. Ortega fue agasajado en la nueva residencia que tenía el actor Gary Cooper en Aspen, con quien intercambió camisas. También visitó Nueva York donde Benítez le sirvió de cicerone.
La obra de Ortega era conocida en los Estados Unidos. LaRebelión de las masas había sido traducida al inglés y publicada como The revolt of the masses en 1932. En 1944 se había publicado una traducción de Misión de la universidad que llevó a Mortimer Adler a reconocer la cercanía de las ideas del filósofo español con el plan de Hutchins en la Universidad de Chicago. La edición inglesa de ese libro fue reseñada muy favorablemente por el propio Hutchins diciendo que la propuesta buscaba revolucionar (“turn upside down”) la universidad existente.
Ortega había escrito en 1932 que “no, todavía no se puede definir el ser americano por la sencilla razón de que aún no es, aún no ha puesto irrevocablemente su existencia en un naipe, es decir en un modo de vida determinado… De aquí que me parece imperdonable la confusión padecida por Europa al creer que América podía representar una nueva norma de vida.” El pensamiento orteguiano se había asociado en América Latina a corrientes de pensamiento contra la influencia cultural del norte anglosajón, aunque él tomó distancia del nacionalismo latinoamericano. Ahora, después de la guerra en que Estados Unidos salió triunfante, expresaba que Europa estaba en crisis y que podía aprender mucho del vencedor. En la emergente Guerra Fría, Ortega hizo clara su postura a favor de la alineación de Europa con Estados Unidos.
El evento de Aspen permitió establecer un mayor contacto entre la importante red académica y cultural que había construido Hutchins y la de José Ortega y Gasset. Walter Paepcke consultó a Ortega sobre el carácter que debía tener el instituto que estaba desarrollado en Aspen. Este le recomendó que no creara una universidad, sino que siguiera el modelo del Instituto de Humanidades que desde 1948 desarrollaba con Julián Marías en Madrid. Paepcke luego mantuvo correspondencia por varios años con Ortega.
Jaime Benítez jugó un papel importante en ese encuentro transatlántico entre las poderosas redes de Hutchins y Ortega en el contexto de la Guerra Fría. Acababa de imponerse en una larga huelga estudiantil en la UPR matizada por la dinámica del nuevo conflicto global.
Huelga de 1948 en la Universidad de Puerto Rico
Aunque muchos de los planes que se hicieron en Aspen no pudieron realizarse, la relación con Hutchins le dio una importante cubierta política al proyecto de Ortega en Madrid, al que Benítez apoyaba usando la considerable influencia del primero en el mundo de las fundaciones estadounidenses. El rector puertorriqueño trató de conseguir financiamiento de la Fundación Rockefeller para el Instituto de Humanidades pero Ortega no lo aceptó.
Soledad Ortega resume su visión del significado de este evento de Aspen de 1949, destacando el papel del “grupo de Chicago” y de Mortimer Adler. Benítez nunca logró que Ortega visitara la universidad, pero a través de Ortega conoció a Julián Marías a quien invitó a Puerto Rico. Aparentemente Benítez conoció a Marías durante un viaje a España en 1954 y luego lo traería desde Yale a la Universidad de Puerto Rico para ofrecer un ciclo de conferencias.
Sobre Marías, le escribiría el 17 de julio de 1956 a John Marshall, director asociado de Humanidades de la Fundación Rockefeller para que se le financiara por dos años la redacción de un libro sobre Ortega.
Julián Marías es una especie de Mortimer Adler no beligerante, abiertamente católico, muy amable y poético. Lo que se rumora de que escribe a sus amigos en griego es falso, sólo en latín y eso en sus días estudiantiles.
Benítez consiguió 17,000 dólares de la Rockefeller para que Marías trabajara en ese y otros proyectos desde Madrid. Julián Marías, María Zambrano y Antonio Rodríguez Huéscar, entre otros académicos españoles, jugaron un papel de nexo entre Ortega y Benítez. El biógrafo de Ortega, Javier Zamora, señala lo siguiente sobre Benítez: “entre Ortega y la Fundación Rockefeller hizo de mediador Jaime Benítez, rector de la Universidad de Puerto Rico, que se vio con Ortega en Estados Unidos…”
En un discurso de 1955 Benítez señaló lo siguiente:
Hace trece años me correspondió participar en una reforma universitaria. Quiero pensar que lo mejor de mi aportación refleja en buena parte el espíritu y la perspectiva intelectual de aquel gran maestro, José Ortega y Gasset. No es extraño que al hablarse de nuestra reforma se la asocie en Estados Unidos con la de Robert Hutchins en Chicago. Hutchins, a su vez, ha reconocido en varias ocasiones su deuda con Ortega.
En la Reforma Universitaria de 1942 figuran de manera prominente los planteamientos de estos dos teóricos sobre la educación superior reinterpretados por Jaime Benítez y sus colaboradores, incluyendo a los exiliados españoles que comenzaron a fluir a la Universidad de Puerto Rico a fines de los treinta.
La Facultad de Estudios Generales puede trazar su ascendencia a los escritos de Ortega de 1930 y, quizás en menor medida, a las reformas del College de la Universidad de Chicago. El propósito de emprender una gran reorganización académica posiblemente tuvo sus antecedentes en la gestión transformadora de Hutchins en la Universidad de Chicago que Benítez conocía de primera mano. Ambos pensadores coincidían que la misión de la universidad era fundamentalmente cultural e indispensable para la democracia.
No se le puede atribuir el concepto de Casa de Estudios a ninguno de estos referentes externos. Ortega no prescribió nunca una institución autoritaria y disciplinada. Y Hutchins, un liberal de izquierda, rechazó la intromisión de la intolerancia política de la Guerra Fría en Chicago. Ese concepto posiblemente tuvo más que ver con los duros enfrentamientos entre Benítez, en su doble papel de rector y líder del PPD, y el independentismo.
Pero no solo se trató de la circulación de ideas sobre la educación superior. Tanto Hutchins como Ortega eran líderes de influyentes redes intelectuales y académicas en las que logró insertarse muy efectivamente Benítez. Ambas representaban factores de poder. El gran estratega Jaime Benítez logró definir su papel como intermediario o bróker entre ambas y beneficiarse de su acierto. No en vano reclamaba haber reconciliado a Estados Unidos con España. En cierto sentido logró la cuadratura del círculo: una universidad “americana” e hispanista a la vez.
Jorge Rodríguez Beruff
Catedrático Retirado del Departamento de Ciencias Sociales de la Facultad de Estudios Generales de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Estudió Ciencias Políticas en la Universidad de Puerto Rico y en la Universidad de York en Inglaterra, donde obtuvo una mención especial del Comité de Altos Estudios. Del 2003 al 2011 fue Decano de la Facultad de Estudios Generales de la UPR, Recinto de Río Piedras. Entre sus publicaciones se encuentran Strategy as “Politics, Puerto Rico on the eve of the Second World War”, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, Río Piedras, 2007, “Las memorias de Leahy: los relatos del Almirante William D. Leahy sobre su gobernación de Puerto Rico (1939-1940)”, Fundación Luis Muñoz Marín, San Juan, 2002, “Política militar y dominación, Puerto Rico en el contexto latinoamericano”, Editorial Huracán, Río Piedras, 1988. Con José Bolívar Fresnada es editor de dos libros sobre Puerto Rico en la Segunda Guerra Mundial. En la actualidad trabaja sobre el concepto de “estudios generales” y la Guerra Fría.